La encrucijada ante la que se encuentra la humanidad es la más grande que haya enfrentado nunca, y tal parece que no hemos estado a la altura para resolverla.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
La civilización que está en crisis es la Civilización Occidental. Es una crisis que nos está llevando al borde de la supervivencia como especie. Desde mediados del siglo pasado sabemos, aunque entonces todavía de forma preliminar, que el modo de vida dominante en el mundo nos llevaría al colapso. Esa fue la advertencia del Club de Roma en los años sesenta, pero en esos años eso nos sonaba a ciencia ficción.
En la actualidad, los límites a los que el Club de Roma nos advertía que llegaríamos en algún momento, y que entonces parecía tan lejano, están muy cerca. En otras palabras, el destino nos alcanzó. Según las previsiones, en no más de diez años el calentamiento de la Tierra podrá alcanzar los dos grados Celsius, lo que traería enormes disrupciones con consecuencias catastróficas.
En estos días, se lleva a cabo en Brasil la reunión anual más importante de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como la COP30. Es una reunión que pone en evidencia que las metas que el mundo se había planteado para -por lo menos- ralentizar los fenómenos que se desencadenan en el planeta como producto de la actividad humana no se están cumpliendo.
No solo eso: también nos muestra que hay un fuerte movimiento mundial que no solo niega que el problema exista, sino que sabotea los intentos de resolverlo. Ese movimiento es liderado por el gobierno estadounidense de Donald Trump, y a él se pliegan fuerzas políticas conservadoras negacionistas que se encuentran en ascenso.
En el corazón de esas posiciones negacionistas se encuentran los intereses del capital. No solo los de las grandes transnacionales, sino también en la pequeña escala. Las voces que exigen que los llamamientos que piden que se respete el medio ambiente sean desoídos para no frenar lo que llaman “el desarrollo” se oyen por todas partes.
Esa lógica abarca no solo todos los niveles, sino también a todo el planeta. Es la lógica que impone la sociedad de consumo, el meollo de la Civilización Occidental en la contemporaneidad. Hasta la fecha no hemos podido forjar una forma distinta de relacionamiento y organización social realmente alternativa a ella. La forma de organización socialista que existió entre 1917 y 1992, aunque racionalizó sus formas y grados de consumo, partió igualmente de las premisas del crecimiento de la producción y del uso de combustibles fósiles. China, en la actualidad, se ha constituido en el gran productor del mundo.
Por otra parte, los esfuerzos que se hacen por abandonar los carburantes tradicionales tienen también problemas que, a lo mejor, en vez de resolver, agravan el problema con graves repercusiones especialmente para los países del sur global, que son siempre los que sufren las grandes consecuencias.
Solo a manera de ejemplo, veamos: ya estamos viendo los esfuerzos de las grandes potencias por apropiarse de los yacimientos de minerales que son esenciales para los componentes de las baterías necesarias para lo que se ha dado en llamar “la transición” hacia las nuevas tecnologías renovables, lo cual trae conflictos que repercuten en gastos militares y atropellos a las poblaciones asentadas en los sitios en los que se encuentran los yacimientos.
Por otro lado, las baterías eléctricas desechadas, cuyos componentes deben ser desmantelados, son enviadas a países del sur global en donde causan estragos en poblaciones enteras por la contaminación que producen. Un artículo del New York Times del 19 de noviembre muestra como en Nigeria la localidad de Ogijo, al norte de la capital, Lagos, ha visto cómo se incrementa exponencialmente el cáncer por el plomo que se desprende de las usinas que desguazan baterías eléctricas desechadas de automóviles enviadas desde Europa. Los flamantes automóviles eléctricos que recorren orondos las calles de París o Londres, cuyos dueños creen estar ubicándose del lado correcto de la historia al no quemar más combustibles fósiles, no están haciendo más que alimentar otras cadenas de contaminación, conflicto y explotación.
Es decir, se trata de la crisis de una civilización que abarca a todo el planeta y a todas las formas de organización social más conocidas. Con esto se quiere decir que el modelo chino tampoco es una solución para la problemática crucial del deterioro del medio ambiente. En última instancia, aunque pueda eventualmente tener índices favorables en otros rubros importantes -como sacar de la pobreza a granes contingentes de población, por ejemplo, que no es poco-, en otros, que son cruciales para el momento histórico que vivimos, queda debiendo (y mucho).
La encrucijada ante la que se encuentra la humanidad es la más grande que haya enfrentado nunca, y tal parece que no hemos estado a la altura para resolverla. Ya estamos pagando las consecuencias y tal vez tengamos que llegar en unos años a límites ahora insospechados para que tomemos las decisiones radicales necesarias. Ojalá no vaya a ser un sálvese quien pueda en el que, para variar, el sur global salga perdiendo.

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