Ninguna de las manifestaciones del Vicepresidente de EE.UU. deberían causar asombro, puesto que el tema de fondo de su agenda era otro: profundizar la línea de control e intervención político-militar de Centroamérica y el Caribe, en el marco del Plan Mérida.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Joe Biden, vicepresidente del gobierno de EE.UU., culminó el pasado 30 de marzo una gira latinoamericana que lo llevó a Chile y Costa Rica, dos aliados tradicionales que, en los últimos años, han reforzado sus vínculos con la potencia del norte, mediante la firma y ratificación de sendos tratados de libre comercio.
En un artículo publicado por el Grupo de Diarios de América antes de su visita a Chile, bajo el título “Por una sociedad de las Américas” (27/03/2009), Biden reconoció que el objetivo de los encuentros en la Cumbre Progresista de Viña del Mar, primero, y luego en San José, era preparar el terreno de la V Cumbre de las Américas (Trinidad y Tobago) para el presidente Barack Obama, consultando para ello “a los líderes latinoamericanos (…) sobre los desafíos que enfrentan sus pueblos”, en lo que pretende ser “un primer e importante paso hacia un nuevo día en las relaciones entre los países del hemisferio”.
No obstante, a juzgar por los exiguos resultados de las dos reuniones, y particularmente por los mensajes y declaraciones del Vicepresidente, no cabe esperar, en lo inmediato, grandes cambios en las tendencias históricas de la relación entre EE.UU. y nuestra América, aunque sí una profundización de aquellos aspectos que refuerzan el control político-militar de Washington sobre la región.
En un artículo publicado por el Grupo de Diarios de América antes de su visita a Chile, bajo el título “Por una sociedad de las Américas” (27/03/2009), Biden reconoció que el objetivo de los encuentros en la Cumbre Progresista de Viña del Mar, primero, y luego en San José, era preparar el terreno de la V Cumbre de las Américas (Trinidad y Tobago) para el presidente Barack Obama, consultando para ello “a los líderes latinoamericanos (…) sobre los desafíos que enfrentan sus pueblos”, en lo que pretende ser “un primer e importante paso hacia un nuevo día en las relaciones entre los países del hemisferio”.
No obstante, a juzgar por los exiguos resultados de las dos reuniones, y particularmente por los mensajes y declaraciones del Vicepresidente, no cabe esperar, en lo inmediato, grandes cambios en las tendencias históricas de la relación entre EE.UU. y nuestra América, aunque sí una profundización de aquellos aspectos que refuerzan el control político-militar de Washington sobre la región.
EL ANZUELO DEL PLAN MÉRIDA. En Viña del Mar, Biden fue enfático en señalar que el gobierno estadounidense mantendrá su muy “progresista” decisión de no levantar el embargo y bloqueo económico a Cuba, a pesar de la unánime condena de esta medida por parte de los gobiernos latinoamericanos. “Cuba no es el mayor desafío del Hemisferio", dijo el Vicepresidente.
En tanto, en San José, ante la petición de los gobiernos y las élites políticas y empresariales centroamericanas –que al cabo son lo mismo- de que Estados Unidos apoye financieramente la recapitalización de los bancos regionales, en especial al Banco Centroamericano de Integración Económica, Biden se limitó a pedir paciencia: la crisis económica interna de su país es la prioridad. Como Cuba, Centroamérica tampoco representa un desafío para la política norteamericana.
Por eso ninguna de las manifestaciones del Vicepresidente Biden deberían causar asombro, puesto que el tema de fondo de su agenda era otro: profundizar la línea de control e intervención político-militar de Centroamérica y el Caribe –como ya es inminente en México-, en el marco del Plan Mérida y sus conceptos de “seguridad de las fronteras” y “lucha contra el narcotráfico”. Propuesta que fue aplaudida por los presidentes que asistieron a la minicumbre de San José.
Biden lo anticipó en el artículo antes mencionado, al afirmar que: “la valiente posición de México contra los carteles de drogas, como también los esfuerzos de Colombia por combatir las drogas”, tendrán “el efecto secundario de empujar a los traficantes hacia América Central. Nos basaremos en la Iniciativa de Mérida, lanzada el año pasado por el presidente Bush, para ayudar a México y a los países centroamericanos. El narcotráfico es un problema de todos, y debemos encontrar una solución juntos”.
