sábado, 24 de mayo de 2025

¿Finalizará algún día la guerra en Ucrania?

 La pregunta que encabeza nuestro artículo parece retórica, pero no lo es. Claro que todas las guerras terminan algún día, pero a como se presentan las circunstancias presentes, esta guerra parece que cada vez está más complicada, más empantanada, y su final cada vez más lejano.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 

En Europa no parece haber cansancio popular, movimientos pacifistas como los hubo en tiempos de la guerra de Vietnam. A la inversa, lo que cada vez parece entronizarse es la actitud belicista, con sus respectivas declaraciones altisonantes y las exhibiciones de fuerza. Hasta las izquierdas entran en la zarabanda. Crecen los presupuestos para el rearme, se sacrifican gastos sociales y se invierte en fábricas de las que salen lo más avanzado en misiles hipersónicos teledirigidos, con precisión milimétrica para dejar el mínimo de “daños colaterales”, que en definitiva es la gente común y corriente.
 
Por otro lado, a pesar de todos esos avances tecnológicos, de los ingentes presupuestos gastados, de la cantidad de gente muerta, lo que uno puede constatar en los mapas del campo de batalla son avances y retrocesos mínimos. Las agencias de noticias dan a conocer la caída de ciudades ucranianas en manos de los rusos, y parece que cada una es un punto neurálgico que cambiará el rumbo del conflicto, pero la realidad es que poco o nada parece cambiar.

Lo que sí ha traído la guerra es un reordenamiento del sistema mundo contemporáneo. La relación entre Europa y los Estados Unidos es, posiblemente, la que más se ha resentido de esta situación. La guerra ha sido el catalizador de esta nueva situación, pero habría que preguntarse si lo ha sido la guerra en sí, o la posición que respecto a ella han asumido los implicados -directa o indirectamente- en ella.

La posición más evidente es la de Estados Unidos. Su posición respecto a la guerra, lo ha distanciado y, se podría decir que hasta enfrentado, con la OTAN y la Unión Europea. Pero si Donald Trump no hubiera ganado las elecciones en ese país, no habría habido tal distanciamiento o enfrentamiento. La guerra ha sido el catalizador de una situación que existe en todos los ámbitos, en el económico, en el político, en el social. Los aranceles que la administración de Donald Trump blande como garrote amenazador son una muestra de que las diferencias respecto a la guerra son solo una parte de los múltiples problemas que sufre Occidente. 

La guerra es, pues, expresión de un proceso de reordenamiento que no empezó ni terminará con ella. Los perennemente dominantes, Estados Unidos y Europa, no se amoldan a los nuevos tiempos y siguen actuando con la misma prepotencia de siempre. Las escaramuzas de Donald Trump con sus visitas extranjeras en el Despacho Oval, recién decorado con gusto chabacano de nuevo rico, son una muestra. Ya nadie va a querer ir a sentarse frente a ese energúmeno engreído. Eso también es la guerra, menos sangrienta, tal vez, menos ruidosa, pero igualmente descarnada.

El reordenamiento del mundo provoca que los gallitos de pelea afilen sus espolones y hagan relucir sus crestas tratando de mostrarse fuertes. Se reúnen y sacan pecho, amenazan y vociferan a los cuatro vientos que serán ellos los que prevalecerán. Que sigan así y, a la postre, nadie prevalecerá. 

Pero eso nadie, o muy pocos, lo entienden. Luego llorarán sobre la leche derramada, pero ya será demasiado tarde. 

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