La vida independiente de estos países ha sido azarosa, y ha dado lugar tanto a las posturas más serviles como a las más dignas. Siempre ha sido así por estos lares: una de cal y otra de arena, luces y sombras. Cuando alguien trata de enmendar, aunque sea mínimamente, la situación, salen a relucir los "salvapatrias" tipo Micheletti.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
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Centroamérica celebra su independencia el 15 de septiembre. Es un decir, ya se sabe, pero de todas formas es momento propicio para que con los viejos rituales de siempre se renueven los lazos de todos con la nación. Los escolares desfilan uniformados por las principales avenidas de pueblos y ciudades aunque, dependiendo del país, hay variantes.
En Guatemala, por ejemplo, prevalecen las notas de las marchas castrenses, y varios colegios tradicionales se disputan el dudoso privilegio de que sus jóvenes estudiantes parezcan engalanados militares de guantes blancos, charreteras y fusiles. En Costa Rica, el desfile tiene un inequívoco tono festivo: al ritmo de notas tropicales la muchachada marcha jolgoriosa; el Ministerio de Educación es puesto en jaque por las minifaldas de las señoritas que, dice, poco tienen que ver con el patriotismo. A pocos les importa el punto.
Desde que las cinco pequeñas repúblicas centroamericanas nacieron a la vida independiente se cuestionó su viabilidad como naciones. Se argumentaba su tamaño, lo escaso de la población, el atraso y la marginalidad en la que estaban sumidas a pesar de estar en el centro de América.
Apenas dando sus primeros pasos, Centroamérica fue absorbida durante unos años por el Imperio mexicano de Iturbide. Más tarde, el aventurero norteamericano William Walker pensó que podría asociarla a los estados del Sur de los Estados Unidos de América y se posicionó en Nicaragua hasta que fue echado por una coalición de ejércitos centroamericanos.
La vida independiente de estos países ha sido azarosa, y ha dado lugar tanto a las posturas más serviles como a las más dignas. La familia Somoza, por ejemplo, que gobernó dictatorialmente Nicaragua durante más de cuarenta años, hablaba en su seno en inglés como, por demás, lo hacen muchos de los miembros de las clases dominantes de ese país. Es de buen tono hacerlo, y para practicarlo con más asiduidad y con quienes tienen el acento genuino, tienen apartamentos en Miami en donde pasan sus vacaciones estivales. Algunos celebran el 15 de septiembre estando allá pero ese es un detalle menor.
La misma Nicaragua ha conocido posiciones y actitudes opuestas, es decir, de una firmeza remarcable. Cuando en 1927 los Estados Unidos de América invadieron por enésima vez ese país, apareció Augusto César Sandino, aquel al que Gabriela Mistral llamara General de Hombres Libres, y no cejó en hacerles la guerra hasta que se fueron.
Siempre ha sido así por estos lares: una de cal y otra de arena, luces y sombras. La vida independiente centroamericana ha estado tachonada de dictaduras proverbiales de generalotes que se aferran al poder por quince, veinte o treinta años. Qué tristeza.
Ahora que se ha puesto de moda el término “Estado fallido” es bueno traerlo a colación con ocasión de la celebración de la independencia y del Estado nacional. Véase el caso de Guatemala, ¿qué clase de Estado independiente es ese? Muchos pensarán que, a estas alturas de mi discurso, mencionaré la sempiterna relación lacayuna de los sectores dominantes y los Estados Unidos. Pero no, quiero referirme a otros problemas. Por ejemplo, a la penetración del narcotráfico. Por ejemplo, a la incapacidad del Estado para resolver los problemas más básicos de su población.
En estos días, en vísperas de la celebración de la independencia, cuando con la mano en el pecho y los ojos en blanco se cante el himno nacional de ese país, miles de guatemaltecos estarán, literalmente, muriendo de hambre, mientras el Estado no es capaz, ni siquiera, de declarar estado de calamidad pública para tratar de paliar un poco la situación. Los que se están muriendo en el llamado Corredor Seco guatemalteco son los que, siendo tan pero tan pobres, no pudieron migrar hacia los Estados Unidos buscando, no el sueño americano (casa, automóvil, electrodomésticos, éxito) como muchas veces se dice, sino lo mínimo que les permita sobrevivir. Expulsados porque en su independiente país no hay oportunidades.
Estado mafioso, Estado inoperante, Estado inútil, Estado fallido.
Cuando alguien trata de enmendar, aunque sea mínimamente, la situación, salen a relucir los "salvapatrias" tipo Micheletti.
Ese, de seguro, que será de los que cantarán el himno de Honduras con los ojos en blanco.
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