No existe una sola ultraderecha en el mundo, existen muchas bajo diferentes modalidades.
Bernardo Barranco / LA JORNADA
Con rifle en mano, Eduardo Verástegui lanza advertencia a “terroristas de la Agenda 2030, del cambio climático y de la ideología de género”. El posible candidato independiente a la Presidencia descargó 22 impactos amenazantes en un blanco. Verástegui, cabeza más visible de la ultraderecha religiosa en México, no sólo ganó el repudio de usuarios con su video, sino desnudó su talante violento y autoritario propio de los extremistas radicales. ¿El discurso de odio y la apología de la violencia son impropios de un aspirante a dirigir el destino del país?
Con Verástegui, la vieja derecha sale del clóset. “La familia, Dios y la patria”, un eslogan preñado de teocracia. De un catolicismo rancio, intransigente y revanchista. El apuesto Verástegui renueva los rostros adustos y roídos de los personajes tradicionales de la ultraderecha mexicana. Me refiero a Serrano Limón, Bernardo Ardavín, José Barroso Chávez, los Abascal Carranza, entre muchos. Personajes francamente tediosos, malhumorados y entumecidos. Verástegui viene a renovar. Es una nueva generación planetaria de una ultraderecha que mantiene un viejo discurso bajo nuevo ropaje.
No existe una sola ultraderecha en el mundo, existen muchas bajo diferentes modalidades. La extrema derecha es un fenómeno complejo que se ha extendido de manera gradual y ha adquirido en Europa total carta de ciudadanía. Es un fenómeno global y se presenta en todas las democracias liberales en general. Una explicación en Europa es la crisis económica, el confinamiento del covid, la guerra en Ucrania. Es el desencanto ante la incapacidad de las democracias liberales para producir significados; crear horizontes colectivos que permita movilizar a los votantes y a la ciudadanía. Por eso hay una desconfianza generalizada hacia las instituciones existentes y es la extrema derecha la que más se beneficia con discursos efectistas y populistas. Que promueven el nacionalismo, etnicidad antinmigrante y los viejos valores religiosos.
Muchos resortes sociales subjetivos se mueven, incluso independientes de los procesos electorales. Personas desengañadas en Europa y EU llevan muchos años apartadas del mundo simbólico de la política, porque la política no les dice nada a sujetos pasivos que viven apartados de las señales del poder, que ya no interpretan los legados históricos ni se reconocen en una herencia colectiva, sino que viven en una especie de presente absolutizado.
Bajo el entendido de la diversidad de la ultraderecha, propongo de nuevo tres vertientes de las derechas en el país, aunque hay más. Son grandes vértices ultraconservadores que han despuntado de otras. Primero es la histórica ultraderecha católica que tiene diversos linajes. La segunda es una hipercapitalista de corte secular. Y la tercera es una pentecostal, cargada de fundamentalismos.
1) La ultraderecha católica. Si bien tiene sus raíces en el siglo XIX, sus sociedades semisecretas más conocidas como el Yunque, MURO, Guía y los grupos ProVida son hijas de la guerra fría. Busca instaurar un orden social cristiano, es decir, tiene un corte teocrático. Hay herencia cristera, revanchista de un catolicismo social intransigente, cuyas raíces se remontan al rechazo de los valores y sistemas sociales construidos por la modernidad. Pese a ello, sustentan el “neoliberalismo bautizado” como el estadio ideal. Dicha ultraderecha católica es depositaria del radical pensamiento cristero, rabiosamente anticomunista, misógino, antimasónico, antijudío y antiprotestante. Tienen una ideología antiderechos.
2) Ultraderecha empresarial. Grupos de poder económico han visto perder sus privilegios. Están acostumbrados a actuar de modo corporativo. El modus operandi para hacer negocios y dinero a costa del erario y privilegios que han cambiado y, por tanto, miran con recelo a AMLO. Piden su renuncia, un ejemplo lo encontramos en Frena, de Gilberto Lozano, un empleado del grupo Monterrey que quiere despedir al Presidente como un mal empleado que no garantiza la inversión ni la estabilidad del país. Utilizan lo religioso a conveniencia, como el ícono guadalupano y pretenden aglutinar a grupos sociales del catolicismo conservador. No sólo son los grandes empresarios, hay sectas como el grupo Nxivm que consagran las empresas como el nuevo lugar sagrado. Ahí Keith Raniere esclavizó sexualmente a mujeres, ejerciendo el abuso de la masculinidad sagrada.
3) La ultraderecha evangélica fundamentalista. Grupos pentecostales y neopentecostales conservadores han poblado el horizonte religioso en las últimas décadas. Busca la sanación de la vida pública con base en los designios de Dios sobre la clase política corrupta. Protegen la familia patriarcal y rechazan las conquistas de las mujeres y los derechos de las minorías sexuales. Pugnan por una teología de la prosperidad. El ascenso pentecostal de los sectores evangélicos conservadores y las alianzas interreligiosas son un vector apenas estudiado en América Latina. El fortalecimiento de las iglesias evangélicas refleja la crisis de la Iglesia católica. En México esta corriente ultraconservadora se enfrenta a movimientos de mujeres y de la diversidad sexual. Combaten la politización de la sexualidad movilizada por los movimientos LGBTI y feministas. El pensamiento y organización del fundamentalismo evangélico descansan en Hugo Eric Flores, político evangélico, quien ha fracasado dos veces con su partido Encuentro Social, y el pastor Arturo Farela, evangélico político, quien ha incrustado a muchos de sus cuadros en los programas sociales de la 4T.
Verástegui no es un accidente. Está apadrinado por Donald Trump y Steve Banon. Hay un gran movimiento de ascenso de la ultraderecha en Europa. Bolsonaro en Brasil es un ejemplo premonitorio en América Latina. Verástegui provoca al estilo de Javier Milei no con palabras punzantes, sino con balas matonas.
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