No es fácil escribir sobre los intelectuales: ¿es posible discernir a quienes ofician de tales? De modo que lo primero es definir a un grupo de la sociedad que sea catalogado como tal.
Manuel Barrera Romero / Para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
En Rusia se consideraba a un grupo de su población como parte de la “intelligentsia”. El resto eran ignorantes de papirotes acompañados de un poder cruel. Al revés, en occidente al sabio se le exigía un cierto capital científico, para hablar de inteligencia.
Sin embargo, no a todo sabio se le atribuye la calidad de intelectual. Al escritor de novelas, de poesía, se le considera escritor o poeta en cuanto tales. Mas aún al filósofo se le considera filósofo, no intelectual. Es así por ejemplo en la antigüedad griega a Platón se le consideró un gran filósofo y a los sofistas que comunicaban el saber al púbico interesado y daban consejos a los políticos estaban más cerca del concepto intelectual. El intelectual es una noción del siglo XX pero puede ser considerado heredero del sofista griego y del humanista del Renacimiento, que incorporó el laicismo a la cultura.
El autor Edgar Morin señala que no hay oposición fundamental entre filósofos e intelectuales, sino diferencias de nivel reflexivo. Los intelectuales se sitúan en el nivel de una vulgata, de lugares comunes; los filósofos (los pensadores) ejercen su crítica sobre esta vulgata.
El profesional partidario que tiene como tarea asesorar a un partido político en toda circunstancia y que cumple con el deber de estar de acuerdo con la “línea” del partido no es intelectual propiamente tal. Es llamado con cierto desprecio “intelectual orgánico” Si queriendo obrar con eficacia, elige la acción partidaria caerá infaliblemente bajo los efectos de un chantaje. Siempre podrán pedirle que se despoje de su autonomía de intelectual para convertirse en militante. Pero si sacrifica el intelectual al militante perderá entonces su motivación y su justificación personales. Por lo que su situación será insostenible.
El intelectual es libre para juzgar el error, el engaño o la maldad.
En suma, el intelectual vive en un entorno cultural y generalmente proviene de una profesión humanista. Está vinculado con un ideario político y social. Tiene independencia para criticar lo que el poder incumpla acerca de la ley, de los derechos económicos, laborales y sociales de las clases empobrecidas.
Como era de prever, ninguna caracterización del intelectual ha dejado contentos a tirios y troyanos. Al revés los intereses creados, los ideólogos trasnochados y fanáticos han actuado como vanguardia contra la cultura y los intelectuales. El mas potente ataque contra los intelectuales provino del lado nacionalsocialista. El jefe de la juventud del Reich, Baldur von Schirach profirió un asqueroso lema: “Cuando oigo la palabra cultura echo mano al revólver” Luego se concertó la fórmula del intelectual desarraigado: “judiaco-marxista-pacifista” (René König: “Orientaciones sociológicas”; Buenos Aires: Editorial Sur S.A., 1968, pág.143).
Existe un antiguo libro actualmente poco conocido de título aparentemente contradictorio en sí: “La lógica de los sentimientos”. ¿Acaso la lógica no es propia de lo racional? ¿El autor quiere ofender a Descartes y a su “Discurso del método”, la “luz natural”. Descartes fue un pensador que conocía todas las ciencias naturales de la época.
Me refiero al autor Th. Ribot, quien arremete contra la lógica racional y de quienes aspiran sinceramente a la objetividad científica, a través de una dialéctica despreocupada. Reconoce que es una forma de razonamiento que tiene una estructura firme, sin lagunas, irreprochable. “Pero es un estado de alma extra-racional el que tiene la iniciativa y la alta dirección (…). La lógica de la razón parece dueña; en realidad es sirviente. (…) Al lado de esta forma de razonamiento (…) hay que mencionar otra que yo llamo razonamiento de consuelo. Ha nacido de la necesidad de encontrar un remedio al dolor del alma” (Th.Ribot; “La lógica de los sentimientos”; Madrid: Daniel Jorro Editor; 1905; páginas; 127-128).
