Lo que puede afectar la identidad de la izquierda uruguaya hasta volverla irreconocible es la agudización de la tendencia a que se convierta en un partido tradicional más, con poca o ninguna diferencia en su cultura política respecto al partido Nacional y al Colorado. Hay muchos síntomas de que se ha ingresado en ese camino, que difícilmente tenga marcha atrás.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
El pasado fin de semana [13-14 diciembre] comenzó la larga carrera de la izquierda uruguaya para volver a ganar el gobierno en las elecciones generales de octubre de 2009. Antes de llegar a esa instancia debe sortear dos etapas: el congreso del Frente Amplio y las elecciones internas simultáneas, a realizarse en junio, de las cuales surgirá el candidato único de cada partido a la presidencia. La primera concluyó el domingo 14 con la elección del tupamaro José Mujica, ex guerrillero y preso político, ex ministro de Ganadería y actual senador, como el candidato oficial de la izquierda electoral.
Aunque el congreso del Frente Amplio dio vía libre a otros cuatro candidatos para que compitan en las internas abiertas, el masivo respaldo de la militancia a Mujica (más de 71 por ciento de los votos de los 2 mil 400 delegados) supone una desautorización al presidente Tabaré Vázquez, que desde hace tiempo empeñó su prestigio en el apoyo al ex ministro de Economía Danilo Astori. El delfín del presidente salió tercero, con un apoyo de apenas 23 por ciento de los delegados, votación que fue interpretada como una clara derrota de Vázquez en la interna frenteamplista.
Para quienes defienden la candidatura de Astori, sólo resta apelar a que el voto masivo de junio lo catapulte a la presidencia en octubre. De ahí que los sectores más conservadores del Frente Amplio, que sostienen al ex ministro de Economía, le quiten importancia a un congreso en el que sólo se expresó la opinión de la militancia y apuesten a un tipo de partido “de opinión” en el que los votantes tienen la última palabra. En el fondo, se trata de dos concepciones opuestas que dividen a la izquierda. Quienes defienden una fuerza integrada por militantes y comités de base (el Frente Amplio cuenta con más de 500 organizaciones barriales, en cada rincón del país), básicamente tupamaros y comunistas, sostienen que las decisiones más importantes deben ser tomadas por los órganos del partido.
Por el contrario, quienes apuestan al votante anónimo como sujeto de la política, y por lo tanto hacen hincapié en el marketing electoral, rehúyen los debates como los registrados el pasado fin de semana en el congreso del Frente Amplio. Los primeros se sitúan más a la izquierda, representan a los sectores populares y a los trabajadores manuales, y se sienten a gusto con un líder que no sabe lo que es una corbata. El sector más socialdemócrata recluta sus seguidores entre las clases medias y los empresarios, y se siente muy a gusto con el perfil tecnocrático que emite Astori. Hasta ahora, ambas culturas pudieron convivir en gran medida gracias al carisma de Vázquez, que lograba zurcir dos proyectos que se adivinan opuestos, aunque ningún actor o sector se ha encargado de explicitarlos.
En el terreno estrictamente programático, suceden dos hechos notables. Astori se ha identificado con el TLC con Estados Unidos y por su opción de establecer una alianza con el norte, que en los hechos recela de las propuestas de integración regional como el Mercosur y la Unasur. En ese sentido, Astori y Vázquez comparten una visión estratégica de un país-isla modelado por las inversiones multinacionales, abierto a las grandes potencias, pero de espaldas a la región. Sin embargo, y esta es una paradoja de la izquierda uruguaya, la propuesta de rechazar un TLC con Washington no alcanzó los votos necesarios para ser aprobada por el congreso y estuvo muy lejos de la apoyos cosechados por Mujica.
El sector tupamaro-comunista parece apostar a la integración regional, sería más proclive a un desarrollo endógeno, tendría buenas relaciones con la Venezuela de Hugo Chávez y sería el más partidario de impulsar un “país productivo” (lema de Vázquez en las elecciones de 2004), que no parece estar avanzando en los cuatro años que lleva la izquierda en el gobierno. Pero todo lo anterior debe ser matizado, puesto que durante los tres años que Mujica fue ministro de Ganadería estas propuestas no lograron plasmarse en una política contundente y sostenida. Por el contrario, los monocultivos de soya se expandieron vigorosamente y la extranjerización de la tierra sigue avanzando sin que se tomen medidas para limitarla.
En Uruguay se calcula, porque no hay datos fiables, que 25 por ciento de la tierra está en manos extranjeras y, a diferencia de lo que sucede en Argentina, las exportaciones de soya (la casi totalidad se exporta sin industrializar) no tienen impuestos especiales. Peor aún: las principales cadenas productivas como la frigorífica y el arroz están en manos de empresas brasileñas, y ocho de las 10 mayores empresas exportadoras son extranjeras. Bajo el gobierno del Frente Amplio creció de forma considerable la concentración y extranjerización de la economía.
Por otro lado, la figura de Vázquez, que supo ser el árbitro inobjetado de la izquierda, se ha desgastado en los últimos meses. Hace dos años, cuando la visita de George W. Bush a la región, debió dar marcha atrás en su propuesta de firmar un TLC por la fuerte oposición del movimiento sindical. Pero ahora las diferencias alcanzan a sus más cercanos partidarios. En las últimas semanas sufrió un fuerte revés: contra la opinión de toda la izquierda, de dos tercios de sus ministros y de más de 60 por ciento de la opinión pública, vetó una ley que despenalizó el aborto, aprobada en el parlamento con los votos de todo el Frente Amplio.
