En el transcurrir de las últimas décadas, las elecciones territoriales han tenido importancia fundamental en Colombia. Si bien es cierto que las decisiones prioritarias del país se adoptan desde el Estado central, es el poder regional el que determina el curso de muchas de esas políticas.
Y no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta el rezago en que vivimos. El conflicto armado y los procesos de paz; el abandono histórico del Estado y las difíciles condiciones de poblaciones y comunidades diversas en el territorio nacional, y el poder de los caciques siguen expresándose de manera prioritaria en las regiones.
La contienda por gobernaciones, alcaldías, asambleas, concejos, hace parte de la disputa por el control territorial, por el control de sus recursos estratégicos. La consolidación de la paz total depende en buena medida del pulso entre las distintas fuerzas que se expresan en estas elecciones.
Por ello, aunque de ninguna manera fue un plebiscito en contra del gobierno, como pretenden mostrarlo sus críticos, el resultado de las elecciones es preocupante. Señalemos tres puntos para explicarlo.
El primero tiene que ver con que el proyecto transformador de este gobierno es bastante ambicioso. Más allá de algunas experiencias puntuales, no tiene antecedentes en la historia del país.
La reivindicación de las poblaciones y comunidades históricamente abandonadas, en especial mujeres, jóvenes y grupos étnicos; las reformas sociales estratégicas, la reforma agraria, la seguridad y soberanía alimentaria, la reindustrialización, la política antinarcóticos y la atención de la crisis climática chocan con el orden neoliberal y con los intereses de las élites.
En un proyecto de esta magnitud, un año es muy poco tiempo para que la población perciba el cambio.
A ello hay que sumarle la crisis de la pandemia y el estado lamentable en el que Duque dejó sumido al país, así como las presiones internacionales. El estallido social de 2021 fue una expresión clara del descontento generalizado que llevó al triunfo del gobierno del cambio.
La oposición de los grupos económicos, la derecha y la extrema derecha no cesa. La campaña de desinformación se intensificó sin piedad en las semanas previas a las elecciones. Se trata de desacreditar al gobierno, pero ante todo de propiciar su inestabilidad y las condiciones para un golpe blando, que sigue al acecho.
El carácter mismo del Estado, la existencia de normas centenarias que parecen inamovibles, al servicio de las élites, es un factor clave también. Ha sido especialmente difícil en el asunto de la paz total. Es el “enemigo interno”, al cual se refirió el presidente durante una intervención en Caloto, Cauca, uno de los municipios más golpeados por el conflicto armado y la pobreza.
El segundo punto tiene que ver con dificultades atribuibles al mismo gobierno, que deben atenderse con premura. Por supuesto que se han cometido y se siguen cometiendo errores en el manejo de la política, algunos de ellos inevitables.
Pero debe ponérsele atención a varios asuntos, como las demoras en la ejecución de los proyectos y presupuestos, fundamentales para mejorar las condiciones de vida de la gente. Hay todavía muchos funcionario/as de gobiernos anteriores en dependencias clave que sabotean las políticas.
Con frecuencia los ministros y jefes de alto nivel entran en contradicciones con el proyecto del gobierno. Hay anuncios importantes que no se concretan y/o no se explican suficientemente.
Así, aunque la ruta de navegación marcada por el Plan de desarrollo parece clara, las comunidades y habitantes de zonas rurales y urbanas no perciben todavía el cambio. Por ello, son presa fácil del discurso de los enemigos del gobierno.
Un tercer punto es la crisis y el debilitamiento del Pacto Histórico, una coalición de centro izquierda que fue fundamental en el triunfo del 2022. Pero la verdad es que este triunfo encegueció a varios de sus dirigentes. Algunos de ellos, hombres y mujeres, convertidos en congresistas o en altos funcionarios, han privilegiado sus propios intereses, por encima del proyecto político transformador.
En estas elecciones su papel fue lamentable y llevó al desconcierto de amplios sectores en todo el país. Más aún, se convirtieron o reafirmaron su práctica de caciques, repitiendo cuestionables métodos de los políticos tradicionales. Contra toda lógica, no expidieron los avales a distintas fuerzas interesadas en fortalecer el proyecto en buena parte del país. Por ello proliferaron las listas y candidato/as por fuera del Pacto Histórico.
Algunos hicieron sus propias apuestas políticas, en contravía del interés general. Lo sucedido en Cali y el Valle del Cauca es vergonzoso, sobre todo si recordamos que en esta región, sacudida como ninguna otra por el estallido social, el triunfo de Petro y Francia fue arrollador.
Más allá de las elecciones, buena parte de estos dirigentes tampoco ha hecho a fondo el trabajo político de vincularse a los territorios y explicar el alcance de las políticas del gobierno. Mucho menos han trabajado para fortalecer el necesario Acuerdo Nacional. Tampoco han ejercido la necesaria labor pedagógica al respecto.
Como señaló Marcelo Torres en reciente artículo, la dirección del Pacto se desentendió de dos tareas señaladas por el presidente como cruciales para el gobierno: la movilización social y la reconstitución del Acuerdo Nacional, necesario para la aprobación de las reformas sociales.
Por todo ello, a pesar de la incertidumbre generada por el resultado electoral pasado, es necesario hacer los correctivos necesarios para recuperar el rumbo y el optimismo y avanzar en el proyecto transformador.
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