La pandemia aceleró y colonizó todos los ámbitos de nuestras vidas. Un caso curioso: Boaventura de Sousa Santos en la Cruel pedagogía del virus, y Bill Gates en su libro Cómo evitar la próxima pandémica coinciden en la necesidad de aprender del virus. Obviamente, con compromisos ideológicos distintos. Lo de Gates es interesante, más allá de todas esas teorías conspirativas, él señala que, uno de los factores determinantes, es la compilación de información en tiempo real para tomar las medidas de mitigación con antelación. Ojo, hay que tener cuidado con estar recopilando información sin ninguna discusión previa, porque puedes quedar trabajando para las dinámicas del poder. No hay duda de que la recopilación de información es fundamental. Allí las universidades pueden jugar un papel clave, si lo hacen y lo hacen bien con criterios éticos, pero en tiempo real.
Estamos en el siglo XXI cronológico e histórico, tenemos que pensar en nuestra realidad material y concreta. Y, en este caso particular, sobre la Universidad. Tengan en cuenta que estoy hablando desde un contexto geográfico específico, Panamá. Para los términos prácticos tenemos analógicamente los mismos problemas y retos, aunque los encaremos de forma distinta.
Para intervenir aquí y reflexionar colectivamente me planteo la siguiente pregunta: ¿Qué no puede faltar en la Universidad de nuestro tiempo? Lo diré así esquemáticamente y explicaré en ese mismo orden. Primero, no puede faltar el carácter popular; segundo, la concepción romántica de conciencia crítica de la nación; y tercero, el trabajo científico ampliado de la academia en función de la afirmación de la vida. Por lo visto, no es un tema de prospectiva, ni nada por el estilo. Es un asunto de vieja data, pero lo que preocupa en el asalto neoliberal (por más de cuarenta años), es lo mencionado que se está perdiendo. Como sabemos, la historia no es lineal, es zigzagueante y, en ese sentido, por momentos estamos retrocediendo en algunos de esos aspectos.
Aún la movilidad social y una universidad abierta al gran público, al pueblo, le sigue siendo sustantivo. Ampliar las becas y acreditar los posgrados para regularlos respectivamente. Trabajar al más alto nivel en el tema de la innovación, lo que es posible con financiamiento. Ahora mismo, en Panamá hay una propuesta (resultado de una huelga) sobre la mesa para hacer cumplir la Ley Orgánica de Educación que consiste en invertir el 6 % del PIB. Si eso lo invertimos bien en laboratorios, instalaciones y becas para estudiantes de alto índice (y ya hay algo de eso), estaremos dando un paso en la dirección correcta. Pero necesitamos trabajar a nivel interno, porque a veces tenemos muchos rezagos.
Sobre el carácter popular, lo digo en varios sentidos. Lo primero es que sea una universidad del pueblo, de aquellos excluidos. También, pensar en popularizar la educación, que sea asequible a todos y todas. La Universidad de Panamá (UP) tiene mucho de esto. Por ejemplo, en la pandemia la UP aumentó significativamente la matricula, por varias razones, las personas perdieron sus trabajos y no podían pagar las universidades privadas, entre otras cosas. Además, otra medida que tomó la UP fue no transferirle el costo de matrícula a los estudiantes. Sobre este carácter popular, impera la necesidad de trabajar en las prácticas educativas populares, de humanizar y dinamizar los procesos pedagógicos, porque cierto elitismo existente está relacionado al neoliberalismo, y es ciertamente bastante mediocre muchas veces.
Por otro lado, está nuestro segundo tema, el ideal romántico de la universidad como conciencia crítica de la nación. Eso estuvo presente con los fundadores liberales de la UP, y quedó más explícito constituido (2022) en la misión de la UP como “compromiso social, conciencia crítica e identidad nacional”. Ahora bien, esto lo tenemos que traducir para una praxis revolucionaria. El avance del neoliberalismo atenta contra esta función crítica, porque forma una subjetividad individualista y conformista al orden establecido. Entonces, este ideal romántico (y, con romántico lo tomo en su acepción revolucionaria) tiene que practicarse para transmutarse como una subjetividad comunitaria y reproductora de un nuevo orden vigente, más enfocado en la afirmación de la vida. En ese sentido, no solo hay que pensar en los contenidos, sino en la forma como podemos trabajar con las gentes.
Por último, quiero hablar sobre el trabajo científico ampliado. Es tratar de darle la vuelta a la tortilla a un asunto fundamental para los rankings universitarios. Uno de los indicadores que tiene mayor peso es la producción de artículos científicos y no solo la cantidad, sino el índice de citación (Índice h e Índice i10). Guillermo Castro Herrera, uno de nuestros grandes pensadores, ha criticado esto, nos dice que esto de los artículos científicos merma otros géneros como el ensayo y el artículo de opinión. Eso es cierto. Ahora bien, ni podemos asumir esto acríticamente ni renunciar a la producción científica. Por eso, considero que el contenido puede enrumbar las cosas. Es decir, publiquemos artículos científicos, con contenido crítico y emancipador. Así, tendríamos una visión ampliada del trabajo científico, para disputar ese espacio con un contenido distinto.
Ante los avances del neoliberalismo, fenómeno del cual la Universidad como parte de la sociedad no puede abstraerse, aquella tiene que encarnar con humanidad esta patología social. En momentos pareciera que retrocedemos, pero si hacemos nuestro trabajo, la Universidad en general y la UP en particular, no perderá su augusto compromiso popular, crítico y científico.
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