Por otro lado, C.Wright Mills realiza un discurso apasionado y apasionante sobre la razón y la libertad. Dedica todo un capítulo de su famoso libro al tema: “En la actualidad los hombres buscan en todas partes saber dónde están, a dónde van y qué pueden hacer -si es que pueden hacer algo- sobre el presente como historia y el futuro como responsabilidad”. Sus interrogantes aluden a la capacidad de los intelectuales para influir sobre los partidos políticos, el público y los gobernantes en torno a las más importantes asuntos. Considera que en una época de cambios tan potentes, el mundo del conocimiento, de la razón y de la sensibilidad están alejados del poder, a pesar de que quiénes están allí son tan ignorantes como irresponsables. Curiosamente el libro tiene un apéndice titulado: “Sobre Artesanía Intelectual”, en que el autor da consejos acerca de la práctica del oficio del trabajo intelectual.
Los consejos no son pocos. Van de las páginas 206 a 236. Pone énfasis en aprender a usar la experiencia de vida en el trabajo intelectual. La ciencia social es la práctica de un oficio, en que el tema que se trabaja se reúne con el examen e interpretación de lo vivido por el sujeto.
(Véase C.Wright Mills, “La imaginación sociológica”. México: Fondo de Cultura Económica, 1961, pág. 194.)
Norberto Bobbio, el reconocido maestro y político de Turín, en su libro “Las ideologías y el poder en crisis” escrito en tiempos difíciles para su país publicó un artículo que tituló “El intelectual desobediente”(páginas 72 a 76), en el que se refiere al problema permanente de la difícil relación entre intelectuales y partidos políticos. Hace mención de lo que sucedía al interior del partido comunista italiano donde conocidos hombres de cultura manifestaban opiniones distintas de las oficiales del partido. Da por ejemplo las críticas al llamado “centralismo democrático”. También en forma frecuente las críticas a los diseños políticos que ocurrían en los países socialistas. Los disidentes eran científicos, escritores, artistas, personas de estudio. Es decir, genuinos “intelectuales”. (Véase Norberto Boblio, op.cit. Barcelona;Editorial Ariel, S.A.)
En otro de sus libros Norberto Bobbio narra las actividades realizadas desde los intelectuales turinenses universitarios, tanto profesores como estudiantes, por recuperar la vida democrática después de la guerra y la tiranía en Italia. Dice que habría que escribir un libro explicando por qué él es un moderado en política.
Algunas de sus expresiones son:
“Soy un moderado porque soy un convencido seguidor de la vieja máxima in medio star virtus. Con ello no quiero decir que los extremistas están siempre equivocados (…) ello equivaldría razonar como un extremista (…)
La democracia es el lugar donde los extremistas no prevalecen (y, si lo hacen, se acabó la democracia). Esa es también la razón de que las alas extremas de una formación política pluralista, la izquierda y la derecha, esté unidas por el odio a la democracia, aunque por razones opuestas.
La democracia, y su aliado el reformismo, pueden permitirse errar, pues los propios procedimientos democráticos consienten corregir los errores. El extremista no puede permitirse errar, pues no tiene vuelta atrás. Los errores del moderado demócrata y reformista son subsanables, los del extremista no. Al menos sólo son subsanables pasando de un extremismo a otro” (Norberto Bobbio; De senectute; Madrid: Santillana, S.A. Taurus, 1997, páginas 184-185).
Para los que leen inglés es recomendable el libro de Robert Michels “Political Parties”, en especial el capítulo 6: Intellectuals, and the Need for Them in the Working-Class Parties. (New York; COLLIER BOOKS, páginas 293 a 304).
También el libro de Jacques Ellul: “The Technological Society” en especial el capítulo 4 “Technique and the State”, donde se encuentran varias páginas tituladas “The Conflict Between the Politicians and Technicians”. Páginas 255 a 291 (New York; Alfred A. Knopf, 1965)
Pierre Bourdieu ha escrito un libro filosófico titulado “Intelectuales, política y poder” (Buenos Aires: Eudeba Universidad de Buenos Aires; 2007), en que el sustantivo intelectual alude a todo el universo del trabajo con la razón lógica, en el campo de la filosofía como el campo de los ciencias sociales. Por tanto, no se interesa por distinguir entre el pensador sobre lo abstracto y del que utiliza ese saber en el orden o desorden social y político. Nuestro interés dice es, por supuesto, perfilar a los intelectuales en cuanto bajan del Olimpo. Y esto sucede en una entrevista que se describe en el capítulo “No hay democracia efectiva sin verdadero contra-poder crítico”. Anoto parte de una pregunta realizada por un entrevistador: “Usted habla de la gran libertad de los gobernantes en el dominio simbólico. Ello no concierne sólo a las conductas dadas como ejemplo. Se trata también de palabras, de ideales movilizadores. ¿De dónde viene, en este punto, la deficiencia actual?”
