Hoy, cuando se ha hecho público el involucramiento y apoyo de Estados
Unidos a la revolución de colores en Hong Kong, el gobierno chino ha
comprendido que la potencia norteamericana pretende usar estas acciones como
mecanismo de presión de las negociaciones comerciales y financieras.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Desde hace
varios meses se percibe que el sistema internacional se mueve en un proceso de
transformación que ha venido a acelerarse desde la llegada de Donald Trump a la
presidencia de Estados Unidos. Junto a él, han accedido al poder algunos de los
personajes más conservadores y retrógrados de la historia de ese país. En el
ámbito planetario, al evaluar su perversidad, el actual gobierno estadounidense
pareciera no tener parangón en el pasado, llegando incluso a ser comparado por
algunos analistas con la Alemania hitleriana de la primera mitad del siglo
XX.
La dinámica introducida
por Trump a su política exterior viene produciendo mutaciones trascendentales
en las relaciones internacionales que son imposibles de obviar si se considera
que se está hablando de la primera potencia mundial. Trump, en su afán de
regresar a los orígenes de una nación que se sustentó en el proteccionismo en
lo económico y el aislacionismo en lo político, intenta repetir el largo
período de crecimiento económico que llevó a Estados Unidos a convertirse en
primera potencia mundial en la penúltima década del siglo XIX, para lo cual no
ha escatimado esfuerzos de ningún tipo.
Pero, él o sus asesores
se equivocan. El siglo XIX estuvo marcado por una ”exitosa” expansión territorial
a costa del exterminio de millones de seres humanos de los pueblos originarios
que habitaban los espacios que estaban siendo fruto de tal propagación. Eso es
imposible hacerlo ahora sin que haya resistencias en buena parte de las áreas
ambicionadas por Estados Unidos en el planeta.
Por otra parte, tal
proceso se hizo en el marco de una confrontación entre el feudalismo obsoleto y
un capitalismo naciente que era expresión de una revolucionaria mutación de la
economía y la sociedad. Estados Unidos llegó incluso a una guerra en la que el
capitalismo imperante en el norte derrotó a las fuerzas feudales del sur,
iniciando una era de desarrollo sin igual en una forma de capitalismo
productivo igualmente basado en la explotación del hombre por el hombre, pero
distanciado de las formas atrasadas en que este se manifestaba en los tiempos
feudales caracterizados por expresiones mucho más oprobiosas de apropiación del
trabajo y de la vida de los seres humanos.
En esa medida, podría
decirse que el capitalismo de esa época fue un avance respecto del pasado, pero
ahora, cuando impera un modelo de capitalismo financiero que se sustenta en la
especulación y en la riqueza basada en una producción inexistente, a Trump se
le hace imposible rescatar la economía de su país para conducirla a una senda
positiva, salvo si esto se calculara por las extremas ganancias que obtiene un
número cada vez más reducido de millonarios.
Eso es lo que da la
medida de que el plan Trump “…Hacer a Estados Unidos grande de nuevo” –como lo
dijera en el discurso inaugural de su mandato el 20 de enero de 2017- al
aceptar con ello que había dejado de serlo, no tiene ninguna posibilidad de
realización, salvo a través de la amenaza, el chantaje, la presión y la guerra.
En ese marco se propuso
torpedear el sistema internacional, destruyendo su estructura, en primer lugar
a la Organización de Naciones Unidas a partir de la política de “o aceptas lo
que te ordeno, o te destruyo”, camino en el cual se encuentra empeñado y en el
que ha dado un nuevo paso al amenazar con retira a Estados Unidos de la
Organización Mundial de Comercio (OMC), ante el estupor de la comunidad
mundial, en particular de aquellos que antes eran sus aliados y hoy se asumen
como subordinados temerosos de que su furia se vuelva contra ellos. Por
supuesto, me refiero a Europa y otros de sus adláteres como Australia y Canadá,
países ayer orgullosos de su independencia y autonomía, hoy abandonadas.
En la otra parte de esta
ecuación se encuentra China, que parece comenzar a despertar de un prolongado
letargo en el que suponían que podían llevar adelante su proyecto de
crecimiento y desarrollo económico, lucha contra la pobreza y materialización
de una sociedad avanzada sin tropezar con la resistencia de Estados Unidos. La
alianza estratégica iniciada por los dos países a finales de los años 70 del
siglo pasado creada con el objetivo de destruir al común enemigo soviético está
llegando a su fin. A pesar que la Unión Soviética desapareció hace casi 30 años
los dos países mantuvieron un importante flujo de comercio que beneficiaba a
ambas partes y que se mantuvo incólume a pesar de las fuertes tensiones
generadas por el apoyo de Estados Unidos al separatismo en el Tíbet así como al
gobierno de Taiwán que China considera parte inalienable de su soberanía.
Todo eso parece estar
terminando y China ha empezado a comprender que los instrumentos tradicionales
de su diplomacia no bastan para confrontar la brutal embestida estadounidense
que ha logrado éxitos en Europa, Canadá y México, a quienes han logrado imponer
sus políticas, pero ha fracasado al no lograr vía coacción, resolver sus
diferendos con Irán, Rusia, la República Popular Democrática de Corea,
Venezuela y sobre todo China.
El año pasado, el
gobierno chino todavía conjeturaba que el camino de la negociación iba a ser
relativamente corto en la búsqueda de una solución a las diferencias que se han
expresado en mayor medida en el plano económico, comercial, financiero y
tecnológico y en que ambas partes se han esforzado por ocultar sus componentes
políticos, militares e ideológicos.
