Hoy, el movimiento de mujeres en Guatemala ha logrado desarrollarse notablemente dando saltos cualitativos en cuanto a la definición de su identidad, su adversario y la visión del movimiento.
Jorge Murga Armas* / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Nacido a mediados de 1980 en el seno del movimiento popular y en el contexto de la “apertura democrática”,[1] el movimiento de mujeres ha crecido considerablemente en los últimos años.[2] Hoy, luego de esa primera experiencia con el movimiento popular, de la participación en las negociaciones por la paz, de un importante trabajo en el proceso de implementación de los acuerdos, especialmente en lo que concierne al tema de género, el movimiento de mujeres ha logrado desarrollarse notablemente dando saltos cualitativos en cuanto a la definición de su identidad, su adversario y la visión del movimiento.
Aunque éste no es monolítico ni homogéneo —en él encontramos desde grupos feministas radicales que se aferran a los planteamientos teóricos ortodoxos de las feministas occidentales, hasta organizaciones de mujeres indígenas que luchan por la transformación de lo político entre hombres y mujeres desde su identidad— ni constituye por tanto un único movimiento de mujeres,[3] existen organizaciones feministas que, dando muestras de un importante avance en la manera de interpretar la realidad social guatemalteca y plantear las transformaciones sociales en la “nación multiétnica, pluricultural y multilingüe” que esbozan los Acuerdos de Paz, reconocen la impostergable necesidad de incorporar la cuestión indígena en los objetivos de lucha del movimiento de mujeres.
Aun cuando para algunas mujeres indígenas no debe tratarse solamente de integrar sus necesidades y demandas específicas sino de “repensar” la teoría feminista y su aplicación en el contexto de las sociedades no occidentales para crear un movimiento de mujeres guatemaltecas con identidad,[4] tales avances contrastan con los de otras feministas que, en flagrante contradicción con la realidad de la sociedad guatemalteca, todavía no se plantean el problema de las especificidades culturales de la nación.
Los adelantos, sin embargo, han sido importantes. Marcadas sin duda por los análisis de la realidad guatemalteca del comandante guerrillero Gaspar Ilom —quien, en los planteamientos teóricos de la Organización del Pueblo en Armas (ORPA), integra el estudio del racismo en los análisis de la estructura general de la sociedad guatemalteca que los marxistas limitaban entonces al análisis de clase[5]—, ciertas organizaciones de mujeres salidas de la ex guerrilla defienden hoy un enfoque que combina las tres causas estructurales de opresión contra la mujer que si bien no ha abarcado a la totalidad del movimiento feminista, no deja de ser por ello revolucionario. Nos referimos al planteamiento que propugna por un movimiento de mujeres que tome en cuenta 1) la explotación económica en el marco de la estructura de las clases sociales; 2) el racismo y la discriminación étnica y cultural; 3) la opresión en contra de la mujer basada en el género.
Es loable que existan enfoques como los de estas organizaciones de mujeres que, contrario a los estrictamente feministas, clasistas, culturalistas o etnicistas de otros movimientos sociales, integran en sus análisis las tres causas estructurales de desigualdad e injusticia social de Guatemala. Estamos, pues, ante a un planteamiento cuyos efectos en la sociedad podrían ser revolucionarios, pues contiene en sí los objetivos de lucha para la transformación radical de la estructura social guatemalteca que funciona y reproduce sistemáticamente la opresión de clase, étnica y contra la mujer.
Si, como lo afirman las defensoras de este enfoque, el reto es fortalecer el poder de las mujeres organizadas para terminar con el sistema patriarcal que las oprime, uno podría esperar que en el camino hacia la construcción de una sociedad libre de dominación entre hombres y mujeres germine también una sociedad libre de racismo.
¿Hacia qué tipo de sociedad están apuntando los grupos feministas que se identifican con esta lucha?
Aunque no definen su horizonte social, y aunque sólo se plantean construir un movimiento de mujeres multiétnico, cae por su peso que si la perspectiva de clase orienta también sus objetivos de lucha, ellas anhelan construir cierto tipo de sociedad donde ni las diferencias económicas ni étnicas ni de género sirvan de justificación para oprimir, explotar o discriminar a cualesquiera de los individuos o grupos sociales que forman la nación guatemalteca. ¿Una auténtica utopía? Aun cuando uno podría alegar lo utópico de un movimiento social de esa naturaleza, uno no puede dejar de reconocer que esta expresión del movimiento de mujeres, al menos en teoría, propone una verdadera revolución para Guatemala.
