Panamá acaba de pasar por una catástrofe de la cual aún demorará en
reponerse. Los daños a la moralidad pública, a la confianza en la justicia y
las instituciones, y las lesiones al tesoro nacional y a la economía popular,
además de ser enormes, dejaron heridas que
no cicatrizarán enseguida.
Desde Ciudad Panamá
Para superar ese trauma nuestra sociedad necesita completar una extensa
y profunda aplicación de la justicia, que apenas recién empieza, y concretar
una drástica reforma del sistema político vigente.
Esa acción de la justicia es obstaculizada por un sistema judicial
endeble y una jauría de mercenarios del derecho. Solo una tenaz movilización de
las presiones sociales y de los actores honestos que quedan en algunos medios
de comunicación puede impulsar ese saneamiento de la vida sociopolítica y
económica nacional. A su vez, la reforma política es paralizada por los
negociantes y legisladores que lucran en el sistema que es necesario remplazar,
quienes todavía controlan los medios
establecidos para cambiarlo.
Aunque el problema tiene viejos orígenes, el pasado gobierno exacerbó
esa degeneración moral, política y administrativa, y la expandió. El grupo
económico y político responsable de tal calamidad es conocido. Para
perpetuarse, ese grupo, además de manipular las instituciones penetró varios
partidos. Un ejemplo fueron los advenedizos ajenos al torrijismo que lograron
controlar al PRD y los oportunistas que el martinellismo sedujo, quienes aún retienen
la representación formal de ese partido mediante la violación de sus estatutos.
El martinellismo es producto de la degeneración del sistema político
criollo; en consecuencia es genéticamente enemigo de la democratización
efectiva, la rendición de cuentas, la reforma política y el progreso social del
país. No obstante, su núcleo todavía dispone de grandes recursos económicos,
mediáticos y políticos. Por lo tanto, es el adversario principal de todos los
sectores ‑‑comunitarios, laborales, cívicos, políticos y empresariales‑‑ que
desean rescatar al país y atender las reivindicaciones de nuestro pueblo. Por
eso, hoy por hoy su misión primordial es desmantelar completamente al
martinellismo y lo que este representa.
Entre esos sectores estamos los torrijistas, lo que no incluye al
grupito que desde el PRD coquetea con el CD. Por consiguiente, aunque en el
mapa político panameño los torrijistas somos una fuerza de oposición, tenemos
importantes motivos para alentar acciones comunes con los demás sectores contrarios
al martinellismo. Mientras esa misión acabe de cumplirse, los grupos sociales y
políticos que apoyan una aplicación efectiva de la justicia y desmantelar ese
peligro no son nuestros adversarios sino nuestros compañeros de camino.
No hay que dejarse engatusar con una supuesta oposición
ideada para dividir a los sectores anti‑martinellistas. No cabe perder de vista
quién es el enemigo principal. Es el que protagonizó la arbitrariedad y
corrupción que azotaron a nuestro país y todavía aspira a recuperar el poder.
Es indispensable recordar que mientras el martinellismo conserve su núcleo de
fuerzas, nuestra patria seguirá en peligro. Y que una de las mayores
aportaciones que los torrijistas debemos cumplir para derrotarlo es recuperar
el liderazgo oficial del PRD y enviar a quienes lo degradaron allá adonde le
corresponde, al CD.
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