El
pensamiento de Fidel es heredero de la tradición latinoamericana y universal,
su espíritu integrador de los países de Nuestra América y del llamado Tercer
Mundo, así como la estirpe anticolonial y antiimperialista manifiesta en sus
actos e ideas, retoman los sueños de Simón Bolívar, Andrés Bello, Francisco
Bilbao, José Martí y José Carlos Mariátegui entre muchos otros.
Cristóbal León Campos / Especial para Con Nuestra América
Desde Mérida,
Yucatán. México
Fidel Castro en la Plaza de la Revolución. |
Sin
importar el paso del tiempo, sus ideas y su ejemplo permanecen: Fidel Castro
cumple noventa y tres años de nacer y, próximamente, tres de entrar con todos los
meritos al parnaso de los pensadores revolucionarios y de haber sido absuelto
por la historia, ganando su lugar con la convicción irreductible de que las
palabras han de ser acompañadas por actos que las expliquen y las pongan en
práctica, materialización de la congruencia que José Martí sintetizara
magistralmente al indicar que: “Hacer es la mejor forma de decir”. Fidel,
alumno fiel de Martí, supo poner en acción el ideario revolucionario cubano y
latinoamericano, reconociendo las aportaciones necesarias del marxismo y el
cristianismo en su sentido humano, el carácter híbrido de las ideas surgidas
por y en la Revolución Cubana, pusieron desde su origen de cabeza muchas de las
formulas santificadas por la ortodoxia de izquierda, para demostrar que ante
todo, son los pueblos conscientes los que hacen las grandes transformaciones y
no las explicaciones teóricas de escritorio o exportadas de otras latitudes
pero inadaptables a la realidad especifica. El análisis concreto de las fuerzas
productivas, las condiciones de vida, los niveles de conciencia y la forma del
régimen a transforman fueron algunas de las valoraciones efectuadas por Fidel
para poder concluir que sí era posible un proceso revolucionario en Cuba. La
ruptura con las viejas tradiciones ortodoxas y esquemáticas es una de las
primeras grandes enseñanzas de Fidel; el puntual análisis de las condiciones
concretas abre el camino para las verdaderas revoluciones.
El
pensamiento de Fidel es heredero de la tradición latinoamericana y universal,
su espíritu integrador de los países de Nuestra América y del llamado Tercer
Mundo, así como la estirpe anticolonial y antiimperialista manifiesta en sus
actos e ideas, retoman los sueños de Simón Bolívar, Andrés Bello, Francisco
Bilbao, José Martí y José Carlos Mariátegui entre muchos otros, para sumarse a
los preceptos autóctonos conjugados con el marxismo-leninismo aprendido en el
calor de las batallas, es decir, en la praxis verdadera de la revolución
latinoamericana, siempre ponderando el humanismo en primer lugar, al grado
ejemplar, de que si bien durante sus años al frente de la Revolución Cubana
tuvo que enfrentar todo tipo de ataques del imperialismo estadounidense, Fidel
afirmó en más de una ocasión que: “No somos antiamericanos. Somos
antiimperialistas”. El respeto que sintió por los pueblos y su derecho a existir
condujo sus pasos y lo sensibilizaron por encima de cualquier diferencia
política o ideológica, algo que poco se ha entendido de la grandeza del líder
revolucionario cubano, otra de sus grandes enseñanzas para los futuros
proyectos emancipatorios.
La
moral y la ética tienen un lugar prioritario en el pensamiento de Fidel, la
crítica y la autocrítica que puso al servicio de la lucha, lo llevaron a
rectificar sin temor algunos pasos dados que según los análisis y resultados se
alejaban de los objetivos esperados por la revolución, algo singular para un
líder de su magnitud, pues a diferencia de lo que suele decirse en la
propaganda capitalista sobre él, Fidel fue sensible a las necesidades del
pueblo, se mantuvo abierto al debate de ideas y a la confrontación del
pensamiento con la realidad, escuchó desde la base los razonamientos y los
sentires emanados del diario vivir, por eso, la moral ocupa un lugar
irreemplazable en su pensamiento de un hombre dedicado a hacer con integridad
lo que sus ideales predicaron, sin traiciones o claudicaciones en el beneficio
propio. Fidel fue y es ejemplo cabal de la congruencia en el decir y el hacer,
en el actuar ético y en la construcción de valores revolucionarios transmitidos
al pueblo como guía para resistir y persistir a pesar de los embates del
imperialismo como el bloqueo genocida o la propaganda negativa que a lo largo
del mundo difunden los grandes consorcios mediáticos del capitalismo. El pueblo
cubano ha demostrado en estos sesenta años de revolución una moral y una ética
irreprochable que se inspira en la figura de su líder y otros próceres, el
Movimiento 26 de Julio, desde sus primeras acciones, se condujo con esa moral y
ética revolucionaria que le llevó a la victoria definitiva.
La
vigencia de Fidel está en su diálogo permanente con la realidad, en el
cuestionamiento de todo, principalmente sus propias ideas, en la lectura y la
relectura de los clásicos del pensamiento pero no para copiar y pegar, sino
para -desde lo concreto- aportar nuevas maneras de transformar y crear
verdaderos cambios revolucionarios. El reclamo que Fidel hizo a los
intelectuales y artistas continua latiendo en el seno mismo de nuestras
sociedades, en las cuales, el compromiso es igual o más urgente, en donde la
palabra como las imágenes tienen que servir al bienestar, superando esquemas,
moldes, prejuicios y falsos postulados, la propia definición de revolución y de
socialismo fue puesta en cuestión por Fidel y la Revolución Cubana. Los nuevos
proyectos socialistas y revolucionarios tienen en las ideas de Fidel enseñanzas
indispensables a plantearse. El futuro mismo de la humanidad ha de encontrar
respuestas en las palabras de un hombre que revolucionó todo, hasta su propia
esencia, negándose a ser monumento para permanecer en el tiempo.
Integrante
del Colectivo Disyuntivas
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