¿Nos dirigimos acaso
hacia una sociedad totalitaria de escala global, bajo la piel de la
“democracia”? ¿O algo peor, estamos siendo conducidos al colapso y el fin de la
especie? Como he estado insistiendo, sostenemos la tesis de que existe ya, que
se está construyendo, en ciertos entramados sociales del mundo una tercera
opción, que de manera sigilosa, con “pies de paloma” (Nietzsche) y en silencio,
se ha ido extendiendo y multiplicando.
El mundo moderno está en
crisis y es necesario reinventarlo. Para salir del túnel, es necesaria una
transformación profunda, una mutación civilizatoria. Pero como afirmó A.
Einstein, no podemos crear un nuevo orden utilizando el mismo modo de
pensamiento con el que fue construido el que deseamos remplazar. E. Leff, por
su parte, insiste en que la crisis es antes que todo una crisis del
conocimiento, y B. de Sousa Santos afirma que “la comprensión del mundo excede
en mucho a la comprensión europea del mundo” (ver),
que es como decir la comprensión científica “normal” de la realidad.
Ubicados en una nueva
perspectiva, podemos pasar a mirar las vías de las que disponemos para transformar
la sociedad. Es lugar común pensar y creer que sólo disponemos de dos maneras
de cambiar los modos societarios: por tiros o por votos. La vía violenta o la
vía electoral. Revolución o democracia. Hoy, la vía de la violencia para
transformar ha alcanzado quizás su máximo nivel de inviabilidad en la historia.
Frente al gigantesco poder técnico militar de las élites, cualquier
“revolución” no solamente es contenida y aniquilada, sino algo peor. Como si
fuera el divertimento de un gato con su ratón, las “revoluciones” sirven para
poner a prueba todo el caudal de nuevas armas altamente sofisticadas que día
con día se producen. Sólo las 10 principales corporaciones que fabrican armas
en el mundo facturan anualmente miles de millones de dólares y crean cientos de
nuevos instrumentos de destrucción creadas por miles de científicos e
ingenieros (ver los anuarios del Instituto de Investigación de la Paz de
Estocolmo, Sipri). Hoy se puede derrotar una “revolución” de manera quirúrgica
y a distancia, haciendo uso de instrumentos novedosos como la tecnología
satelital, las armas biológicas y químicas, la geomática, la robótica y los
aviones no tripulados ( drones). Los “revolucionarios” se han vuelto
conejillos para experimentar las nuevas armas diseñadas con tecnologías de
punta, a partir de la llamada teoría de la guerra de cuarta generación.
Por su parte la vía
electoral se ha ido convirtiendo, lenta e inexorablemente, en un mecanismo
inútil, en un espectáculo inservible, en una vía de legitimación del orden
actual. En este caso los partidos políticos y los gobiernos del mundo han sido
cooptados por el capital corporativo y la política institucional ha quedado al
servicio de los intereses mercantiles. La lista de casos de corrupción política
y corporativa es descomunal. El desprestigio y descrédito de la democracia
electoral o representativa es de tal magnitud, que es urgente y necesario
sustituirla por formas directas, participativas y de pequeña escala. Ello
supone una reconceptualización de la idea dominante de democracia y una
re-formulación jurídica, para crear nuevos mecanismos, fórmulas e instituciones
de un nuevo modelo de gobernanza.
¿Indica todo esto que la
crítica situación que vivimos y sufrimos es inevitable? ¿Estamos ante un
congelamiento del cambio social? ¿Nos dirigimos acaso hacia una sociedad
totalitaria de escala global, bajo la piel de la “democracia”? ¿O algo peor,
estamos siendo conducidos al colapso y el fin de la especie? Como he estado
insistiendo, sostenemos la tesis de que existe ya, que se está construyendo, en
ciertos entramados sociales del mundo una tercera opción, que de manera
sigilosa, con “pies de paloma” (Nietzsche) y en silencio, se ha ido extendiendo
y multiplicando. Se trata de un proceso doble de emancipación, ecológica y social,
que tiene lugar en territorios pequeños pero concretos, donde se pone en
práctica una “democracia de alta intensidad”. Este fenómeno que frente a la
desilusión y el desaliento que generan las múltiples crisis ha pasado
inadvertido, contiene atributos, valores y fortalezas de enorme importancia y
se encuentra más extendido, consolidado y reproducido de lo que parece.
Orgánico, surge arropado de principios y valores como la cooperación, la
pequeña escala, los acuerdos colectivos y cara a cara, la elección directa, la
organización en redes, la comunicación recíproca, y especialmente en franca
sintonía con las “fuerzas de la naturaleza”, a la que se considera la principal
aliada. Se trata de una forma inédita de cambio social, que se construye paso a
paso en comunidades, regiones, municipios, barrios de ciudades, y aún en
edificios. Ahí los individuos y las familias descubren que existe el poder
social o ciudadano. Está tercera opción es una respuesta orgánica de mera
supervivencia que los ciudadanos construyen desde abajo. Ya no es la
democracia, sino una nueva demoelefthería (“libertad ciudadana”) (ver
Alonso-Reynoso, C. y J. Alonso-Sánchez, 2015, Universidad de Guadalajara).
México es un fascinante
laboratorio de todo lo anterior. En el país llevamos al menos tres décadas
ensayando esta vía. Quienes abrieron el camino fueron sin duda los pueblos
indígenas de Chiapas con sus caracoles neozapatistas, además de las
experiencias agroecológicas en al menos otras 12 regiones (lo que he llamado el
“otro zapatismo”). Hoy en esa tesitura están (en plena tensión con el sistema)
las policías comunitarias de Guerrero, las autodefensas de Michoacán y nuevos
enclaves en resistencia, como el municipio de Cuetzalan y otras 80 comunidades
de Puebla, decenas de ejidos y comunidades en Morelos, la Sierra Norte y el
Istmo en Oaxaca, Cherán y las comunidades que les siguen en Michoacán, el DF
rural, y varias regiones de Tlaxcala y las Huastecas. Conforme las experiencias
regionales se vayan consolidando y luego concatenando, los “territorios
liberados” irán gradualmente incrementándose. Y este proceso antisistémico irá
creando (ya lo hace) nuevas maneras de producir, circular y consumir, y de
crear seguridad, paz, educación y cultura. En México habrá sorpresas.
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