Pierre Bourdieu responde: “Se ha hablado mucho del silencio de los intelectuales. Lo que sorprende es el silencio de los políticos. Están formidablemente escasos de ideales movilizadores. Sin duda, porque la profesionalización de la política y las condiciones exigidas a los que quieren hacer carrera en los partidos excluye cada vez mas a las personalidades inspiradas”. (Pág. 182) ¿Es Chile otro caso ejemplar?.
Los intelectuales participan en nuestra civilización donde se realiza progresivamente la humanidad del hombre. Fuerzas conservadoras del pasado se oponen a este desarrollo.Por lo cual de les debe denunciar y debilitar proponiendo soluciones de reemplazo. Esta es la tarea de los intelectuales. Un ejemplo es la propuesta de Engels, el Contrato social. De acuerdo a Marx la verdadera función del intelectual es crítico-práctica. Es de ese modo que la praxis se asocia al logos. En breve la concepción marxista del intelectual: alianza natural de la ideología revolucionaria y de la clase revolucionaria. Derribo del logos por la praxis. Lo explica el siguiente aforismo: “Así como la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra sus armas espirituales” La suerte de esta alianza es cosa de una historia asaz compleja, tanto lo que fue en el campo socialista como en el capitalista.
El filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, que celebra sus 100 años de edad, compartió una conferencia virtual en Santiago en su homenaje, el 9 de julio de 2021.
Justamente he estado leyendo su artículo “Intelectuales: crítica del mito y mito de la crítica”. Empieza su texto con las siguientes interrogantes: ¿qué es la intelligentsia? ¿Qué son los intelectuales? ¿Qué tipo de grupo instituyen en la sociedad? ¿Cuáles son sus estructuras y sus ideologías? ¿Qué papel desempeñan den la vida política?, etc…
Los intelectuales se definen desde el punto de vista de la cultura humanística o clásica, aunque no se definen tanto por la profesión como por el papel que tienen en la sociedad. En buenas cuentas, se es intelectual cuando confluyen tres condiciones: a. Una profesión culturalmente valorizada; b. Un papel político-social y una conciencia en comunicación con lo universal.
Sin embargo, las características de la época en que vivimos complican este quehacer.
La primera es que la ilusión de que el camino que transitamos tiene un final alcanzable y que ese final es una sociedad justa, sin conflictos, con un futuro controlable por tanto sin consecuencias imprevistas para nuestros emprendimientos. La segunda es que la actual modernización obliga a una desregulación de las tareas y responsabilidades y a su individualización. De modo que somos nosotros los individuos los que debemos administrar lo que era atributo y propiedad de la especie humana, que ha sido fragmentado, es decir individualizado.
Como dice Zygmunt Bauman: “Esta fatídica retirada se ha visto reflejada en el corrimiento que hizo el discurso ético/político desde el marco de la “sociedad justa” hacia el de los “derechos humanos”, lo que implica re enfocar ese discurso en el derecho de los individuos a ser diferentes y a elegir y tomar a voluntad sus propios modelos de felicidad y de estilo de vida más conveniente (…). Ya no hay grandes líderes que te digan qué hacer, liberándote de las consecuencias de tus actos; en el mundo de los individuos de quienes puedes tomar el ejemplo de cómo moverte en los asuntos de tu vida, cargando con toda la responsabilidad de haber confiado en ese ejemplo y no en otro” (Zygmunt Bauman: Modernidad Líquida, México: Fondo de Cultura Económica, 2003, páginas 34 y 35).
Después de reflexionar sobre las característica políticas, sociales y económicas de la modernización del siglo XX y de la situación de la democracia y las personas en ellas anuncia, en la página 308 el siguiente subtítulo “Intelectuales y actores”. Me refiero al sociólogo francés (tan ligado a Chile) Alain Touraine y su voluminoso libro ¿Podremos Vivir Juntos? Alerta a los intelectuales de la complejidad de la situación en un mundo que se ha globalizado y del poder de la sociedad de masas regida por el consumo y la ganancia.