Las reales intenciones de la política estadounidenses para Centroamérica quedan al descubierto con esta declaración: no hay dinero para la cooperación en materias como desarrollo económico, social y cultural, pero sí existen los recursos para aquellos países que se sumen activamente a la guerra contra el narcotráfico.
Por supuesto, esta ayuda no obedece al altruismo del Departamento de Estado ni del Congreso estadounidense, y allí es donde brilla el anzuelo en el agua. Entre 2008 y 2009, Estados Unidos entregó 700 millones y 165 millones de dólares a México y Centroamérica, respectivamente, como parte de los compromisos del Plan Mérida. Esta suma podría aumentar en los próximos años, según lo reconoció Thomas Shannon, Subsecretario de Asuntos del Hemisferio Occidental, en una entrevista dada al diario La Nación de Costa Rica (03/04/2009): “Es poco dinero, pero es mejor que nada. Es como un enganche para un programa más grande (…). Eventualmente vamos a tener que aumentar nuestra asistencia a América Central y el Caribe”.
El Plan Mérida es solo el primer paso de un proyecto más ambicioso de Washington. Como bien lo señaló el periodista uruguayo Eduardo Galeano en su reciente visita a México: con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico, Estados Unidos somete y controla militarmente a otras naciones, como ocurre actualmente en Colombia, donde “hay una ocupación militar que, en parte, empieza a ser gravemente el caso de México” (La Jornada, 26/03/2009).
En tanto, en San José, ante la petición de los gobiernos y las élites políticas y empresariales centroamericanas –que al cabo son lo mismo- de que Estados Unidos apoye financieramente la recapitalización de los bancos regionales, en especial al Banco Centroamericano de Integración Económica, Biden se limitó a pedir paciencia: la crisis económica interna de su país es la prioridad. Como Cuba, Centroamérica tampoco representa un desafío para la política norteamericana.
Por eso ninguna de las manifestaciones del Vicepresidente Biden deberían causar asombro, puesto que el tema de fondo de su agenda era otro: profundizar la línea de control e intervención político-militar de Centroamérica y el Caribe –como ya es inminente en México-, en el marco del Plan Mérida y sus conceptos de “seguridad de las fronteras” y “lucha contra el narcotráfico”. Propuesta que fue aplaudida por los presidentes que asistieron a la minicumbre de San José.
Biden lo anticipó en el artículo antes mencionado, al afirmar que: “la valiente posición de México contra los carteles de drogas, como también los esfuerzos de Colombia por combatir las drogas”, tendrán “el efecto secundario de empujar a los traficantes hacia América Central. Nos basaremos en la Iniciativa de Mérida, lanzada el año pasado por el presidente Bush, para ayudar a México y a los países centroamericanos. El narcotráfico es un problema de todos, y debemos encontrar una solución juntos”.
Las reales intenciones de la política estadounidenses para Centroamérica quedan al descubierto con esta declaración: no hay dinero para la cooperación en materias como desarrollo económico, social y cultural, pero sí existen los recursos para aquellos países que se sumen activamente a la guerra contra el narcotráfico.
Por supuesto, esta ayuda no obedece al altruismo del Departamento de Estado ni del Congreso estadounidense, y allí es donde brilla el anzuelo en el agua. Entre 2008 y 2009, Estados Unidos entregó 700 millones y 165 millones de dólares a México y Centroamérica, respectivamente, como parte de los compromisos del Plan Mérida. Esta suma podría aumentar en los próximos años, según lo reconoció Thomas Shannon, Subsecretario de Asuntos del Hemisferio Occidental, en una entrevista dada al diario La Nación de Costa Rica (03/04/2009): “Es poco dinero, pero es mejor que nada. Es como un enganche para un programa más grande (…). Eventualmente vamos a tener que aumentar nuestra asistencia a América Central y el Caribe”.
El Plan Mérida es solo el primer paso de un proyecto más ambicioso de Washington. Como bien lo señaló el periodista uruguayo Eduardo Galeano en su reciente visita a México: con el pretexto de la lucha contra el narcotráfico, Estados Unidos somete y controla militarmente a otras naciones, como ocurre actualmente en Colombia, donde “hay una ocupación militar que, en parte, empieza a ser gravemente el caso de México” (La Jornada, 26/03/2009).
