El triunfo de la diplomacia cubana, inspirada en los
ideales martianos, dignifica los sacrificios enormes que el pueblo cubano y la
Revolución debieron realizar durante décadas, y le permite avanzar en lo mucho
que falta por hacer y transformar en la construcción del socialismo en el siglo
XXI.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
El Papa Francisco y Raúl Castro se reunieron en el Vaticano el pasado 10 de mayo. |
El pasado 19 de mayo se
conmemoró el 120 aniversario de la muerte del prócer cubano José Martí, caído
en combate contra el ejército español en el campamento de Dos Ríos, mientras
luchaba por obtener la independencia de su país del decadente imperio ibérico,
y cuando sabía ya que el sacrificio de su vida sería para “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las
Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras
de América”, como dejó dicho en su último escrito, la célebre carta a su amigo Manuel Mercado. Ese mismo día, un
grupo de navegantes cubanos y estadounidenses compitieron en un carrera de
veleros celebrada frente al histórico malecón de La Habana, en lo que
representa un gesto más en la distensión de las relaciones entre ambos países,
aunque, como ya lo han advertido algunas figuras de la cancillería de la isla,
este proceso podría demorar todavía muchísimo tiempo.
Con todo, es claro que
la dirigencia cubana ha comprendido que la Revolución se juega por entero la
continuidad de sus logros, y su permanencia en el tiempo para beneficio de la
sociedad cubana, en los desafíos implícitos en el diálogo y la negociación con
el imperio que ha pretendido destruirla sistemáticamente durante más de medio
siglo. Consciente de esto, y como anticipando los retos que hoy encara, Cuba
viene desplegando en los últimos años una intensa política exterior en la que
se distinguen, al menos, tres grandes objetivos: fortalecer sus alianzas
estratégicas; reposicionarse como un actor de primer orden en el contexto
latinoamericano y caribeño; y articular sus intereses y potencialidades con los
nuevos polos de poder que se van configurando en un mundo que, poco a poco,
deja atrás la unipolaridad para adentrarse en los no menos complejos caminos de
la multipolaridad.
La creación de la
iniciativa ALBA junto a la Venezuela bolivariana (2004) no solo afianzó los
vínculos entre ambos gobiernos, sino que relanzó a Cuba en el ámbito nuestroamericano mediante el desarrollo
de misiones médicas, educativas, culturales y el aumento del intercambio
comercial. Asimismo, la incorporación de
Cuba, primero, al Grupo de Río (2008); luego, como miembro pleno de la CELAC
(2011) -donde incluso ejerció la presidencia pro tempore del organismo en
2014-; y finalmente su participación como invitada
en la Cumbre de las Américas de la OEA en Panamá (2015), que lo pretendió ser
un desagravió por las agresiones que en organismo panamericano se gestaron
contra el gobierno de la isla , desde la década de 1960, en el contexto de la
Guerra Fría, han reivindicado el lugar histórico de la Revolución Cubana en el
desarrollo reciente de América Latina. Y lo mismo cabe decir sobre el abrumador
respaldo que obtienen, año tras año, las resoluciones que aprueba la Asamblea
General de la ONU para poner fin al bloqueo impuesto por los Estados Unidos: un
clamor universal al que solo se opone la irracionalidad de las élites
imperiales y los intereses inconfesables de sus estados cómplices en este
aventura perversa e inhumana.
La última gira del
presidente Raúl Castro por Argelia, Rusia e Italia, así como la visita de su
homólogo francés, Francois Hollande, a La Habana, hacen parte de ese esfuerzo
por reposicionar a Cuba en el sistema internacional y profundizar sus
relaciones con actores a los que entiende como trascendentales, en medio del
proceso de transformaciones internas que vive la isla en lo político,
económico, social y cultural. En Rusia, por ejemplo, ambos gobiernos acordaron profundizar el memorando
de asociación estratégica del año 2009, en el que se enmarca la
condonación de 31 mil millones de dólares de deuda externa, aprobada el año
pasado, y en el que además están contemplados proyectos de infraestructura
hidroeléctrica, portuaria, aeroportuaria y de exploración de yacimientos de
petróleo en Cuba. En Italia, la reunión de Castro y el papa Francisco no solo
sirvió para coordinar aspectos de su visita a la isla en el mes de setiembre,
sino que además reafirmó el papel protagónico del pontífice como facilitador
del diálogo con Washington, y el nuevo perfil que asume el Vaticano en la
geopolítica americana y global. Por su parte, Hollande reconoció el aporte de
Cuba en el proceso de paz en Colombia; expresó el interés de Francia de
convertirse en un “aliado fiel”, y aumentar la cooperación y las inversiones en
el proceso de actualización del modelo cubano; condenó públicamente el bloqueo
imperial y ofreció el apoyo de su país para
que “las medidas
que tan gravemente han perjudicado el desarrollo de Cuba, finalmente se puedan
levantar, ser derogadas”.
El triunfo de la diplomacia cubana dignifica los
sacrificios enormes que el pueblo cubano y la Revolución debieron realizar durante
décadas, y le permite avanzar en lo mucho que falta por hacer y transformar en
la construcción del socialismo en el siglo XXI; además, legitima su derecho a
la autodeterminación y, al mismo tiempo, revitaliza con sentido histórico -que
se proyecta a través de los siglos- aquel
ideal martiano de construir la
independencia de Cuba, y con ella la de toda nuestra América, como principio de
paz y garantía del equilibrio continental y mundial, frente a la república
imperial y su afán de predominio sobre las potencias del orbe.
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