Los ejes de la propuesta del presidente Barack Obama, para forjar una sociedad de las Américas, reafirman los pilares geoestratégicos de la política que George W. Bush diseñó para América Latina, y de modo particular, las tesis de los ideólogos republicanos del neopanamericanismo. Y ya conocemos su huella en la región.
Barack Obama y Joe Biden, Presidente y Vicepresidente de los Estados Unidos, respectivamente, han presentando a la opinión pública -y colocado en el imaginario del poder político del continente- su proyecto de reconstitución de la hegemonía estadounidense, al que denominan sociedad de las Américas (idéntico nombre al de la exclusiva sociedad de hombres de negocios creada por David Rockefeller en 1965).
En su nuevo papel de articulistas exclusivos del Grupo de Diarios de América (GDA), que es algo así como el brazo político de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), ambos líderes han optado por unos muy particulares voceros para comunicarse con América Latina. O por lo menos, con la América Latina a la que quieren aliarse. Baste con decir que el GDA, presidido por Luis Fernando Santos (hermano del Vicepresidente de Colombia, Francisco Santos, y de Enrique Santos, presidente de la SIP, y en consecuencia, primo del Ministro de Defensa colombiano, Juan Manuel Santos), se autodefine como “un consorcio exclusivo integrado por los once periódicos independientes con más influencia en Latinoamérica”.
Y puede que lo sean, si por influyentes e independientes se entiende a aquellos medios que apoyan golpes de Estado, como lo han hecho en Brasil, Chile y Venezuela, o que defienden el statu quo y los intereses de la oligarquía –transnacional y criolla- de Argentina, Costa Rica, Colombia, Ecuador, México, Perú, Puerto Rico y Uruguay.
En su artículo “Escogiendo un futuro mejor en las Américas” (La Nación, 16/04/2009), el presidente Obama enumera los cuatro ejes fundamentales de esa sociedad de las Américas donde, por supuesto, la potencia del norte ocuparía un lugar y una función dominante. Se trata de: 1) prosperidad económica, 2) energía (por la vía de la explotación “sostenible” de los recursos naturales), 3) seguridad y 4) derechos humanos.
Estos conceptos no son nuevos en la política exterior hemisférica de Washington. Por el contrario, reafirman los pilares geoestratégicos de la política que George W. Bush diseñó para América Latina, y de modo particular, las tesis de los ideólogos republicanos del neopanamericanismo, como Robert Zoellick (actual presidente del Banco Mundial). Y ya conocemos su huella en la región.
No pretendo realizar aquí un análisis detallado de esta situación, pero considérense estos dos hechos: primero, ya en el año 2001, Zoellick exponía el objetivo de la Administración Bush en términos muy similares a los que Obama utiliza hoy. En ese momento, el entonces Secretario de Comercio hablaba de “crear una comunidad hemisférica”, donde la prosperidad económica nos haría “parte de un Hemisferio nuevo e incluyente. Esta esperanza hemisférica creará un segundo siglo americano, pero esta vez será un siglo para todas las Américas”.
Y segundo, que una de las últimas iniciativas de Bush para América Latina (el plan B del ALCA), presentado el 24 de setiembre de 2008 en el Consejo de las Américas y que lleva el nombre de Caminos para la Prosperidad en las Américas, se articula, precisamente, alrededor de dos conceptos clave en el planteamiento de Obama: una agenda de prosperidad económica –vía acuerdos comerciales- y una agenda de seguridad y lucha contra el narcotráfico y la migración ilegal.
La visión de Bush de una Comunidad Hemisférica no difiere, en lo esencial, de la visión de Obama de una sociedad de las Américas. Quizá los modales del nuevo gobierno estadounidense sean otros, pero los objetivos geoestratégicos y políticos –salvar la supremacía continental y global- se mantienen intactos.