Sin embargo nos dice que observa que el pensamiento sociológico tras un eclipse, “comienza a renacer, transformado. Dejó de ser el estudio de los sistemas sociales para concentrarse en la acción. Hoy procura comprender cómo se forman los actores y cómo crean una nueva sociedad, cómo se mezclan vida pública y vida privada, cómo puede ser representa la democracia, cómo se combina la unidad social con la diversidad cultural.” Para decirlo en forma resumida Touraine postula: “El Sujeto, la comunicación, la solidaridad son tres temas inseparables” Es esa justamente la tarea de los intelectuales, la promoción de esa tríada. Para Touraine el Sujeto es la persona, el yo, merecedor de respeto por la sociedad, empoderado en su individualidad. (Alain Touraine; ¿Podremos Vivir Juntos? Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina S. A. 1997).
Otro sociólogo que alude a los intelectuales, su estatus, sus problemas, el rol que juegan en la sociedad es Seymour Martin Lipset. En efecto, en su libro “El hombre político” , escribe el Capítulo X. LOS INTELECTUALES NORTEAMERICANOS: SU POLITICA Y SU STATUS, en el que reseña las controversias políticas de que han sido objetos los intelectuales en el país al tenor de las vicisitudes políticas que ha vivido Estados Unidos tanto en el plano interno como en el internacional.
En ocasiones han sido severamente criticados por los empresarios y sus aliados conservadores, cuando el capitalismo iba en ascenso. Los intelectuales han respondido que el mismo objeto o tema de su labor los obliga a estar distantes de la sociedad cualquiera ella sea. En la medida, sin embargo, en que ese capitalismo se consolidó y la sociedad se hizo más compleja la razón intelectual se amplía y su estatus se robustece. Todo estos procesos y los que en el camino se van presentando se discuten en este capítulo, que desde la pág.297 a la 333.
Lipset describe las diferencias entre las imágenes de los intelectuales en USA y en Europa. Alude, además, a las diferentes reacciones de los científicos frente al trabajo en la creación de armas más y más mortíferas.
También alude a la posición política de los intelectuales en el esquema de partidos en USA. Sostiene que ha sido clara la inclinación hacia la izquierda sea demócrata o hacia partidos menores.
Tratando de encontrar una definición del concepto “intelectual” dice: “Hemos considerado como intelectuales a todos aquéllos que crean, distribuyen y aplican la cultura, es decir, el mundo simbólico del hombre, incluyendo el arte, la ciencia y la religión.” Sin duda un definición amplia. Buscando una definición más afín con la visión que nos interesa en este capítulo hemos encontrado en la misma página lo siguiente:
“La definición corriente de los intelectuales, especialmente la que dan sus propios portavoces, expresa que los mismos son críticos de la sociedad y se mantienen forzosamente al margen de ella” (nota del autor: aquí forzosamente, pero voluntariamente. Problema de traducción).
De modo que podemos concluir que en un país tan complejo como los Estados Unidos el status de los intelectuales depende de si obedecen a fuerzas que los impulsan a una alianza con las instituciones principales de la sociedad del país o si prefieren mantenerse en una posición distanciada de tales instituciones. En verdad, en la realidad los hay en ambos bandos.(Seymour Martin Lipset; El Hombre Político; Buenos Aires: EUDEBA, 1963).
Por detrás de todo lo anterior esté el supuesto de que el ser humano es un “animal cultural”, es decir que vive y se desenvuelve en una cultura. Sus años de estudio formales, su educación en la familia y su aprendizaje informal en la sociedad confluyen, para posibilitar su despliegue personal en la cultura en que está inserto.
Si a partir de ello se convierte en una persona culta, “el hombre que sabe”, podría llegar a ser un intelectual en el sentido del que acá hemos escrito.
Es hora de desacralizar la cuestión de los intelectuales. Porque es tratarla con espíritu fetichista considerar a los intelectuales como profetas. A la inversa, el encono con respecto a los intelectuales es síntoma siempre inquietante de una mentalidad favorable a la opresión.
Jürgen Habermas y su famoso libro “El discurso filosófico de la modernidad” alude en los inicios de su libro a Max Weber y su preocupación por la relación entre modernidad y el racionalismo occidental. Ello implicó la evolución de las ciencias experimentales modernas así como la de todas manifestaciones culturales. Lo que trajo consigo, en su devenir, la disolución de las formas tradicionales de la vida cotidiana.
A partir de Max Weber y de los elaboraciones posteriores puede usarse el siguiente aserto como definición de modernización.
El concepto de modernización se refiere a un haz de procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formación de capital y a la movilización de recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la productividad del trabajo; a la implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de los derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la secularización de los valores y normas, etc. (Madrid: Taurus Humanidades;1991; pág. 12).
Santiago de Chile, 19 de Julio del 2021.
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