Las negociaciones se han
prolongado en demasía y ya no sólo afectan a los países contendientes, sino que
sus efectos comienzan a sentirse en la totalidad de la economía global. Unido a
eso, Estados Unidos ha ensayado la posibilidad de crearle un conflicto interno
a China, que este país visualizaba como poco probable hace solo escasos meses.
La dinámica de la confrontación ha cambiado y ello ha terminado por alterar la
tradicional retórica diplomática china basada en la armonía y la búsqueda de un
equilibrio mutuamente ventajoso para todas las partes.
Hoy, cuando se ha hecho
público el involucramiento y apoyo de Estados Unidos a la revolución de colores
en Hong Kong, el gobierno chino ha comprendido que la potencia norteamericana
pretende usar estas acciones como mecanismo de presión de las negociaciones
comerciales y financieras.
Las reuniones sostenidas
por los más conspicuos líderes opositores de Hong Kong con el jefe del
departamento político del Consulado de Estados Unidos primero y posteriormente
en Washington con el vicepresidente Mike Pence y la presidenta de la Cámara de
Representantes Nancy Pelosi dan cuenta del involucramiento directo del gobierno
de Estados Unidos en las revueltas de Hong Kong. Esa visita a la capital
imperial significó acuerdos de apoyo financiero, formación política y
asesoramiento organizativo que se concretó a través de la National Endowment
for Democracy (NED) órgano de fachada de la CIA, la cual desde 2014 ha
incrementado los recursos destinados a la desestabilización de China. En este
contexto, valdría preguntarse, ¿que haría y cómo reaccionaría el gobierno de
Estados Unidos si China se propusiera apoyar las revueltas contra el gobernador
de Puerto Rico y el abandono que Estados Unidos ha hecho de su colonia más
importante en el Caribe?
No sólo eso ha estado en
el tapete de la problemática más reciente entre las dos mayores potencias
económicas del planeta, habría que agregar que sumando otro ámbito a su
cotidiano discurso soberbio y prepotente, John Bolton ha amenazado a China
diciendo que: "Los chinos tienen que mirar con mucho cuidado los pasos que
toman porque las personas en Estados Unidos recuerdan la plaza de Tiananmen
[...] recuerdan la imagen del hombre parado frente a la línea de tanques",
haciendo referencia a la intentona golpista de 1989 en China justo cuando se
conmemoran 20 años de esos acontecimientos, que el brillante intelectual
italiano Doménico Losurdo catalogó como “la primera revolución de color “ de la
historia.
En su intento de
intimidar a China, Bolton afirmó que: "Sería un gran error crear un nuevo
recuerdo como ese en Hong Kong”. La Cancillería China ha respondido contundente
al expresar que en más de una ocasión se le ha hecho saber a Estados Unidos que
el tema de Hong Kong “es una cuestión que corresponde exclusivamente a la
política interna de China” y han hecho un llamado para que Estados Unidos. deje
“de meter la nariz en los asuntos de Hong Kong".
En declaraciones mucho
más fuertes, el pasado 13 de agosto, la portavoz de la cancillería china Hua
Chunying, dio respuesta a la pregunta de un periodista respecto de las
opiniones de Nancy Pelosi, del líder de la mayoría republicana en el Senado
Mitch McConnell, el Senador Marcos Rubio y el Congresista Ted Yoho quienes el
día anterior afirmaron a través de la red social twitter que “la policía de Hong Kong reprimió a los
manifestantes con violencia y que el gobierno central chino erosionó la
democracia y la libertad en Hong Kong”.
Hua contestó de manera
categórica diciendo que Estados Unidos “negó en repetidas ocasiones su
participación en los incidentes violentos ocurridos en Hong Kong. Sin embargo,
los comentarios de esos miembros del Congreso de los Estados Unidos han
proporcionado al mundo pruebas nuevas y contundentes. Al descuidar y
distorsionar la verdad, blanquearon crímenes violentos como una lucha por los
derechos humanos y la libertad, y malinterpretaron deliberadamente el trabajo
de la policía de Hong Kong como represión violenta cuando la policía solo hacía
cumplir la ley, luchaba contra los crímenes y defendía el orden social. Ellos
incluso incitaron a los residentes de Hong Kong a enfrentarse con el gobierno
de la Región Administrativa Especial de Hong Kong y el gobierno central de
China. ¡Qué ansiosos están de querer ver el mundo sumergido en el caos!” y
finalizó diciendo que: “En los Estados Unidos, los miembros del Congreso
también se llaman legisladores. No puedo sino preguntar a los congresistas de
los Estados Unidos: ¿Son ustedes legisladores o infractores de la ley? Les
recordamos solemnemente esta simple verdad: los asuntos de Hong Kong son
totalmente asuntos internos de China, y ustedes no tienen derecho ni están
calificados para comentar sin sentido sobre ellos. Que cuiden sus propios
asuntos y se mantengan alejados de los asuntos de Hong Kong”.
Al llegar a este plano de
la confrontación, es evidente que las negociaciones comerciales entrarán en un
espacio mucho más complejo de resolución. Estados Unidos supuso que con China
podía actuar de la misma manera que con Canadá o México. Los hechos han
demostrado lo contrario. Debería recordar que para China los tiempos son
infinitos, mientras que para Estados Unidos están acotados a la cotidianidad:
en lo inmediato la navidad que obligó a Trump a posponer los nuevos aranceles a
los productos chinos tras las presiones de los importadores estadounidenses que
no podrán conseguir mercancías similares para las celebraciones de fin de año
de la misma calidad y a los mismos precios en un plazo tan corto, En el plazo
mediato, a Trump se le va acercando la fecha de las elecciones en la que aspira
a dar continuidad a su mandato sin poder resolver el diferendo con China que
amenaza que Estados Unidos se sumerja en
una espiral de inflación e incluso con una probable recesión, no aconsejables
para un año electoral.
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