El agua es considerada por
todas las culturas como una fuente de vida y de salud. De lo que hagamos con
ella, a partir de los riesgos que ya conocemos y de las oportunidades que
podemos encontrar a través de una gestión integrada del conocimiento al
servicio de su transformación de elemento en recurso, y de desecho en elemento,
dependerá en una medida decisiva la vida y la salud de que disfruten los
integrantes de nuestra especie en los años por venir.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
El agua ha venido a
convertirse en el tópico más importante en los debates sobre la sostenibilidad
del desarrollo de la especie humana en el siglo XXI. Por lo mismo, conviene que
el abordaje de ese tópico gane en precisión, para que el debate gane en capacidad
para proporcionarnos alternativas para encarar los problemas que ya nos plantea
nuestra relación con el agua.
Conviene, por ejemplo,
distinguir entre el agua como un elemento natural y como un recurso para
atender a nuestras necesidades. Lo que hace la diferencia entre el uno y el
otro es el trabajo socialmente organizado que demanda la transformación del
elemento en recurso. Y esa diferencia debe hacerse extensiva, también, al
trabajo que demanda revertir a su condición original de elemento natural los
desechos que resultan del uso del agua por los humanos.
En esa perspectiva, podemos
entender que el agua, siendo un elemento extraordinariamente abundante en la
naturaleza, se nos vaya convirtiendo en un recurso natural cada vez más escaso.
Sabemos que apenas el 1% del agua existente en el planeta está al alcance de la
especie humana con algún grado de facilidad, mientras el resto se encuentra en
los mares, en los polos y en acuíferos terrestres a gran profundidad. Frente a
esa oferta de por sí limitada, la demanda de agua por parte de una agricultura
industrializada hasta extremos inimaginables hace un siglo apenas se combina
con la de una humanidad cada vez más numerosa, que se relaciona con la
naturaleza a través de sociedades cada vez más urbanizadas.
Esa tensión creciente entre
lo que el Planeta puede ofrecer y lo que demanda el régimen económico dominante
en nuestra especie se ve agravada, de unos decenios acá, por las consecuencias
de la alteración de los regímenes climáticos que favorecieron el desarrollo de
los humanos desde el salvajismo hasta la civilización. Hemos creado así una
circunstancia ecológica en la cual, si no somos capaces de encarar debidamente
los desafíos que nos plantea nuestra propia creación, enfrentaremos los riesgos
de conflictos sociales crecientes, que bien podrían terminar llevándonos de
vuelta por el camino de la barbarie.
En esta circunstancia, esos
desafíos se dirigen en primer término al conocimiento humano. Optimizar los
medios de abastecimiento y los procesos de uso del agua; revertir la
contaminación, contener el despilfarro, y facilitarle a la naturaleza el
procesamiento de los desechos que resultan de nuestros usos del agua, son
apenas algunos de ellos. No hay campo del conocimiento que no pueda aportar a su
solución, desde las Humanidades como desde las ciencias sociales, las
naturales, y el diseño de tecnologías innovadoras que faciliten relaciones
mucho más armoniosas entre los humanos, el agua, y los entornos naturales que
la proporcionan.
Esta es, sin duda, nuestra
principal tarea en el siglo XXI. El agua es considerada por todas las culturas
como una fuente de vida y de salud. De lo que hagamos con ella, a partir de los
riesgos que ya conocemos y de las oportunidades que podemos encontrar a través
de una gestión integrada del conocimiento al servicio de su transformación de
elemento en recurso, y de desecho en elemento, dependerá en una medida decisiva
la vida y la salud de que disfruten los integrantes de nuestra especie en los
años por venir. Más, en el único planeta del sistema solar en que el agua
existe en estado líquido, y por lo mismo el único en el que la vida crea sin
cesar las condiciones necesarias para la vida.
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