Una de las
características más novedosas de los movimientos es que no sólo demandan a los
Estados y gobiernos, sino que crean
espacios propios donde empiezan a construir relaciones sociales diferentes a
las hegemónicas. Inspirados en las comunidades indígenas y en las
culturas juveniles, se empeñan en construir ahora el mundo de sus sueños.
Raúl Zibechi / Noticias Aliadas
Una somera radiografía de
las movilizaciones más importantes de los últimos años, como las masivas
manifestaciones de millones de brasileños en 353 ciudades en junio del 2013,
puede contribuir a visibilizar a los nuevos actores que protagonizan el
activismo social en América Latina. El 84% de los manifestantes no tenían
preferencias partidarias, el 71% participaba por primera vez en protestas y el
53% tenía menos de 25 años1.
Las movilizaciones
brasileñas se focalizaron en el rechazo al aumento del precio del transporte
urbano, como parte de una lucha más amplia por el acceso a la ciudad y contra
la represión policial. La organización convocante, el Movimiento Passe Livre
(MPL), es una pequeña red asentada en decenas de ciudades e integrada por
jóvenes de los sectores medios que estudian en la universidad, que se movilizan
cada vez que aumenta el transporte (uno de los más caros del mundo). Con los
años, el movimiento ha ido evolucionando hacia la demanda por el derecho a la
ciudad, que sienten limitada por el costo del transporte y la especulación
urbana2.
Las protestas en Brasil
tienen cierta similitud con el movimiento Yo soy 132 lanzado por los
estudiantes universitarios mexicanos, exigiendo la democratización de los
medios de comunicación durante las elecciones presidenciales del 20123.
Aunque ambos se dispersaron en poco tiempo, los grupos que estuvieron en la
base de las movilizaciones brasileñas estaban organizados desde mucho tiempo
antes y siguen adelante luego del momento álgido de las acciones de calle.
En los últimos 10 años
han surgido tantos movimientos que resulta difícil hacer un listado que los incluya
a todos. Entre los más conocidos, figura el movimiento estudiantil de Chile,
agrupado en la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ADES); las
decenas de asambleas locales contra la minería y el modelo extractivo en
Argentina, coordinadas en la Unión de Asambleas Ciudadanas; la potente
resistencia a la minería en el departamento de Cajamarca, en el norte del Perú,
en particular contra el proyecto Conga, en la que destacan las comunidades
indígenas andinas, por mencionar apenas tres casos distintos. A ellos, habría
que sumar infinidad de movimientos locales, como la Asamblea Malvinas Lucha por
la Vida, que consiguió frenar la instalación de Monsanto en una pequeña
localidad cercana a la ciudad de Córdoba (Argentina)4. O la
importante resistencia a la especulación inmobiliaria en Rio de Janeiro, con
motivo del reciente Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos del 20165.
Bloques sociales y
temáticos En el continente podemos identificar, por su pertenencia social, tres
grandes bloques de movimientos: los indígenas, los campesinos y los de sectores
populares urbanos. Cada uno de ellos se asienta en espacios diferentes
y enarbolan, en principio, demandas distintas. Los primeros, anclados en sus
territorios ancestrales, reivindican la defensa y reconocimiento de esos
territorios frente a la expansión del extractivismo minero y agroexportador,
pero también exigen autogobierno en base a sus usos y costumbres, así como
poder decidir aspectos centrales de las políticas educativas y de salud que
afectan a los pueblos.
La actividad de los
movimientos campesinos gira en torno a la tierra. Como los indígenas, enfrentan
también al agronegocio, en particular la expansión de los cultivos de soja que
provocan migraciones y contaminan aguas y poblaciones. Su lista de demandas
incluye desde la reforma agraria (caso del Movimiento Sin Tierra de Brasil)
hasta la exigencia de créditos para la producción y precios para sus productos.
En los últimos años algunos de ellos han incrementado sus movilizaciones contra
los efectos de tratados de libre comercio con Estados Unidos, y llegan a exigir
su derogación, como la Mesa Nacional de Unidad Agraria y decenas de
organizaciones campesinas en Colombia6.
El tercer bloque está
conformado por los sectores populares que viven en las periferias de las
grandes ciudades. En estos espacios, que en ocasiones denominan también como
territorios, se aglomeran familias que fueron expulsadas por el agronegocio,
las guerras y violencias de paramilitares, narcotraficantes, militares y guerrillas,
pero también trabajadores formales cuyas empresas quebraron en la última crisis
y migrantes de países de la región. Han levantado sus viviendas en base al
trabajo familiar, espacios y equipamientos colectivos (en ocasiones escuelas y
clínicas de salud) gracias a la cooperación y la reciprocidad (minga). En
general, son familias que sobreviven en el empleo “informal”, pero también
encontramos trabajadores mal remunerados que se desempeñan en la construcción,
el trabajo doméstico y la venta ambulante.
