El movimiento de gobiernos progresistas en América Latina vino para
superar y dar vuelta a la página del neoliberalismo. Tuvieron un comienzo en
que se fueron sucediendo, conforme fueron fracasando los gobiernos
neoliberales.
Emir Sader / ALAI
Han atacado los puntos más débiles del neoliberalismo: la desigualdad
social, la centralidad del mercado, los acuerdos de libre comercio con Estados
Unidos. La derecha de cada país y Washington, perdieron capacidad de
iniciativa.
¿Qué iban a decir sobre políticas sociales que disminuyen la
desigualdad, la pobreza, la miseria y la exclusión social, producidos por sus
gobiernos a lo largo de tanto tiempo? ¿Qué podrían argumentar en contra de la
acción del Estado para resistir a la recesión producida en el centro del
capitalismo? ¿Cómo garantizar derechos sociales y desarrollo económico, sino
impulsados desde el Estado, todavía más en época de recesión? ¿Qué argumentos
podrían tener en contra de la intensificación del comercio con China y del
comercio regional, dos sectores dinámicos en una economía mundial recesiva?
¿Qué pueden argumentar en contra de la extensión del mercado interno de consumo
popular, que amplía el acceso de la gente a bienes fundamentales de consumo, a
la vez que abre espacio de realización para la producción nacional?
Las derechas latinoamericanas, donde se han instalado gobiernos
progresistas, han quedado reducidas a la inacción, a la oposición sin
alternativas. Basta con decir que en los países en que se han aprovechado de
gobiernos todavía débiles, para recuperar el poder- como en Honduras y Paraguay
-, aun ahí lo han hecho por la vía de golpes blandos, hiriendo la misma
institucionalidad construida por ellos.
Pero un revés de esa dimensión, propiciado por tantos gobiernos
progresistas a la vez en América Latina, aislando como nunca a los Estados
Unidos, no podría dejar de tener contraofensivas de parte de las derechas
locales y de Washington. Las primeras reacciones fueron netamente golpistas,
como el intento del 2002 en Venezuela, que fue el ejemplo más expresivo y que
cerró el período de intentos golpistas de viejo estilo.
Enseguida vinieron otros intentos, más diversificados. Una modalidad
que se repite siempre es el intento de tildar a los gobiernos de “corruptos”,
que se asocia a la idea de que los partidos de izquierda se apropian del Estado
para sus fines y de que toda fuente de corrupción viene del Estado. La ofensiva
en contra del gobierno de Lula en 2005 es el mejor ejemplo de esta modalidad.
En Bolivia la derecha retomó la iniciativa teniendo como tema la
reivindicación de la autonomía de provincias en contra del gobierno central de
Evo Morales. Posteriormente, el tema ecológico fue utilizado por la oposición
para apoyar a marchas en contra del gobierno.
En Argentina, la ofensiva del 2007 en contra del gobierno de Cristina
Kirchner se centró en la elevación de impuestos –otro tema permanente de la
derecha- a la exportación de la soya. Posteriormente, temas vinculados a la
inflación y al desabastecimiento – al igual de lo que actualmente sucede en
Venezuela – son los centros de las campañas opositoras.
La cuestión de la violencia y la seguridad pública es regularmente
utilizada por los sectores conservadores en la perspectiva de sembrar pánico en
la población y de demandar siempre actuaciones más duras –en lo policial y en
lo penal– de los gobiernos y de los Estados.
El listado podría ser más largo y debiera ser, especialmente más
detallado. Sin embargo nos basta para que podamos, en primer lugar, constatar
que lo que la CEPAL llamara, en su momento, un período “fácil” de acumulación,
ya fue superado. Las derechas se recomponen y contando con Estados Unidos,
buscan recuperar la iniciativa. No tienen propuestas alternativas de gobierno,
oscilan entre afirmar que harán lo mismo, pero “mejor”, o proponen formas
distintas de retroceso a políticas neoliberales, de lo cual las oposiciones
brasileñas son el ejemplo más claro, reivindicando el equipo económico del
gobierno de Cardoso.
Lo que es cierto es que hoy los gobiernos posneoliberales han logrado
un gran apoyo popular, centralmente por sus políticas sociales, determinantes
en el continente más desigual del mundo. Los discursos políticos logran ciertos
grados de consolidación de esos apoyos – lo que significa hegemonía -, pero
cuando hay fallas en las políticas sociales, directamente por problemas en las
áreas correspondientes o, indirectamente, por ejemplo, cuando procesos
inflacionarios quitan capacidad de compra de los salarios, se pierden apoyos de
la población.
Las políticas sociales, por esenciales que sean, permiten formas de
consenso pasivo. De ahí las sucesivas victorias electorales, aun en medio de
los monopolios privados de los medios de comunicación. Pero el paso de los
consensos pasivos – aquellos en que, consultadas, las personas se pronuncian a
favor de los gobiernos, por sus políticas de carácter popular – a consensos
activos, en los que la gente dispone de argumentos a favor de esas políticas,
de valores correspondientes a las formas de vida solidarias, y se dispone a
organizarse y a movilizarse en su defensa, requiere estrategias específicas, de
construcción de hegemonías alternativas.
Esos análisis tienen que tomar en cuenta el marco general de la
hegemonía conservadora, incluyendo las formas de vida y de consumo exportadas
por Estados Unidos y asumidas por amplias capas de la población, el monopolio
de los medios de comunicación y los otros factores que componen el período
histórico que vivimos en América Latina.
Hay que denunciar siempre las maniobras de la derecha y de su gran
aliado, el gobierno de los Estados Unidos, pero hay que tener conciencia que,
cuando logran retomar iniciativa y logran imponer reveses a las fuerzas
progresistas, es porque han encontrado errores de esas fuerzas. Es hora de un
balance de las trayectorias recorridas por esos gobiernos, desde el triunfo de
Hugo Chávez en 1998, pasando por todos los avances y los tropiezos desde
entonces, en la perspectiva de la formulación consiente de estrategias de
hegemonía pos neoliberales, tomando en cuenta las fuerzas propias y las de los
adversarios, así como nuestros objetivos estratégicos.
Ellos siempre actuarán conforme a sus intereses y objetivos. Nos toca
tener claros los nuestros, hacer balances constantes y actuar de forma
coordinada en la perspectiva de nuestros objetivos.
- Emir Sader, sociólogo y cientista político brasileño, es coordinador
del Laboratório de Políticas Públicas da Universidade Estadual do Rio de
Janeiro (UERJ).
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