La humanidad está en
deuda. Año tras año, consume más recursos de los que la naturaleza puede
proporcionar. Este consumo excesivo tiene un efecto directo sobre el clima.
Para comprender mejor la problemática en juego, el biólogo y filósofo Bernard
Feltz esclarece las complejas relaciones entre el hombre y la naturaleza al
tiempo que se centra en los aspectos éticos de la gestión del cambio climático.
Bernard Feltz / El Correo de la UNESCO
El cambio climático es
uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo y afecta tanto a nuestra vida
cotidiana como al orden geopolítico mundial. Es una de las dimensiones de una
crisis ecológica planetaria, consecuencia directa de las complejas relaciones
entre los seres humanos y la naturaleza. Estos vínculos pueden dividirse en
cuatro enfoques principales.
El primero, el de
Descartes, considera la naturaleza como un conjunto de objetos puestos a
disposición del ser humano. El filósofo del siglo XVII, contemporáneo de Galileo
y considerado el gran precursor de la modernidad, desarrolla el proyecto de una
ciencia de la vida análoga a la ciencia física emergente. Defiende la idea de
una “máquina animal”. Lo vivo no es más que materia inerte organizada de manera
compleja. Solo el ser humano tiene un alma sustancial distinta del cuerpo,
hecho que lo convierte en la única especie respetable. El resto de la
naturaleza, viva o inerte, forma parte del mundo de los objetos a disposición
de la humanidad. Descartes no respeta el medio ambiente, lo considera de manera
meramente utilitaria y estima que es un recurso infinito del que el hombre
puede sacar provecho sin complejos. Podemos adivinar cuántas de estas premisas
han conducido al uso indiscriminado de la naturaleza en todas sus formas:
agricultura, pesca y ganadería intensivas, agotamiento de minerales,
contaminación de todo tipo…
Otro enfoque, el de la
ecología científica, aporta una perspectiva completamente diferente del mundo.
En 1937, el botánico británico Arthur George Tansley propuso el concepto de
ecosistema, que revolucionaría la relación científica con la naturaleza. Este
concepto remite a todas las interacciones de las distintas especies vivientes
entre sí, y de todos los organismos vivos con el entorno físico: suelo, aire,
clima… En este contexto, el hombre se redescubre a sí mismo como parte de la
naturaleza, como elemento del ecosistema. Además, ese ecosistema es un medio
ambiente finito, con poblaciones limitadas de antemano tanto desde el comienzo
como en etapas posteriores de la actividad humana.
Pero muchos pensadores
consideran que el enfoque de la ecología científica es insuficiente. Los
adeptos de la ecología profunda (deep ecologists), por ejemplo, creen que el
núcleo del problema en el enfoque científico, incluido el ecológico, es el
antropocentrismo. Defienden una filosofía de la totalidad que integra al ser
humano con todo lo vivo en su conjunto sin concederle ninguna categoría
especial. El respeto por el animal es análogo al respeto por lo humano.
El cuarto enfoque de
las relaciones entre el hombre y la naturaleza intenta mantener una distancia
prudente del radicalismo de los deep ecologists, subrayando a la vez la
pertinencia de la crítica de la ecología científica. La naturaleza y el ser
humano coexisten y se compenetran en un espacio vivo más respetado. Un animal
puede ser respetable sin que se le conceda la misma categoría que a un ser
humano.
Una especie viva, un
ecosistema particular merecen respeto como logros notables de la naturaleza, al
igual que una obra de arte es un logro señero del hombre. La dimensión estética
de una obra remite a una dimensión fundamental de la realidad, que únicamente
el artista es capaz de revelar. Pero esa relación no significa que la obra que
se respeta adquiera categoría humana. Cabe establecer una jerarquía de valores.
Lo animal, algunos ecosistemas o determinados paisajes alcanzan respetabilidad
en virtud de una modalidad dual: es el hombre quien decide respetarlos y lo
hace de una forma que no equivale al respeto que manifiesta hacia lo
específicamente humano.
