Milei y sus partidarios desconocen por completo la historia económica de América Latina y sus realidades sociales. No quieren basarse en ella.
Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / www.historiaypresente.com
Entre el 15 y 19 de enero (2024) se reunió el World Economic Forum en Davos, Suiza (https://shorturl.at/iCDLN), que anualmente reúne a jefes de Estado, líderes políticos, empresarios, representantes sociales y medios de comunicación. Los temas centrales fueron: seguridad, cooperación internacional, crecimiento económico, empleo, crisis climática y desafíos de la inteligencia artificial. Atrajo interés la intervención de Javier Milei, presidente de Argentina y primer gobernante libertario y anarco-capitalista del mundo.
Milei adquirió creciente notoriedad mediática como economista, profesor, consultor empresarial y conferencista, desde comienzos del siglo XXI. Destacó por sus extravagancias y su agresividad verbal. Al incursionar en política, su figura se potenció. Como presidente ha avanzado políticas radicales de liberalización económica. En Davos realizó una sui géneris intervención (https://t.ly/vLdmQ; https://t.ly/gxECv), que despertó polémicas. Y como sus ideas se extienden por América Latina, inspiran a los amantes del neoliberalismo y ahora del libertarianismo, entusiasman a los empresarios y riegan los ambientes universitarios, de los economistas e intelectuales de derecha, merecen ser contrastadas desde la historia económica de la región.
En resumen, Milei sostuvo en Davos que Occidente está en “peligro” por el avance del “socialismo” que solo trae pobreza; que el capitalismo sacó a la humanidad de ella desde 1800 con la revolución industrial y que desde entonces solo hay crecimiento sostenido del PIB; la “justicia social” es idea injusta y violenta porque induce al intervencionismo estatal que solo afecta la libertad; el Estado frena el “descubrimiento” empresarial de mayor productividad; cuestionó al “modelo neoclásico” que habla de mercado “imperfecto”, cuando lo cierto es que no hay las supuestas “fallas” del mercado; los países más “libres” son más ricos que los reprimidos; el problema es el Estado; el “libertarismo” es la respuesta y la solución. De paso cuestionó al feminismo y al ambientalismo. Y todo esto se escuchó en el continente cuna de los Estados de bienestar.
Milei hace una abstracción total y absoluta del mercado libre. Lo desprende de la realidad y lo convierte en una entelequia que es la que examina, bajo el supuesto de que eso es teoría. Desconozco si habrá leído a G.W.F. Hegel (1770-1831). Pero obra exactamente como este filósofo, al convertir la idea “mercado libre” en absoluto. Ese es su método intelectual. Milei es el padre del hegelianismo-económico. Inspirador de los libertarianos, el nuevo término frente a “libertarios”. Ha dado un paso adelante con respecto a los teóricos a los que frecuentemente acude (F. von Hayek, C. Menger, F. Wieser, M. Friedman, E. von Böhm-Bawerk, M. Rothbard, L. von Mises, H.H. Hoppe, J. A. Schumpeter, E. Lederer, R. Reisch, W. G. F. Roscher, B. Hildebrand, K. Knies), es decir, una mezcla de profesores, alabadores del capitalismo, enemigos de todo socialismo, radicales antimarxistas y utopistas del mercado libre y la propiedad privada, sin Estado. Al proceder así, la realidad desaparece y se examina un concepto puro: el “mercado perfecto”, que nunca ha existido en la historia del capitalismo y mucho menos en épocas anteriores. Cree que el “modelo de la libertad” existió en Argentina a partir de 1860, por 35 años, convirtiendo al país en “primera potencia mundial”; y, además, que una situación igualmente excepcional “se dio a finales del siglo XV con el descubrimiento de América”.
Pero la historia va por otro lado. Si bien desde 1492 el mercado mundial creció como en ninguna época anterior, se estableció sobre la base del brutal colonialismo en el continente americano y especialmente en la enorme región que hoy se identifica como América Latina y el Caribe, donde las antiguas civilizaciones Azteca e Inca (quedaban algunas comunidades Mayas) fueron arrasadas y los indígenas sometidos a diversas formas de servidumbre y explotación, que dieron origen a su histórica miseria y desgracia. El coloniaje igualmente se levantó con la esclavitud, utilizando el tráfico de “bienes negros” desde África. Impuso el intercambio desigual entre periferias y centros (no conozco si Milei leyó, alguna vez, a los “dependentistas” como Theotonio Dos Santos), que “subdesarrolló” a la región. Y las economías coloniales fueron forzadas a organizarse a conveniencia de las metrópolis España y Portugal, mientras el Caribe pasó a ser el eje de las disputas entre potencias coloniales. Incluso la “libertad” de los mercados impuesta por las reformas borbónicas (siglo XVIII) se cuidaron de seguir controlando y regulando la economía colonial. De manera que la riqueza generada por “empresarios” y “emprendedores” de todo tipo durante tres siglos, nada tuvo de heroico y ejemplar, sino de explotación y sufrimiento. Y el capitalismo europeo nació de esos procesos. Como diría Karl Marx (1818-1883): “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”.
