América Latina ya no está dispuesta a ser simple caja de resonancia de los dictados de los organismos financieros internacionales ni de los países industrializados, sino que hay un horizonte de época que invita a buscar alternativas a lo ensayado hasta ahora. Pero todo esto escapa al análisis de la nueva dama de hierro europea.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Ni la chilena Camila Vallejo ni las indignadas del mundo: la canciller alemana, Angela Merkel, fue declarada la figura mundial del año por el Grupo de Diarios de América (GDA), una organización privada que reune a once de los más influyentes medios de comunicación hegemónicos de América Latina, todos ellos voceros de las derechas vernáculas.
Merkel, rostro visible del liderazgo alemán en la actual reconfiguración de la Unión Europea en función de los intereses de las corporaciones financieras y de las elites políticas, en el marco de una apuesta por el ajuste neoliberal que ya puso de rodillas a los pueblos de Grecia, Italia y España, expuso su visión de las relaciones entre Alemania, la UE y América Latina en una entrevista publicada por el diario La Nación de Costa Rica –parte del GDA-.
La canciller visualiza a América Latina en el entramado global como un receptor de inversiones de capital y como un potencial mercado para la producción de la economía alemana y europea, mediante tratados de libre comercio como los que ya el bloque noratlántico ha firmado con México, Centroamérica, Colombia, Perú y Chile: una estrategia nada novedosa y que replica lo hecho por los funcionarios de comercio exterior de los Estados Unidos en los últimos 20 años.
Si bien la canciller reconoce que América Latina “ha ganado margen de maniobra y confianza” en el ámbito de la política exterior, también se apresura a poner coto a este logro: “En el futuro –dijo Merkel en la entrevista-, la región tendrá que implicarse más en la búsqueda de soluciones a los asuntos clave” a nivel internacional, entre ellos, “la actual crisis de la deuda”.
La de Merkel, por supuesto, es una visión apegada al guión de la ortodoxia económica neoconservadora, que confía ciegamente en los mercados y su “mano invisble” para generar empleos, reactivar la producción y generar bienestar; al mismo tiempo, reproduce algunos de los peores vicios del orden capitalista y hegemónico del mundo, especialmente aquellos en los que trasluce el legado del eurocentrismo y el colonialismo político y cultural, que condicionan toda interpretación de la realidad y sus posibilidades a la visión de mundo metropolitana y de los centros de poder.
Y en eso falla el enfoque de la líder alemana: reduce la diversidad y complejidad de los cambios y tendencias políticas que hoy se expresan en América Latina, sometiéndolas al tamiz economicista de las oportunidades de negocios y del libre comercio, y encima, pretende señalar rumbos de acción al proceso de articulación política y construcción de autonomía que avanza en nuestra región a partir de espacios propios de integración como MERCOSUR, ALBA, UNASUR y la recién creada CELAC.
Basta con repasar los temas de discusión, los acuerdos –incluso las divergencias de criterios-, las declaraciones y compromisos surgidos de estos foros, para darse cuenta que, en una perspectiva general, América Latina ya no está dispuesta a ser simple caja de resonancia de los dictados de los organismos financieros internacionales ni de los países industrializados, sino que hay un horizonte de época que invita a buscar alternativas a lo ensayado hasta ahora, a procurar el equilibrio del mundo –que tan lúcidamente avizoró José Martí a finales del siglo XIX- y en plantar cara al colonialismo y al imperialismo soterrados, que persisten en sus afanes, por ejemplo, en el bloqueo contra Cuba, en la independencia negada a Puerto Rico, en el deliberado desprecio de los más poderosos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a las gestiones diplomáticas brasileñas en Oriente Medio, o en la nueva cruzada de ocupación británica de las Islas Malvinas. Pero todo esto escapa al análisis de la nueva dama de hierro europea.
Haría bien la señora Merkel en mirar esta otra América Latina. Quizás no cambie su manera de pensar y sus objetivos políticos hegemónicos, pero al menos podría, como un gesto de mínima honestidad intelectual, comprender mejor las expectativas y sueños que hoy alimentan el devenir nuestroamericano.
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