El mayor acierto es la recuperación de soberanía nacional, pero las movidas políticas que se producen en determinadas coyunturas dan la sensación de que la apuesta es excesivamente inmediatista y que niega muy peligrosamente la cualidad que debe tener todo proceso revolucionario, que es su trascendencia en el tiempo.
Grover Cardozo / ALAI
Todo error proviene de una exclusión, decía Pascal. El enunciado del célebre matemático se confirma ampliamente en el desarrollo histórico de la sociedad boliviana, por las consecuencias que produjo la marginación social, pero también el enunciado -en sentido inverso- sirve para tomar nota de otra exclusión que aparece como tentación y que puede afectar a futuro el desenlace del proceso de transformaciones que encabeza el presidente Evo Morales.
Con acierto, Cesar Rojas Ríos en su obra Democracia de alta tensión, asegura que todo proceso social de cambio para tener viabilidad en el tiempo requiere incluir a todos los actores, porque si no todos están, el enunciado, incluso desde el punto de vista matemático, está destinado a producir un resultado incorrecto. “Sí únicamente los sectores desfavorecidos o los autonomistas pescan en el mar bravío de la coyuntura, unos en desmedro del otro, habremos reconstituido el malestar”, sostiene.
A partir del 22 de enero de 2006, se produce el proceso de inclusión social más grande que haya conocido Bolivia desde 1952. Ya sea vía decisiones políticas coyunturales o estructurales como la nueva Constitución, el país está transitando por un sendero que pone freno a la más oprobiosa marginación social que haya vivido país alguno de Sudamérica.
Un país de base indígena gobernado sólo por blancos y mestizos. Una sociedad con fuertes rasgos pluriculturales conducida desde una univoca visión occidental altamente divorciada de esa compleja realidad. El resultado hasta diciembre de 2005 no podía ser otro: un país fragmentado, con extrema pobreza, sin cohesión social y por lo tanto al borde de una confrontación interna.
Con beneplácito podemos afirmar que el actual gobierno ha roto algo que no pudo hacer ningún otro proyecto de poder en los últimos 50 años: fracturar la vieja visión de que Bolivia estaba destinada a ser productor de materias primas y que no tenía otra opción que la de moverse bajo moldes ultraliberales y con el tutelaje fatídico y a momentos abusivo de Estados Unidos.
Desde el punto de vista histórico, el rumbo del proceso es bueno y abre el camino para la recuperación de los excedentes que deben servir para aniquilar el cuadro de pobreza de grandes zonas rurales de Bolivia. Sin embargo desde la mirada global, es decir de los resultados en el largo plazo, este estilo de construir la política plantea inquietantes interrogantes.
Interrogantes en la perspectiva de complementar dos visiones de la realidad distintas: una que apuesta por la recuperación y reforzamiento de la tradición, es decir lo que viene del pasado y lo consideramos nuestra herencia cultural y otra que viene de los tiempos más recientes con la modernidad occidental, y a la que abierta o encubiertamente siguen apostando las elites del país.
El mayor acierto es la recuperación de soberanía nacional, pero las movidas políticas que se producen en determinadas coyunturas dan la sensación de que la apuesta es excesivamente inmediatista y que niega muy peligrosamente la cualidad que debe tener todo proceso revolucionario, que es su trascendencia en el tiempo.
Cuando un joven cruceño o tarijeño de las clases acomodadas, protesta con ira para algunas acciones del gobierno, se entiende que se trata de una reacción básicamente clasista, pero en esas actitudes también debemos leer futuros riesgos, porque las elites dentro y fuera de Bolivia tienen una apuesta estratégica: contemplar en aparente pasividad lo que denominan la “primavera de los gobiernos populares”, mientras sus brazos políticos, económicos y culturales conspiran contra los cambios (con admirable sutileza) desde los noticieros, las revistas matinales y las telenovelas.
- Grover Cardozo A. es periodista y abogado boliviano. Ex director de la Agencia Boliviana de Información./ABI
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