Respetar y honrar al pueblo, trabajar por él mirándolo a los ojos, yéndole de frente y con la verdad respecto de lo que se puede y lo que no se puede hacer, ofrecer razones: eso es ser radical.
Carmen Elena Villacorta Zuluaga / Especial para Con Nuestra América
Desde San Salvador
Se equivocan quienes leen el revés electoral sufrido por el FMLN el pasado 11 de marzo como un llamado al partido a buscar la moderación y abandonar el radicalismo. Desde diferentes tribunas y en diferentes momentos de la posguerra se ha acudido a ese diagnóstico para explicar resultados electorales poco favorables al Frente. Según esas voces, la supuesta izquierda “radical” estaría obstaculizando el rejuvenecimiento del partido y una participación más productiva del mismo en la vida política del país.
Pero ese diagnóstico es erróneo, sobre todo por la connotación que esos críticos del FMLN dan al concepto “radical”. Ser radical significa ir a la raíz de algo. Abordar un problema con radicalidad quiere decir encontrar las causas profundas que lo producen para poder resolverlo y no sólo maquillarlo. Radicalidad se opone a superficialidad. Para ser radical se necesita tesón, determinación, valentía. Escarbar y escarbar hasta encontrar y, cuando se encuentr,a arrancar la maleza desde la raíz: eso es ser radical.
De manera que, contrariando a quienes le achacan al Frente su exceso de radicalidad, opino que el mensaje que el electorado acaba de darle al partido debe leerse como un reclamo a su falta de radicalidad. Pero ¿qué significa ser radical en El Salvador de hoy?
Significa estar al tanto de los problemas más acuciantes de la población y buscar con tesón, determinación y valentía todos los caminos posibles hacia su solución. La razones por las cuales el abstencionismo de un porcentaje importante de simpatizantes del Frente condujo a la pérdida de importantes bastiones rojos en el área metropolitana de San Salvador y de curules en la Asamblea Legislativa se vinculan con eso: el FMLN no ha estado trabajando con pleno compromiso y dedicación en la solución de los problemas de las mayorías.
Durante la década de 1970 dos núcleos problemáticos mantuvieron en creciente tensión a la nación: la desigualdad extrema y la naturaleza cerrada, excluyente y represiva del sistema político salvadoreño. En esa coyuntura, las fuerzas progresistas llegaron al consenso de que los poderes fácticos no darían su brazo a torcer y de que sólo declarándoles la guerra se lograría ablandar la extrema inflexibilidad del régimen. La lucha armada fue lo radical entonces y los combatientes que en ese momento sacaron la cara por la transformación del país incorporándose a las filas del FMLN tienen el mérito de haber asumido la radicalidad de esa tarea. No nos cansaremos nunca de honrar a los caídos en tal gesta. Un querido amigo mexicano lo expresó bellamente en los términos siguientes:
“Por fortuna hay todavía modos de mirar a nuestros muertos y de vivirlos en la nostalgia. En aquella nostalgia que de los huesos construye la habitación del presente. ¡Y es que resulta maravilloso e increíble nuestro aferramiento al amor y a sus afortunados dientes que tarascan la memoria! No cabe duda de que somos invencibles... gracias a nuestros muertos”.
Ahora no es momento de morir, sino de salvar vidas. Las vidas de los niños tocando las puertas de las maras, de los inocentes asesinados, de los migrantes secuestrados. Ahora no es momento de empuñar las armas. Es momento de leer, de discutir, de aprender las lecciones dejadas por la experiencia nacional e internacional y utilizarlas para generar las ideas y acciones que el pueblo demanda.
¿Qué políticas sociales cabe impulsar dentro de los márgenes que el agónico pero persistente capitalismo neoliberal impone al maniobrar político de la izquierda latinoamericana? ¿Qué tanto podemos estirar los constreñimientos de la democracia formal, en aras de empujarla desde lo electoral hacia lo participativo y desde lo institucional hacia lo social? ¿Cómo diseñar estrategias para contener el desbordado problema de seguridad, avanzando hacia soluciones integrales, pero efectivas en el corto plazo? ¿Qué tipo de acuerdos es viable establecer con esta clase empresarial tradicionalmente anti-nacionalista, incapaz de comprometerse con la reforma fiscal que resulta indispensable para el país? ¿En dónde trazar el límite ético que impide a un político de izquierda convertirse en un burgués? ¿Cómo generar un proyecto aglutinador que, incorporando a los jóvenes, las mujeres y los hombres deseosos de cambios, nos haga marchar juntos en la conquista de las metas comunes?