Debemos decir también que en el seno del movimiento feminista guatemalteco existen además sectores que, en ausencia de una visión más completa y más compleja de la realidad, obvian la lucha de clases, niegan las especificidades culturales de las mujeres indígenas y no identifican adecuadamente a su adversario. Ciertamente, marcadas por experiencias personales poco alentadoras con “los hombres”, por visiones etnocentristas del mundo y la sociedad y por la ausencia de una clara conciencia de clase, muchas mujeres feministas guatemaltecas hacen del hombre su enemigo, pretenden hacer de las mujeres indígenas “mujeres como ellas” y olvidan la lucha contra la clase explotadora y opresora que, en Guatemala como en el resto del mundo, es inevitable.
Es ante esa visión etnocentrista de la lucha por la igualdad entre géneros de algunas mujeres feministas que emerge la voz de una mujer maya guatemalteca. Apelando a la especificidad de las representaciones sociales mayas, criticando a las mujeres feministas que aplican “literalmente” la teoría feminista en sus estudios sobre las mujeres indígenas, asumiendo una postura que si bien no siempre se inscribe en una visión dinámica de la identidad, la propuesta intelectual de Rosa Pu Tzunux[6] no deja de ser por eso expresión del sentimiento de muchas mujeres indígenas que, no obstante la certeza de vivir en un “sistema patriarcal”, se resisten como muchas otras personas en el mundo a dejarse absorber por el embate homogenizador de la globalización económica neoliberal. Tanto más para los mayas cuanto que la historia de su resistencia a la homogenización cultural comienza desde el momento mismo en que, en nombre del cristianismo y la civilización, los invasores buscaban someterlos.
Si es cierto que la visión crítica de Rosa Pu Tzunux sobre la aplicación literal del feminismo en la sociedad maya ha sido considerada por algunas feministas como una forma de antifeminismo, también es verdad que, además de ofrecernos una perspectiva plausible para comprender las lógicas que articulan el sistema maya de representaciones, su estudio tiene el mérito de proponer un enfoque completamente novedoso que bien podríamos resumir en la pregunta que busca saber cómo pensar las relaciones libres de dominación entre géneros en una sociedad culturalmente distinta a las sociedades occidentales, sin que tal esfuerzo se traduzca en la imposición del sistema de valores occidental que da coherencia teórica a la teoría feminista.
NOTAS
* Jorge Murga Armas es investigador en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad de San Carlos de Guatemala (IIES-USAC).
[1] Así llaman no pocos analistas al período en que se da el pasaje de dictaduras militares a gobiernos civiles electos popularmente.
[2] Véase Luz Méndez, Las luchas del movimiento de mujeres. Hacia la igualdad de género: avances y retos estratégicos del movimiento de mujeres, en Simona Violetta Yagenova (comp.), op. cit., pp. 13-18.
[3] Véase Ana Silvia Monzón, Los movimientos de mujeres y los partidos políticos: una relación tensa, conflictiva y desigual, en Simona Violetta Yagenova (comp.), op. cit., pp. 19-25.
[4] Rosa Pu Tzunux, Representaciones sociales mayas y teoría feminista. Crítica de la aplicación literal de modelos teóricos en la interpretación de la realidad de las mujeres mayas, Iximulew, Guatemala, 2007.
[5] “El racismo, su existencia y funcionamiento, no es ajeno a las contradicciones de clase que se presentan dentro de la estructura general de la sociedad. Teniendo a la vez la doble calidad de producto e instrumento del sistema, actúa en función de ellas, incidiendo fundamentalmente para caracterizarlas. Sin determinarlas, influye de manera precisa e innegable en sus relaciones, proyectándose a esferas que exceden lo ideológico de tal manera que en cualquier análisis de la sociedad guatemalteca es indispensable establecer toda la interrelación y efectos que ello produce”. Véase Organización del Pueblo en Armas, Racismo I, ORPA, Guatemala, 1989, p. 9.
[6] Rosa Pu Tzunux, op. cit.
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