Y es aquí donde viene la cuestión de fondo: ¿Quién imagina esa sociedad que se propone hoy al continente? ¿Y desde qué lugar histórico, político y cultural lo hace? ¿La imaginará la América marginada, la de los vencidos, o las élites oligarcas, racistas y excluyentes que tradicionalmente han detentado el poder político en nuestra región, al amparo de Washington y sus hombres de negocios? ¿La imaginan los sectores populares, que impulsan los cambios sociales más importantes de la región en las últimas décadas, o por el contrario, lo hacen los grupos económicos transnacionales, interesados en mantener sus privilegios y ganancias dentro de la lógica del sistema capitalista?
No debe olvidarse que en el reverso de las poderosas y sugestivas imágenes con que Obama construye su discurso, e incluso detrás de sus gestos amistosos en Trinidad y Tobago, abundan las omisiones sobre temas y decisiones que realmente podrían marcar un giro sustantivo en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.
En su artículo, Obama omitió referirse, por ejemplo, a los grupos desestabilizadores y golpistas que amenazan constantemente a la democracia popular y el proceso de cambio social en Bolivia (allí están el reciente sabotaje a la ley electoral y la desarticulación de grupos terroristas mercenarios en Santa Cruz), así como en Ecuador y Venezuela. Tampoco dijo una palabra sobre el renovado despliegue militar de su país en América Latina (primero con Bush, y ahora con él), a través del relanzamiento de la IV Flota -calificada por el canciller ecuatoriano como una amenaza de largo plazo para la región- y la amenaza de la militarización de las sociedades mexicanas y centroamericanas con el Plan Mérida; no mencionó el reposicionamiento de sus bases militares en Colombia y Perú, tras la salida forzosa del puerto de Manta en Ecuador; ni los objetivos que subyacen a la realización -en las próximas semanas- de los Ejercicios Internacionales de Guerra Antisubmarina (UNITAS, por sus siglas en inglés) entre la Armada estadounidense y la Armada mexicana, en los mares de la Florida.
Esta es la otra cara de la sociedad de las Américas: la que reproduce los esquemas económicos y militares que le han sido impuestos a América Latina desde el norte, y que pretende hallar soluciones a los problemas hemisféricos dentro de la misma lógica de acumulación que provocó la actual crisis de la civilización occidental-moderna. Pero probado está, y así lo ratifican los triunfos recientes de los pueblos latinoamericanos, que en las actuales condiciones deberán ser otros los caminos de la integración, la unidad y la realización soberana de nuestra América.
En su nuevo papel de articulistas exclusivos del Grupo de Diarios de América (GDA), que es algo así como el brazo político de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), ambos líderes han optado por unos muy particulares voceros para comunicarse con América Latina. O por lo menos, con la América Latina a la que quieren aliarse. Baste con decir que el GDA, presidido por Luis Fernando Santos (hermano del Vicepresidente de Colombia, Francisco Santos, y de Enrique Santos, presidente de la SIP, y en consecuencia, primo del Ministro de Defensa colombiano, Juan Manuel Santos), se autodefine como “un consorcio exclusivo integrado por los once periódicos independientes con más influencia en Latinoamérica”.
Y puede que lo sean, si por influyentes e independientes se entiende a aquellos medios que apoyan golpes de Estado, como lo han hecho en Brasil, Chile y Venezuela, o que defienden el statu quo y los intereses de la oligarquía –transnacional y criolla- de Argentina, Costa Rica, Colombia, Ecuador, México, Perú, Puerto Rico y Uruguay.
En su artículo “Escogiendo un futuro mejor en las Américas” (La Nación, 16/04/2009), el presidente Obama enumera los cuatro ejes fundamentales de esa sociedad de las Américas donde, por supuesto, la potencia del norte ocuparía un lugar y una función dominante. Se trata de: 1) prosperidad económica, 2) energía (por la vía de la explotación “sostenible” de los recursos naturales), 3) seguridad y 4) derechos humanos.
Estos conceptos no son nuevos en la política exterior hemisférica de Washington. Por el contrario, reafirman los pilares geoestratégicos de la política que George W. Bush diseñó para América Latina, y de modo particular, las tesis de los ideólogos republicanos del neopanamericanismo, como Robert Zoellick (actual presidente del Banco Mundial). Y ya conocemos su huella en la región.
No pretendo realizar aquí un análisis detallado de esta situación, pero considérense estos dos hechos: primero, ya en el año 2001, Zoellick exponía el objetivo de la Administración Bush en términos muy similares a los que Obama utiliza hoy. En ese momento, el entonces Secretario de Comercio hablaba de “crear una comunidad hemisférica”, donde la prosperidad económica nos haría “parte de un Hemisferio nuevo e incluyente. Esta esperanza hemisférica creará un segundo siglo americano, pero esta vez será un siglo para todas las Américas”.
Y segundo, que una de las últimas iniciativas de Bush para América Latina (el plan B del ALCA), presentado el 24 de setiembre de 2008 en el Consejo de las Américas y que lleva el nombre de Caminos para la Prosperidad en las Américas, se articula, precisamente, alrededor de dos conceptos clave en el planteamiento de Obama: una agenda de prosperidad económica –vía acuerdos comerciales- y una agenda de seguridad y lucha contra el narcotráfico y la migración ilegal.
La visión de Bush de una Comunidad Hemisférica no difiere, en lo esencial, de la visión de Obama de una sociedad de las Américas. Quizá los modales del nuevo gobierno estadounidense sean otros, pero los objetivos geoestratégicos y políticos –salvar la supremacía continental y global- se mantienen intactos.
Y es aquí donde viene la cuestión de fondo: ¿Quién imagina esa sociedad que se propone hoy al continente? ¿Y desde qué lugar histórico, político y cultural lo hace? ¿La imaginará la América marginada, la de los vencidos, o las élites oligarcas, racistas y excluyentes que tradicionalmente han detentado el poder político en nuestra región, al amparo de Washington y sus hombres de negocios? ¿La imaginan los sectores populares, que impulsan los cambios sociales más importantes de la región en las últimas décadas, o por el contrario, lo hacen los grupos económicos transnacionales, interesados en mantener sus privilegios y ganancias dentro de la lógica del sistema capitalista?
No debe olvidarse que en el reverso de las poderosas y sugestivas imágenes con que Obama construye su discurso, e incluso detrás de sus gestos amistosos en Trinidad y Tobago, abundan las omisiones sobre temas y decisiones que realmente podrían marcar un giro sustantivo en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.
En su artículo, Obama omitió referirse, por ejemplo, a los grupos desestabilizadores y golpistas que amenazan constantemente a la democracia popular y el proceso de cambio social en Bolivia (allí están el reciente sabotaje a la ley electoral y la desarticulación de grupos terroristas mercenarios en Santa Cruz), así como en Ecuador y Venezuela. Tampoco dijo una palabra sobre el renovado despliegue militar de su país en América Latina (primero con Bush, y ahora con él), a través del relanzamiento de la IV Flota -calificada por el canciller ecuatoriano como una amenaza de largo plazo para la región- y la amenaza de la militarización de las sociedades mexicanas y centroamericanas con el Plan Mérida; no mencionó el reposicionamiento de sus bases militares en Colombia y Perú, tras la salida forzosa del puerto de Manta en Ecuador; ni los objetivos que subyacen a la realización -en las próximas semanas- de los Ejercicios Internacionales de Guerra Antisubmarina (UNITAS, por sus siglas en inglés) entre la Armada estadounidense y la Armada mexicana, en los mares de la Florida.
Esta es la otra cara de la sociedad de las Américas: la que reproduce los esquemas económicos y militares que le han sido impuestos a América Latina desde el norte, y que pretende hallar soluciones a los problemas hemisféricos dentro de la misma lógica de acumulación que provocó la actual crisis de la civilización occidental-moderna. Pero probado está, y así lo ratifican los triunfos recientes de los pueblos latinoamericanos, que en las actuales condiciones deberán ser otros los caminos de la integración, la unidad y la realización soberana de nuestra América.
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