El Salvador de nuestros días exige radicalidad en el abordaje acucioso de estas inquietudes que expresan grandes desafíos. Abrir los foros, propiciar el debate, producir iniciativas y trabajar en ellas, buscar las opiniones de los profesionales y los actores sociales de izquierda capacitados para responder a los interrogantes planteados son tareas pendientes tras los recientes comicios. Economistas, politólogos, sociólogos, psicólogos, abogados, educadores, estudiantes, artistas, activistas y movimientos sociales tienen mucho que decir a la hora de hacer el balance de estos 20 años de posguerra que han culminado con un fuerte llamado de atención para el FMLN, expresado en las urnas. Y deben ser escuchados, porque el país lo necesita.
En su columna “Elecciones: la aspirina social”, publicada el 8 de marzo de 2012 en el Diario digital ContraPunto, Armando Salazar aseguró:
“Hay poderes reales que bloquean el desarrollo y la democracia. El poder real que permitirá las transformaciones reales está en las nuevas o antiguas formas de relacionarnos directamente con la población, en la creación de conciencia, en su organización y movilización. ¿Qué lo impide?
Así como ANEP utiliza a ARENA, y viceversa, ¿qué impide construir una amplia alianza social y programática, democrática, popular y socialista, y no solo en el plano electoral o legislativo, que dé el vuelco a una correlación que supere los poderes bloqueadores del desarrollo material y espiritual de la población?”
Lo impide, fundamentalmente, la matriz autoritaria que pervive dentro del partido. En los 70’s la tensión no resuelta provocada por las demandas sociales y políticas de las mayorías se resolvió en el estallido de la guerra civil. En ese contexto, el mando centralizado fue una exigencia de la sobrevivencia del proyecto. Ahora, en la segunda década del siglo XXI, a la tensión generada por la profundización de la polarización económica y la explosión de la violencia social se suma la terquedad autoritaria de buena parte de la dirigencia efemelenista.
El autoritarismo, la terquedad y la sordera que pesan sobre las estructuras del partido están impidiendo asumir los problemas de El Salvador con la radicalidad que la realidad está demandando. No se es radical sin escuchar al otro, no se es radical sin atender las necesidades del pueblo, no se es radical sin hablar con franqueza y transparencia sobre errores, proyectos y horizontes. Para ser radicales en este momento de la historia hay que ser democráticos en serio. Democráticos en el sentido socialista de la palabra: distribución del poder, no concentración; humildad en la aceptación de que el proyecto es compartido o es inviable, no paternalismo verticalista.
Respetar y honrar al pueblo, trabajar por él mirándolo a los ojos, yéndole de frente y con la verdad respecto de lo que se puede y lo que no se puede hacer, ofrecer razones: eso es ser radical. Acudir a remembranzas de la guerra para levantar la moral de la militancia, tal como se escucha en algunas voces de los altos mandos del Frente, no es ser radical, sino anacrónico. Porque quienes nos sentimos parte del proyecto histórico del FMLN no necesitamos que nos recuerden a nuestros muertos, los llevamos con nosotros a donde quiera que vayamos. Lo que necesitamos son soluciones radicales a problemas graves, necesitamos ser tomados en cuenta, ser escuchados e incorporados. Advertir sobre los peligros de un supuesto “salto al vacío”, no tiene nada que ver con la radicalidad, sino con el temor a compartir el poder.
No evadamos más, no nos refugiemos en discursos desfasados, venzamos el miedo a adaptarnos a las necesidades actuales de la historia, enfrentemos con entereza las verdades, llamemos las cosas por su nombre, enderecemos el timón y corrijamos la ruta. Ningún salto será dado al vacío si lo damos sujetados de las manos del pueblo. Recuperemos, por favor, la radicalidad.
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