Las demandas han sufrido
algunos cambios a lo largo de los años. Si hubiera que encontrar alguna
característica común, es el rechazo a la desigualdad y la lucha por cambios de
carácter estructural . Sin embargo, muchos de estos movimientos
comienzan reclamando algo tan simple como poder vivir. Algo así reclaman Máxima
Acuña Atalaya, su familia y sus vecinos: que les permitan quedarse en las
tierras que compraron hace 20 años, que ahora reclama una multinacional de la
minería en la laguna Azul, en las alturas de Cajamarca7. El derecho
a la vida es también el reclamo que mujeres y personas de la diversidad sexual
han instalado en la agenda pública de muchos de los países de la región para
acabar con la impunidad de la que gozan los responsables de feminicidios y
crímenes de odio.
En efecto, las luchas por
el agua, la tierra y el derecho a la vivienda, aún para quienes viven en favelas
y asentamientos precarios, atraviesa a campesinos, indígenas y sectores
populares urbanos. Pero a medida que esas demandas se convierten en
movilizaciones, desde lo local hasta lo nacional, chocan con las diversas
facetas de la desigualdad (desde el acceso a los medios de comunicación hasta
la representación en el sistema político). En este punto enfrentan lo que
el sociólogo peruano Aníbal Quijano ha denominado “colonialidad del poder”:
un patrón de relaciones asimétricas, de raza, género y generación, que siempre
perjudica a los indios, negros y mestizos, y de modo particular a las mujeres y
los jóvenes de esos sectores.
El nacimiento de
feminismos comunitarios, populares, indígenas y afrodescendientes, forma parte
de este proceso de enraizamiento de los movimientos entre los grupos
subalternos, marcando claras diferencias con la primera generación de
feministas formadas en las academias y los partidos políticos, y volcadas hacia
las ONGs y las instituciones8. Una característica de esta nueva
realidad, es la aparición de grupos de mujeres (como FEMUCARINAP9),
que no se identifican como feministas, pero que luchan por la emancipación de
las mujeres.
En el mundo juvenil se
pueden observar procesos similares. A través de expresiones como el hip hop,
los jóvenes negros de ciudades como Rio de Janeiro buscan un lugar en una
sociedad que los excluye10. Los medios de comunicación nacidos en
las villas de Buenos Aires, donde grupos juveniles expresan sus
diferencias culturales, enseñan la politización no domesticada de los jóvenes
pobres en las grandes ciudades latinoamericanas11.
Una nueva
cultura política
Tan importante como las
demandas, son las culturas políticas que expresan los movimientos. Se trata de
abordar lo que no dicen los programas políticos, ni las listas de
reivindicaciones, ni las consignas que agitan en las calles. Sabemos que hoy
los movimientos luchan contra los extractivismos minero, agropecuario y urbano,
por más libertades y derechos. Pero también importa cómo lo hacen, de qué
manera trabajan, cómo están dispuestas sus fuerzas en el interior de los
colectivos y grupos.
Los nuevos movimientos
muestran otros modos de organizarse, una cultura política que el MPL sintetiza
en cinco rasgos: autonomía, horizontalidad, federalismo, consenso para tomar
decisiones y apartidismo (que diferencian del anti-partidismo). En paralelo, suelen
posicionarse contra un amplio abanico de opresiones: de clase, de género, de
raza y generacionales, además de la defensa de la naturaleza. Casi todos los
movimientos asumen varias identidades, no limitándose a una sola, lo que
constituye una característica de los movimientos integrados por jóvenes.
La más reciente camada de
movimientos nació en un período caracterizado por la crisis del viejo
patriarcado y la deslegitimación de las instituciones basadas en la
representación, como los partidos, los sindicatos y los parlamentos. En ambos
casos, los nuevos sujetos (en particular mujeres y jóvenes) tienden a construir
organizaciones que rehúyen las jerarquías, el tipo de estructuras gobernadas
por varones, donde las bases están sujetas a las direcciones y tienen pocas
posibilidades de hacer que sus opiniones sean tenidas en cuenta. Quisiera
destacar cinco aspectos que considero atraviesan a la mayor parte de los
movimientos más dinámicos y creativos y que conforman el núcleo de la cultura
política emergente en el actual activismo social y político.
