sábado, 10 de julio de 2021

Costa Rica: tocando fondo

Una crisis como la que vivimos no es casual, ni nació ahora con el escándalo más reciente. La corrupción –y la evasión de impuestos es una de sus purulentas manifestaciones – tiene larga data. Es una de las causas de nuestro subdesarrollo.


Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América


El más reciente escándalo que ha llenado los espacios mediáticos durante semanas y parece que no amainará, pues cada día aparecen nuevos y más graves datos que acrecientan el abismo insondable de la corrupción, debería ser uno de los temas centrales de la próxima campaña electoral, pues ya, de alguna manera, con este escándalo se inició esta campaña.

 

Si bien hemos de reconocer que no se trata, ni mucho menos, de un fenómeno nuevo, porque en lo que llevamos de siglo gobiernos de diverso signo partidario cargan un fardo de acusaciones; basta con mencionar el caso de las Crucitas durante el gobierno de los hermanos Arias, la “trocha” que se dio durante la administración de Laura Chinchilla, o el “cementazo” en el gobierno anterior. Una de las características más preocupantes de estos casos es que salpican, no sólo al entorno de absoluta confianza de los jefes de Estado, sino también a su persona misma y a parientes suyos y sus allegados. 

 

El asunto reviste ribetes aún más inquietantes, si tomamos en cuenta que esos reiterados escándalos ponen en tela de juicio la idoneidad ética y la eficiencia administrativa de los que hasta ahora han regido los destinos de la  patria;  al mencionar  a los que “hasta ahora han regido los destinos de la patria”, involucro por igual a los jerarcas de los supremos poderes como a los grandes empresarios, cuyos intereses están ligados a las multimillonarias obras que se realizan con fondos públicos, por lo que siempre se cuidan de tener sus representantes en las instituciones estales, hayan o no sido elegidos por la vía electoral; unos y otros usufructúan de las mieles del poder en razón del dinero, en su condición de grandes empresarios o de funcionarios del Estado. Si algo quedó claro con estos escándalos, es que el origen de la corrupción viene del sector empresarial privado, que se las ingenia para seducir, como la serpiente bíblica, a funcionarios públicos inescrupulosos y proclives al enriquecimiento fácil.

 

La indignada reacción del pueblo no se ha hecho esperar; podría estallar en cualquier momento, en formas no necesariamente pacíficas; porque hay conciencia de que esta vez no se trata de una vez más, sino que se ha tocado fondo. Veamos el contexto; la pandemia se ha prolongado y, con ello, la crisis económica y sus secuelas en el campo social y laboral, se agudiza. No es que esta crisis no existía antes, pero la pandemia no ha hecho sino poner en evidencia sus manifestaciones más deletéreas, tales como el incremento de la brecha social, el aumento del desempleo y la laguna que se ha creado en la educación formal. Definitivamente, hay un antes y un después de la pandemia; los historiadores hablarán de una generación que se llame “la generación de la pandemia”; es aquella generación de niños y adolescentes que durante meses no pudo asistir a clases y cuyas lagunas educativas les afectará en el futuro personal, como afectará al futuro mismo de nuestro país. 

 

Las consecuencias de esta crisis están lejos de verse actualmente en toda su virulencia, pero se irán viendo a medida que vaya pasando el tiempo, porque esas fatídicas consecuencias durarán y perdurarán en forma pertinaz.  Lo que podemos decir es que por ahora sólo vemos la punta del iceberg. De nosotros depende que esta crisis no sea una tragedia, sino tan sólo e inevitablemente en algunos de sus efectos, pero que seamos capaces de convertirla en un peldaño que nos permita ascender y ver más lejos personalmente y, sobre todo, como nación, avizorar un panorama más esperanzador en el futuro, empezando por el a presente año en que celebramos doscientos años de haber nacido como nación soberana.

 

Una crisis como la que vivimos no es casual, ni nació ahora con el escándalo más reciente. La corrupción –y la evasión de impuestos es una de sus purulentas manifestaciones – tiene larga data. Es una de las causas de nuestro subdesarrollo, de por qué no hemos podido superar la pobreza ni acrecentado la clase media, ni hemos avanzado en la justicia social en las últimas décadas. La corrupción tiene sus raíces en la colusión entre intereses privados de un sector minoritario pero cada vez más prepotente e inescrupuloso y mercenarios que, se han apoderado del Estado y sus instituciones, convirtiéndolas en fuentes de lucro y no de servicio a la comunidad. Por eso, la corrupción abarca amplios espacios, tanto privados como públicos y amenaza con estrangular con sus tentáculos omnipresentes a nuestra democracia, sobre todo cuando se alía con el poder del narcotráfico y el dinero proveniente del lavado, que ya domina en gran medida el poderoso capital financiero. Con ello, la paz social y la estabilidad política se ven seriamente amenazadas. 

 

Las raíces del mal no están en la corrupción; ésta no es más que la consecuencia más deletérea de un mal que radica en una sociedad infectada por un capitalismo decadente, que cree que el poder del dinero lo logra todo. Hoy tenemos conciencia en forma dramática de que la democracia está en crisis debido a que el dinero proveniente del lavado amenaza con deteriorar en forma definitiva la confianza del pueblo en los partidos políticos. La corrupción genera decepción generalizada.  Por lo que será el pueblo mismo quien deba tomar las riendas de su propio destino. Las próximas elecciones deben ser vistas, no como un monótono ritual más de la “democracia” formal, sino como el primer paso para convertirla en una democracia real que responda a sus necesidades. Para ello, los sectores más sanos y lúcidos de la ciudadanía deben unirse en un frente común y hacer una obra de conciencia cívica que asuma el poder por la vía pacífica y devuelva al pueblo la confianza en su propia capacidad de darse un destino mejor.  

No hay comentarios: