El ensayo “Soñemos juntos” recoge las ideas de sus encíclicas y apunta a las raíces del cristianismo. En esta reflexión, Francisco rescata la categoría Pueblo, un término un tanto desdibujado por intereses variopintos.
El escritor guatemalteco-costarricense Rafael Cuevas Molina señaló que, aunque sabemos que el Papa no es infalible, “sobresale entre el vocinglerío que caracteriza a nuestra época”. Y es que, las reflexiones de Francisco I siempre causan ruido. En el Vaticano ha decepcionado tanto a los ultraconservadores como a los progresistas extremos. Unos quieren una iglesia estática, de puertas cerradas. Los otros, confunden renovación con rebelión. Y estas exigencias no van con su pensamiento. Su preocupación es de carácter social. Así lo manifestó el cardenal Walter Kasper, quien dice que, el Papa quiere volver a las raíces del Evangelio, acorde con el contexto del siglo XXI.
El ensayo Soñemos juntos recoge las ideas de sus encíclicas y apunta a las raíces del cristianismo. En esta reflexión, Francisco rescata la categoría Pueblo, un término un tanto desdibujado por intereses variopintos. Pueblo en un sentido sinodal, es decir, plural y heterogéneo; con la participación de todo tipo de personas como lo difundió el Evangelio. Afirma que la iglesia nació en la periferia en defensa de los más necesitados. “Si la iglesia se desentiende de los pobres, deja de ser la iglesia de Jesús”. El ensayo no esconde la cruenta realidad, ni rehúye los temas conflictivos; no es demagógico, ya que es propositivo desde lo que es posible.
Dice que hablar de pueblo, “es un antídoto a la tentación constante de crear élites, ya sean intelectuales, morales, religiosas, económicas o culturales”. Es una definición crucial en una actualidad global caracteriza por el sectarismo. Y que solo se puede leer en términos de la tensión existente entre los diferentes grupos con exigencias, posturas y luchas particulares.
El Papa no romantiza el estado de pobreza. Al contrario, aboga para que todas las personas tengan las condiciones materiales para poder vivir de forma digna. Por eso, critica la cultura del descarte, la indiferencia, las acciones de la política y la economía cuando se alejan de su función social. Recuerda los valores de la Doctrina Social de la Iglesia Católica que ayudan a trabajar por el bien común de todos los ciudadanos. “La política puede volver a ser una expresión de amor a través del servicio”.
Reflexiona que, una manera de desentenderse de los pobres es despreciar su cultura, sus valores espirituales, religiosos, sea descartándolos o explotándolos para fines mercantiles. “El desprecio de la cultura popular es el comienzo del abuso de poder”. Recomienda, reconocer y respetar la espiritualidad de la vida de los pueblos, tanto del abanico cristiano como otras creencias, pues esto regenera la política y aumenta la fraternidad.
Advierte de los excesos de los sistemas económicos salvajes que generan desigualdad y pobreza; de las caras maquilladas de la globalización que desunen, ocultan la explotación y disimulan la exclusión. Critica también a los populismos insanos. A los gobiernos clientelistas que utilizan a los pobres e instrumentalizan la cultura del pueblo. Habla sobre la importancia generar y garantizar trabajo digno. “No es un privilegio exclusivo de los empleados ni de los empleadores, sino un derecho y un deber para todos los hombres y mujeres”. Sin embargo, ha sido una acción desatendida por los gobiernos de las diferentes ideologías políticas. En este sentido, ante la realidad tan complicada que estamos viviendo, dice el Papa que, “priorizar el acceso al trabajo debe convertirse en una meta central de las políticas públicas de una nación”. Y las instituciones deben asegurar el cumplimiento de los derechos laborales.
Fiel al pensamiento cristiano-católico se centra en el ACTUAR. Pues no es suficiente decir que, se cree en Dios si sus acciones van contra el prójimo en el amplio sentido, individuos y sociedad. De ahí la importancia de la propuesta de Francisco, desde una dimensión antropológica, social y ecuménica que promueve el diálogo intercultural e interreligioso. “El corazón del cristianismo es el amor de Dios por todos los pueblos”.
No le habla el Papa jesuita a un lector cautivo, sino al género humano. Una de las grandes preocupaciones de su pontificado han sido las personas migrantes. “Rechazar a un migrante en dificultades, es una grotesca falsificación tanto del cristianismo como de la cultura”. De manera que, problematiza que las culturas y las identidades no son inmutables a lo largo del tiempo, más bien, están en constante transformación.
Estas ideas cercanísimas al Evangelio han llenado de esperanza a personas de diferentes credos y rincones del mundo. Aunque, es innegable que, también han tenido mala recepción; han sido cuestionadas por los medios tradicionales; por conservadores, dentro y fuera de la iglesia católica; soslayadas por muchos intelectuales de verbo progresista y criticadas por políticos de diferentes ideologías. Pero, el Papa, líder espiritual, si se quiere, político también, intelectual de sabiduría teórica y práctica, sigue teniendo peso. A pesar de la “máquina de fango” que lo persigue, como llamó Umberto Eco al modo contemporáneo de deslegitimar al adversario.
La escritora nigeriana Chimamanda Adichie es una gran crítica de la institución católica de su país. Sin embargo, no teme expresar que las acciones y textos del Papa “son una verdadera inspiración”. Y ha manifestado, “me encanta el Papa Francisco porque es muy humano”. Parece que la voz conciliadora de Francisco, su palabra profunda, crítica y sencilla, no solo es más convincente, sino más refrescante y esperanzadora que la de quienes lo adversan.
Referencia
Francisco I. (2020) Soñemos juntos. El camino a un mejor futuro. Conversaciones con Austen Ivereigh. Madrid: Plaza Janés.
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