- Crean organizaciones
pequeñas y medianas, donde los vínculos cara a cara sustituyen la figura de la
representación en las grandes organizaciones de “masas”. La preferencia por
grupos de tamaño reducido no ha impedido la eficacia de la movilización. En
esos grupos se crean fuertes lazos de camaradería y confianza, similares a los
vínculos de carácter comunitario. Son esos vínculos los que potencian la acción
colectiva, sostenida en el tiempo, y no los aparatos burocráticos de carácter
masivo. Esto facilita su autonomía del Estado y los partidos.
- Para la coordinación de
acciones entre gran cantidad de grupos, establecen coordinaciones puntuales,
“livianas”, capaces de articularse en poco tiempo, que tienden a desarmarse
cuando ya no son necesarias. Esta peculiaridad de los colectivos de jóvenes
y mujeres suele desconcertar a los varones anclados en la “vieja” cultura
política, ya que hay un evidente desfasaje entre la capacidad de movilización y
la estabilidad y visibilidad de los núcleos organizados.
- La horizontalidad,
entendida como la inexistencia de jerarquías permanentes y fijas, es una de las
principales características de los modos de hacer de los movimientos actuales.
En vez de representantes, eligen voceros; en vez de dirigentes, nombran
personas para coordinar cada reunión, asamblea o actividad, que no suelen ser
las mismas que ya realizaron esa tarea en momentos anteriores. En no pocos
casos, aparece la figura de la rotación o turno, propia de las culturas
indígenas, aunque la mayor parte de las veces no las nombran de ese modo. - Se
percibe un evidente rechazo a un tipo de crecimiento destructivo de la
naturaleza y también de la sociabilidad entre las personas. Rechazan la
contaminación y el crecimiento económico que no aporta calidad de vida a las
comunidades. En algunos casos adoptan la consigna de “Buen Vivir” para
designar el tipo de sociedad a la que aspiran, aunque otros movimientos
prefieren hablar de “socialismo”. No todos los movimientos rechazan el
desarrollismo, aunque hay una tendencia creciente a la crítica al modelo de
crecimiento perpetuo.
- Por último, una de las
características más novedosas de los movimientos es que no sólo demandan a los
Estados y gobiernos, sino que crean espacios propios donde empiezan a
construir relaciones sociales diferentes a las hegemónicas. Inspirados en
las comunidades indígenas y en las culturas juveniles, se empeñan en construir
ahora el mundo de sus sueños.
* Periodista, analista internacional y
escritor uruguayo, acompaña procesos de movimientos sociales en América Latina
y es autor de numerosas publicaciones sobre los mismos.
_________________________________
NOTAS
1 Secco, Lincoln. “As
jornadas de junho”, en Cidades rebeldes, Boitempo, Sao Paulo, 2013.
2 Legume, Lucas y Toledo,
Mariana. “O Movimento Passe Livre São Paulo e a Tarifa Zero”, 2011, en < http://passapalavra.info/2011/08/44857
, acceso 2 de agosto de 2013.
3 Muñoz Ramírez, Gloria.
Yo soy 132, Ediciones Bola de Cristal, México, 2011.
4 Miembros jóvenes de la
asamblea crearon su web: http://ecoscordoba.com.ar/
5 Zibechi, Raúl. “Debajo
y detrás de las grandes movilizaciones”, Osal N° 34, Clacso, Buenos Aires,
noviembre 2013, pp. 15-36.
6 “Declaración de las
organizaciones campesinas de Colombia”, 24 de octubre del 2011, en http://prensarural.org/spip/spip.php?article6659
8 Puede consultarse,
entre otros, Gargallo, Francesca. Feminismos desde Abya Yala, Desdeabajo,
Bogotá, 2012; Bidaseca, Karina y Vázquez, Vanesa. Feminismo y poscolonialidad,
Godot, Buenos Aires, 2011; Rivera Cusicanqui, Silvia. Bircholas, Mama Huaco, La
Paz, 2002.
9 Federación Nacional de
Mujeres Campesinas, Artesanas, Indígenas, Nativas y Asalariadas del Perú.
10 De Oliveira, Denilson.
“Territorialidades no mundo globalizado: outras leituras da cidade a partir da
cultura hip-hop na metrópole carioca”, Universidade Federal Fluminense,
Niteroi, 2006.
11 La Garganta Poderosa,
revista mensual de la cooperativa La Poderosa, tiene una tirada de entre 12 y
40 mil ejemplares. En http://lapoderosa.org.ar/
No hay comentarios:
Publicar un comentario