En Centroamérica están aconteciendo hechos que permiten afirmar que, a 13 años de la firma del último acuerdo de paz en la región, las fuerzas de izquierda que en ese momento apostaron por la vía electoral, han ganado espacios importantes que están reperfilando el espectro político del istmo.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
El presidente de Costa Rica, Oscar Arias, ha invitado a una reunión de mandatarios centroamericanos con el Vicepresidente norteamericano, Joseph Biden, el lunes 30 de marzo. Se han excusado de asistir el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, y el de Nicaragua, Daniel Ortega. Solo estarán, entonces, Álvaro Colom de Guatemala, y Elías Antonio Saca de El Salvador quien, por demás, ya está de salida. Una desteñida cita que refleja cómo se expresan en Centroamérica, región de importancia geoestratégica para los Estados Unidos, los pesos y contrapesos de las tendencias políticas contemporáneas en América Latina.
En efecto, tan solo cinco días antes, todos los mandatarios centroamericanos, con excepción de Oscar Arias (quien envió a su canciller a la cita), se reunieron en Managua en el marco del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), que es presidido pro tempore por el presidente Daniel Ortega. La ausencia de Arias no es casual, y se inscribe en lo que TeleSUR ha calificado, basándose en distintas fuentes diplomáticas, como "un supuesto rechazo al gobierno de Daniel Ortega que en el caso de Costa Rica ha pasado a ser activo".
En efecto, tan solo cinco días antes, todos los mandatarios centroamericanos, con excepción de Oscar Arias (quien envió a su canciller a la cita), se reunieron en Managua en el marco del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), que es presidido pro tempore por el presidente Daniel Ortega. La ausencia de Arias no es casual, y se inscribe en lo que TeleSUR ha calificado, basándose en distintas fuentes diplomáticas, como "un supuesto rechazo al gobierno de Daniel Ortega que en el caso de Costa Rica ha pasado a ser activo".
(Arias prefirió realizar una gira a México y observar un juego de fútbol, antes que reunirse con los mandatarios centroamericanos en Managua).
Evidentemente, aquí no se trata de un problema personal entre Arias y Ortega ni mucho menos, sino una expresión más de las contradicciones que el gobierno costarricense ha tenido con aquellos gobiernos latinoamericanos que se inscriben en una política no alienada con Washington. No está de más traer a colación, aquí, las declaraciones hostiles del presidente Arias hacia el mandatario Hugo Chávez, de Venezuela, que solo se vieron atemperadas cuando, al calor de la subida de los precios del petróleo, Costa Rica vio en Petrocaribe una tabla de salvación.
Ambas reuniones, la de Managua el 25 y la de San José el 30 de marzo, se inscriben en el contexto del triunfo en El Salvador del FMLN, hecho histórico que, en las actuales circunstancias, vuelcan la balanza en Centroamérica a favor de las fuerzas que se encuentran enfrascadas en la búsqueda de modelos posneoliberales. La importancia de este triunfo en el pulgarcito centroamericano se evidencia por la prontitud con la que la administración Obama se puso en contacto con el nuevo presidente electo, primero con la llamada del mismo presidente norteamericano a Mauricio Funes, apenas 48 horas después de resultar electo, y luego, por la visita que realizara a ese país, tres días después de la victoria electoral de la izquierda salvadoreña, el encargado de la diplomacia estadounidense para América Latina, Thomas Shannon, quien le trasmitió el deseo de su país de seguir desarrollando las relaciones bilaterales.
Evidentemente, nos encontramos ante una recomposición de fuerzas en el istmo, en donde Costa Rica intenta transformarse en intermediario entre los países centroamericanos y la gran potencia del Norte. Para ello, apela a su larga e inalterable tradición de aliada de los Estados Unidos, que ha tenido diversas expresiones a través de la historia, siendo una de las más relevantes la que jugó en la década de los 80, cuando declaró su neutralidad perpetua pero permitió el accionar de la Contra desde su territorio para agredir a Nicaragua. Quizá como entonces, cuando sacó una jugosa tajada de ayuda económica calculada en más de un millón de dólares diarios canalizados a través de la AID, también ahora está buscando la forma de agenciarse dividendos que no le caerían nada mal por aquello de la crisis mundial.
Independientemente de las idas y venidas de las diplomacias costarricense y norteamericana, en Centroamérica están aconteciendo hechos que permiten afirmar que, a 13 años de la firma del último acuerdo de paz en la región, las fuerzas de izquierda que en ese momento apostaron por la vía electoral, han ganado espacios importantes que están reperfilando el espectro político del istmo. Lógicamente, los proyectos que hoy impulsan esas fuerzas no son los mismos de entonces, pero continúa inalterable el compromiso con los sectores populares y sus secularmente postergadas demandas. No hay que perderlos de vista y hacer votos porque, ojalá, puedan avanzar en las difíciles condiciones en las que les toca llegar al poder.
Ambas reuniones, la de Managua el 25 y la de San José el 30 de marzo, se inscriben en el contexto del triunfo en El Salvador del FMLN, hecho histórico que, en las actuales circunstancias, vuelcan la balanza en Centroamérica a favor de las fuerzas que se encuentran enfrascadas en la búsqueda de modelos posneoliberales. La importancia de este triunfo en el pulgarcito centroamericano se evidencia por la prontitud con la que la administración Obama se puso en contacto con el nuevo presidente electo, primero con la llamada del mismo presidente norteamericano a Mauricio Funes, apenas 48 horas después de resultar electo, y luego, por la visita que realizara a ese país, tres días después de la victoria electoral de la izquierda salvadoreña, el encargado de la diplomacia estadounidense para América Latina, Thomas Shannon, quien le trasmitió el deseo de su país de seguir desarrollando las relaciones bilaterales.
Evidentemente, nos encontramos ante una recomposición de fuerzas en el istmo, en donde Costa Rica intenta transformarse en intermediario entre los países centroamericanos y la gran potencia del Norte. Para ello, apela a su larga e inalterable tradición de aliada de los Estados Unidos, que ha tenido diversas expresiones a través de la historia, siendo una de las más relevantes la que jugó en la década de los 80, cuando declaró su neutralidad perpetua pero permitió el accionar de la Contra desde su territorio para agredir a Nicaragua. Quizá como entonces, cuando sacó una jugosa tajada de ayuda económica calculada en más de un millón de dólares diarios canalizados a través de la AID, también ahora está buscando la forma de agenciarse dividendos que no le caerían nada mal por aquello de la crisis mundial.
Independientemente de las idas y venidas de las diplomacias costarricense y norteamericana, en Centroamérica están aconteciendo hechos que permiten afirmar que, a 13 años de la firma del último acuerdo de paz en la región, las fuerzas de izquierda que en ese momento apostaron por la vía electoral, han ganado espacios importantes que están reperfilando el espectro político del istmo. Lógicamente, los proyectos que hoy impulsan esas fuerzas no son los mismos de entonces, pero continúa inalterable el compromiso con los sectores populares y sus secularmente postergadas demandas. No hay que perderlos de vista y hacer votos porque, ojalá, puedan avanzar en las difíciles condiciones en las que les toca llegar al poder.
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