LA OFENSIVA DIPLOMÁTICA DE OBAMA. La ofensiva diplomática en Centroamérica, a través del Plan Mérida, coincide con uno de los principales movimientos de política exterior del nuevo gobierno estadounidense que, a la vez, es uno de los menos publicitados por los medios hegemónicos: su reposicionamiento en la zona de influencia inmediata: México, Centroamérica y el Caribe.
Apelando al llamado soft power y al discurso de la guerra contra el narcotráfico, Obama consiguió, en menos de tres meses, lo que no logró Bush en ocho años con su actitud de cowboy texano: la oportunidad de intervenir militarmente en México.
Además, como lo muestra el caso de Costa Rica, el gobierno estadounidense procura “amarrar” nuevos socios a su proyecto de reconstitución de la hegemonía debilitada (o perdida). La visita de Biden a San José le permitió al presidente Oscar Arias, y a algunos sectores políticos costarricenses, colocar el tema del combate al narcotráfico y el incremento de la intervención estadounidense en el país –objetivo final del Plan Mérida- como un tema prioritario de seguridad nacional (y sin duda, de la campaña electoral 2009-2010).
Esto bien puede interpretarse como una respuesta geopolítica al cambio en la correlación de fuerzas en Centroamérica, que tiende a un acercamiento al consenso nuestroamericano (lo que se observa, con diferencias obvias, en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua) y un relativo distanciamiento de los Estados Unidos.
Apelando al llamado soft power y al discurso de la guerra contra el narcotráfico, Obama consiguió, en menos de tres meses, lo que no logró Bush en ocho años con su actitud de cowboy texano: la oportunidad de intervenir militarmente en México.
Además, como lo muestra el caso de Costa Rica, el gobierno estadounidense procura “amarrar” nuevos socios a su proyecto de reconstitución de la hegemonía debilitada (o perdida). La visita de Biden a San José le permitió al presidente Oscar Arias, y a algunos sectores políticos costarricenses, colocar el tema del combate al narcotráfico y el incremento de la intervención estadounidense en el país –objetivo final del Plan Mérida- como un tema prioritario de seguridad nacional (y sin duda, de la campaña electoral 2009-2010).
Esto bien puede interpretarse como una respuesta geopolítica al cambio en la correlación de fuerzas en Centroamérica, que tiende a un acercamiento al consenso nuestroamericano (lo que se observa, con diferencias obvias, en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua) y un relativo distanciamiento de los Estados Unidos.
UNA SOCIEDAD DE LAS AMÉRICAS… VIGILADA. En un sentido más amplio, resulta preocupante que esa “nueva sociedad de las Américas” que pregonan Obama y Biden, se forje sobre la base de la dominación económica y militar que las últimas administraciones estadounidenses -demócratas y republicanas- desplegaron en la región, al amparo de los tratados de libre comercio, las operaciones militares (reactivación de la IV Flota, convenios de patrullaje conjunto) y los planes geoestratégicos (Plan Colombia I y II, y el Plan Mérida).
Ninguna de esas iniciativas, que en su momento han sido presentadas y defendidas como solución a los graves problemas latinoamericanos, permitirá avanzar hacia mejores condiciones de vida para nuestros pueblos (la evidencia así lo demuestra), puesto que no se construyen sociedades justas, solidarias y con relaciones entre iguales, a partir de la amenaza militar, más o menos velada, ni del dominio de los poderosos sobre los más débiles.
Lo que se requiere, a partir de ahora, es una vigilancia y movilización permanente de parte de los movimientos sociales y la organizaciones políticas, sobre todo a nivel centroamericano, para defender la soberanía de nuestros países y los intereses nuestroamericanos, ante la nueva y sigilosa carga de la diplomacia estadounidense.
Ninguna de esas iniciativas, que en su momento han sido presentadas y defendidas como solución a los graves problemas latinoamericanos, permitirá avanzar hacia mejores condiciones de vida para nuestros pueblos (la evidencia así lo demuestra), puesto que no se construyen sociedades justas, solidarias y con relaciones entre iguales, a partir de la amenaza militar, más o menos velada, ni del dominio de los poderosos sobre los más débiles.
Lo que se requiere, a partir de ahora, es una vigilancia y movilización permanente de parte de los movimientos sociales y la organizaciones políticas, sobre todo a nivel centroamericano, para defender la soberanía de nuestros países y los intereses nuestroamericanos, ante la nueva y sigilosa carga de la diplomacia estadounidense.
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