La última derrota del presidente fue el abrumador rechazo a su fórmula presidencial (propone a Astori como presidente y a Mujica como vice), nada menos que entre la militancia de base, que era el espacio más fiel a su liderazgo. Nada irreparable. No obstante, lo que puede afectar la identidad de la izquierda hasta volverla irreconocible es la agudización de la tendencia a que se convierta en un partido tradicional más, con poca o ninguna diferencia en su cultura política respecto al partido Nacional y al Colorado. Hay muchos síntomas de que se ha ingresado en ese camino, que difícilmente tenga marcha atrás.
Aunque el congreso del Frente Amplio dio vía libre a otros cuatro candidatos para que compitan en las internas abiertas, el masivo respaldo de la militancia a Mujica (más de 71 por ciento de los votos de los 2 mil 400 delegados) supone una desautorización al presidente Tabaré Vázquez, que desde hace tiempo empeñó su prestigio en el apoyo al ex ministro de Economía Danilo Astori. El delfín del presidente salió tercero, con un apoyo de apenas 23 por ciento de los delegados, votación que fue interpretada como una clara derrota de Vázquez en la interna frenteamplista.
Para quienes defienden la candidatura de Astori, sólo resta apelar a que el voto masivo de junio lo catapulte a la presidencia en octubre. De ahí que los sectores más conservadores del Frente Amplio, que sostienen al ex ministro de Economía, le quiten importancia a un congreso en el que sólo se expresó la opinión de la militancia y apuesten a un tipo de partido “de opinión” en el que los votantes tienen la última palabra. En el fondo, se trata de dos concepciones opuestas que dividen a la izquierda. Quienes defienden una fuerza integrada por militantes y comités de base (el Frente Amplio cuenta con más de 500 organizaciones barriales, en cada rincón del país), básicamente tupamaros y comunistas, sostienen que las decisiones más importantes deben ser tomadas por los órganos del partido.
Por el contrario, quienes apuestan al votante anónimo como sujeto de la política, y por lo tanto hacen hincapié en el marketing electoral, rehúyen los debates como los registrados el pasado fin de semana en el congreso del Frente Amplio. Los primeros se sitúan más a la izquierda, representan a los sectores populares y a los trabajadores manuales, y se sienten a gusto con un líder que no sabe lo que es una corbata. El sector más socialdemócrata recluta sus seguidores entre las clases medias y los empresarios, y se siente muy a gusto con el perfil tecnocrático que emite Astori. Hasta ahora, ambas culturas pudieron convivir en gran medida gracias al carisma de Vázquez, que lograba zurcir dos proyectos que se adivinan opuestos, aunque ningún actor o sector se ha encargado de explicitarlos.
En el terreno estrictamente programático, suceden dos hechos notables. Astori se ha identificado con el TLC con Estados Unidos y por su opción de establecer una alianza con el norte, que en los hechos recela de las propuestas de integración regional como el Mercosur y la Unasur. En ese sentido, Astori y Vázquez comparten una visión estratégica de un país-isla modelado por las inversiones multinacionales, abierto a las grandes potencias, pero de espaldas a la región. Sin embargo, y esta es una paradoja de la izquierda uruguaya, la propuesta de rechazar un TLC con Washington no alcanzó los votos necesarios para ser aprobada por el congreso y estuvo muy lejos de la apoyos cosechados por Mujica.
El sector tupamaro-comunista parece apostar a la integración regional, sería más proclive a un desarrollo endógeno, tendría buenas relaciones con la Venezuela de Hugo Chávez y sería el más partidario de impulsar un “país productivo” (lema de Vázquez en las elecciones de 2004), que no parece estar avanzando en los cuatro años que lleva la izquierda en el gobierno. Pero todo lo anterior debe ser matizado, puesto que durante los tres años que Mujica fue ministro de Ganadería estas propuestas no lograron plasmarse en una política contundente y sostenida. Por el contrario, los monocultivos de soya se expandieron vigorosamente y la extranjerización de la tierra sigue avanzando sin que se tomen medidas para limitarla.
En Uruguay se calcula, porque no hay datos fiables, que 25 por ciento de la tierra está en manos extranjeras y, a diferencia de lo que sucede en Argentina, las exportaciones de soya (la casi totalidad se exporta sin industrializar) no tienen impuestos especiales. Peor aún: las principales cadenas productivas como la frigorífica y el arroz están en manos de empresas brasileñas, y ocho de las 10 mayores empresas exportadoras son extranjeras. Bajo el gobierno del Frente Amplio creció de forma considerable la concentración y extranjerización de la economía.
Por otro lado, la figura de Vázquez, que supo ser el árbitro inobjetado de la izquierda, se ha desgastado en los últimos meses. Hace dos años, cuando la visita de George W. Bush a la región, debió dar marcha atrás en su propuesta de firmar un TLC por la fuerte oposición del movimiento sindical. Pero ahora las diferencias alcanzan a sus más cercanos partidarios. En las últimas semanas sufrió un fuerte revés: contra la opinión de toda la izquierda, de dos tercios de sus ministros y de más de 60 por ciento de la opinión pública, vetó una ley que despenalizó el aborto, aprobada en el parlamento con los votos de todo el Frente Amplio.
La última derrota del presidente fue el abrumador rechazo a su fórmula presidencial (propone a Astori como presidente y a Mujica como vice), nada menos que entre la militancia de base, que era el espacio más fiel a su liderazgo. Nada irreparable. No obstante, lo que puede afectar la identidad de la izquierda hasta volverla irreconocible es la agudización de la tendencia a que se convierta en un partido tradicional más, con poca o ninguna diferencia en su cultura política respecto al partido Nacional y al Colorado. Hay muchos síntomas de que se ha ingresado en ese camino, que difícilmente tenga marcha atrás.
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