La revolución industrial del siglo XVIII, con la cual se consolida el capitalismo y el “modelo de la libertad”, precisamente por esa situación trajo al mundo la explotación más ignominiosa de la época contemporánea: proletarios sujetos a jornadas extenuantes y salarios miserables, sin derechos laborales, reprimidos (y muertos) cuando protestaban. América Latina no tuvo revolución industrial y en el siglo XIX el capitalismo no existió, exceptuando el incipiente desarrollo de ese sistema en Argentina, Brasil y México, a mediados del siglo. Abundan los estudios sobre el sistema terrateniente y el régimen oligárquico de aquellos tiempos. Los “empresarios” y “emprendedores” de la época tampoco fueron héroes ejemplares, sino explotadores del trabajo, sin capacidades para generar el “desarrollo”. Recién en el siglo XX despegó el capitalismo latinoamericano y en varios países (como Ecuador) prácticamente a mediados del mismo. Tal como había ocurrido en Europa, ese capitalismo aprovechó de Estados latinoamericanos mínimos (ideal libertariano), raquíticos, con ausencia de impuestos directos, con jornadas y salarios sin derechos laborales, dependencia externa y repúblicas oligárquicas. Cuando a partir de la Revolución Mexicana (1910) y de la Revolución Rusa (1917) se extendieron las ideas socialistas, comunistas, anarquistas, anarco-sindicalistas e incluso socialdemócratas, ante el ascenso de las luchas sociales inevitablemente generadas por el capitalismo depredador, en el siglo XX latinoamericano surgieron gobernantes que utilizaron el Estado para promover el desarrollo económico mediante leyes, obras e inversiones, bienes y servicios públicos, regulando las voracidades privadas y reconociendo derechos para los trabajadores y la sociedad. En lugar de vivar al mercado libre y sus gestores, habría que vivar al Estado. Además de que el único país en la historia, que en cuatro décadas sacó de la pobreza a casi 800 millones de personas, es la República Popular China (https://t.ly/HmfkK; https://t.ly/jNkWZ).
Así hemos llegado a las décadas que forman el presente histórico. Hoy existe una aguda “lucha de clases” (Marx) entre los heroicos representantes del modelo empresarial-neoliberal, avanzado aún más con los libertarianos (o libertarios), y el conjunto de la sociedad que aspira al bienestar y progreso que los otros solo lograron para el 1% de la población que concentra la riqueza y, en general, el poder político. Un conflicto que se expresa como disputa fantástica por el Estado: achicarlo o usarlo para implantar una economía de tipo social, que los libertarianos consideran “socialismo”, confundiendo todos los conceptos y teorías existentes sobre estos temas, además de engañar con la idea de que la libertad empresarial y de los mercados es libertad humana.
Y si se examina por países, las situaciones descritas son peores, como ocurre en Ecuador, con una larga historia económica de exclusión social explotación laboral, miseria indígena y campesina, saqueo de recursos naturales, negociados y desfalcos al Estado, corrupción privada, dependencia y subordinación a los capitales transnacionales, “desarrollo del subdesarrollo”, para usar la reconocida expresión de André Gunder Frank.
He sostenido que Milei y sus partidarios desconocen por completo la historia económica de América Latina y sus realidades sociales. No quieren basarse en ella. De manera que es comprensible que la utopía del mercado libre y del empresario moralmente superior hipnoticen a quienes se sienten identificados con el hegelianismo-económico. Tienen sus razones para decir, como Milei: “quiero dejarle un mensaje a todos los empresarios… No se dejen amedrentar ni por la casta política ni por los parásitos que viven del Estado… Ustedes son benefactores sociales. Ustedes son héroes… Si ustedes ganan dinero es porque ofrecen un mejor producto a un mejor precio, contribuyendo de esa manera al bienestar general… ¡Viva la libertad carajo!”
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