En la encrucijada de la
ciencia y la política
Como dimensión de la
crisis ecológica, el cambio climático prepara el terreno para una reflexión más
específica sobre la relación entre ciencia y política.
La ciencia tiene una
gran responsabilidad en el origen del problema climático. Hemos entrado en el
Antropoceno en buena medida debido al impresionante poder de las nuevas
tecnologías y a su uso indiscriminado por parte de los poderes económicos: por
primera vez en la historia, la actividad humana está modificando determinadas
características medioambientales que afectan a la humanidad en su conjunto.
Pero la ciencia también
nos hace conscientes de los problemas relacionados con la crisis ecológica y
desempeña un papel decisivo en el desarrollo de perspectivas que podrían
encaminarnos hacia una gestión racional de la crisis climática. La ciencia
puede perdernos, pero también puede salvarnos. Integrado en una concepción más
amplia de la realidad, el enfoque científico sigue siendo decisivo para atenuar
el cambio climático.
Sin embargo, la
democracia no es tecnocracia… En democracia, es el político quien toma las
decisiones. El sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) distinguió entre la
esfera de los hechos y la esfera de los valores. Por el lado del conocimiento,
el científico es un especialista en hechos, y le incumbe analizar las
situaciones y propuestas de diversas hipótesis compatibles con las limitaciones
ecológicas. Los políticos, por su parte, actúan de conformidad con los valores
que se han comprometido a defender. En un sistema democrático, su legitimidad
se deriva de su elección. Se les elige precisamente para que escojan la opción
que se ajuste a sus sistemas de valores. El cambio climático implica análisis
técnicos muy complejos que no siempre están en consonancia con las
orientaciones que los políticos han seleccionado.
Ética ambiental
Sin embargo, hay que
reconocer que hemos entrado en una transición hacia una sociedad marcada
decisivamente por los condicionamientos ecológicos. La participación de todos
en su propia vida cotidiana, el trabajo de los distintos agentes económicos en
sus respectivas actividades –desde las pequeñas y medianas empresas hasta los
más poderosos consorcios multinacionales– y la participación tanto de los
organismos estatales como de entidades intermediarias –sindicatos, federaciones
empresariales, ONG, etc.–, son condiciones esenciales para una acción eficaz.
Porque la cuestión
fundamental es el futuro de la humanidad. Lo que nos empuja a actuar es la
comprensión de que el cambio climático incontrolado puede hacer que la vida
humana en la Tierra sea mucho más difícil de lo que es, si no imposible.
Conocemos el “principio de responsabilidad” que el filósofo alemán Hans Jonas
formuló a finales del decenio de 1970, pensando precisamente en cuestiones
ecológicas: “Actúa de manera tal que los efectos de tus actos sean compatibles
con la permanencia de una vida auténticamente humana en la Tierra”. A partir de
ahora, se trata de concebir una vida social contemporánea que incluya la
preocupación por la sostenibilidad del sistema a muy largo plazo, y que abarque
a las generaciones futuras en el ámbito de nuestras responsabilidades.
Estas preocupaciones
ecológicas deben coexistir con las exigencias éticas contemporáneas, a saber,
el respeto de los derechos humanos y el trato igualitario para todas las
personas. No todas las poblaciones humanas son iguales ante el desafío
climático. Paradójicamente, los países más pobres son a menudo los más afectados
por el calentamiento descontrolado del planeta. Por lo tanto, el respeto de los
derechos humanos debe conducir a un principio de solidaridad internacional que
es lo único capaz de garantizar tanto la gestión global del cambio climático
como medidas específicas para situaciones particularmente complejas. El
principio de responsabilidad hacia las generaciones futuras y el principio de
solidaridad de todos los seres humanos entre sí son esenciales para una gestión
equitativa de la crisis ecológica.de la economía transnacional capitalista de
la fecha posterior a la elección.
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