¿Con qué derecho -o con qué
cuestionable arrogancia- pueden tratarnos de sub-desarrollados quienes nos
diezmaron, quienes llevaron el planeta al borde de una catástrofe ambiental,
quienes pusieron en marcha un modelo de vida que valora por sobre todas las
cosas la propiedad privada y considera que la tierra, el agua, el aire que
respiramos o las plantas y los animales de los que nos valemos pueden tener
dueño?
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde
Ciudad de Guatemala
(Hallada en el baño de un
restaurante de baja calidad en un barrio popular de Rawalpindi, Pakistán.
Escrita a mano en perfecto francés con tinta color azul).
Dirigida a quien quiera leerla
(pero especialmente a los ciudadanos del Norte)
No soy blanco.
Aclaro esto desde un principio para que se entienda bien quién escribe
esto, y por qué lo escribe. No ser blanco significa que no pertenezco a ese 30
por ciento de privilegiados -si es que así se le puede llamar- que no se siente
discriminado por el simple hecho de tener un determinado color de piel. No ser
blanco, es decir: ser oriental, negro, indio, árabe, mestizo o todo tipo de
combinación que se desee, es ya un estigma imposible de borrar. Los que
sufrimos este estigma, los que padecemos esa pesada carga día a día, somos
muchos, muchísimos. Somos, especialmente, los que vivimos en el Sur del mundo
(África, buena parte de Asia, Latinoamérica y el Caribe, Oceanía y sus islas).
Y representamos mucha gente, la enorme mayoría de la población del planeta.