Estos años de crecimiento económico, de alta inversión nacional y extranjera, de políticas pro empresa privada han llevado a una alta acumulación de capital pero estamos lejos del pleno empleo y también distantes de un mayoritario empleo de calidad.
Manuel Barrera R. / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
Una de las aspiraciones políticas más frecuentemente mencionadas en los programas de las diversas tendencias en todos los países es la del pleno empleo. Siendo un anhelo tan reiterado es conveniente preguntarse qué significa esta expresión. Al parecer, y al revés de lo pudiera entenderse a primera vista, su uso no alude al hecho de que todos los que quieran trabajar puedan hacerlo. Así es frecuente que gobiernos y economistas expresen que una desocupación de aproximadamente 5% es “prácticamente” pleno empleo. Enseguida se argumenta que por razones del movimiento natural de la fuerza de trabajo (gente que cambia de ciudad, de empresa, de ocupación, etc.) siempre existe una cantidad de trabajadores que en el momento de la medición se encuentran sin trabajo. Se subentiende que pronto lo encontrarán. Es el llamado desempleo friccional. Sin embargo, cuando la tasa está cercana al 5% suele ocurrir que a poco andar entran al mercado de trabajo cantidad de personas que esperaban una ocasión adecuada para hacerlo. Debido a ello aumenta el número de los que buscan trabajo y, de ese modo , la tasa de desempleo.
Para tener una visión más certera acerca de la situación de empleo de un país es necesario tener una visión del conjunto de la población de 15 años y más y su relación con el mercado de trabajo. Como ejemplo pondremos el caso de Chile, que tiene, oficialmente, a diciembre del 2011, un desempleo del 7.2%. Veamos las cifras más importantes, tomadas de la “Nueva Encuesta del Empleo” del INE, correspondiente al trimestre septiembre-noviembre, 2011. Población de 15 años y más: 13.522.430. De este total participaban en la fuerza de trabajo 8.080.000 personas es decir, el 59,75% de las estaban en edad de trabajar. Constituyen la llamada Población Económicamente Activa (PEA) De éstas estaban ocupadas 7.495.780, es decir, el 92,77%. Y estaban desocupados 584.230 trabajadores. Las personas que estaban fuera de la fuerza de trabajo, las inactivas, eran 5.442.420, es decir, el 40,25% de toda la población en edad de trabajar. Para tener un noción clara de la situación de empleo de un país hay que escrutar qué es lo que sucede en estos dos conjuntos.
¿Quiénes entran al conjunto de los ocupados? La definición de la “Nueva Encuesta Nacional del Empleo“ del INE es bastante generosa. Se transcribe textualmente. “Ocupados: Todas las personas en edad de trabajar que durante la semana de referencia, trabajaron al menos una hora, recibiendo un pago en dinero o en especie, o un beneficio de empleado/empleador o cuenta propia”.
Haber trabajado una hora en la semana de referencia de la encuesta para caer en la categoría “ocupado” es una metodología, a lo menos, discutible. Para tener mayor claridad sobre el tema habría que examinar con detalle las jornadas de trabajo que caen bajo ese concepto. Es así como según la encuesta trimestral citada los ocupados que trabajaron entre 1 y 15 horas fueron 639.190, cifra respetable.
Respecto de los inactivos el INE los desglosa entre “habituales” y “potenciales activos”. Estos últimos los estima para el caso del trimestre en consideración en 989.510 personas. En este grupo se encuentran aquéllas que al aparecer oportunidades de trabajo podrían buscar empleo. Ahora bien, este grupo es substancialmente mayor que el grupo de personas cesantes, de modo que fácilmente la tasa de desocupación podría aumentar si ella llegase al 5% considerada “prácticamente” de pleno empleo. Salvo que la oferta de trabajos aumentase a niveles desconocidos en el país. Si ese evento desusado se produjese aumentaría la tasa de participación laboral que en Chile es relativamente baja (59,75) para su nivel de desarrollo. En Argentina la tasa alcanzaba al 64,10%, según el Banco Mundial, en 2008. En el caso de los países desarrollados la tasa es más alta (en USA, por ejemplo, en el 2002 era de 66,8%). Este “ejército de reserva laboral” existente en muchos países impediría el pleno empleo.
Pero también hay otras razones por las cuales el pleno empleo se hace difícil. Los países con democracia política, estabilidad y crecimiento económico ejercen una fuerte atracción en sectores de población de países vecinos, sobre todo si ellos carecen de esas cualidades. En Chile hemos vivido en los últimos lustros la experiencia de que determinados trabajos no apetecidos por nacionales, tales como empleadas domésticas puertas adentro, médicos en poblaciones populares son ejercidos por inmigrantes. Este fenómeno se está ampliando también a oficios donde los chilenos tienen menos calificación. Como no es lógico tener tratados de libre comercio y pactos de integración y, simultáneamente, cerrar las fronteras a esa fuerza de trabajo, habrá que contar con este proceso adicional.
No es menor el hecho de que nuestra PEA cuenta con un “sector informal urbano” de consideración. Es el ámbito privilegiado del subempleo. Ahí se cuentan los trabajadores de pocas horas a la semana u ocasionales, recientes cesantes, los por cuenta propia, comerciantes ambulantes, familiares no remunerados, etc. Lamentablemente, es difícil hoy día encontrar información cuantitativa sobre este sector sobre el cual los organismos especializados, como la OIT, ya no hacen estudios. El hecho es que apenas se abren oportunidades en el sector formal de la economía los informales que están en condiciones, procuran obtener un puesto de trabajo ahí. Dado que el sector informal es de fácil entrada, esos lugares lo ocupan de inmediato parientes, amigos o vecinos desocupados. Si habláramos con mayor propiedad muchos de estos trabajadores informales pertenecerían a la categoría de los desempleados o cesantes.
Por último, el progreso tecnológico a medida que ha avanzado en la minería, la industria y la agricultura ha disminuido la PEA de esos sectores. Ello al punto que en nuestro principal sector económico trabaja apenas el 2,93% de los ocupados; en tanto que en la agricultura, antaño el sector más numeroso, labora el 9,28% de los trabajadores y en la industria, también densamente poblada antes, está el 11,58%. En nuestras tres principales ramas productivas estaban ocupadas 1.787.340 personas de un total de 7.505.340, es decir, el 23,81% de todos los ocupados del país. En la medida que el desarrollo tecnológico penetre más en las otras ramas de la economía y se eleve su productividad las necesidades relativas de mano de obra serán menores.
Por todo lo anterior, no obstante la baja tasa de natalidad, creemos que tener pleno empleo en el país no pasa de ser una mera ilusión sin sustento en la realidad. Estos años de crecimiento económico, de alta inversión nacional y extranjera, de políticas pro empresa privada han llevado a una alta acumulación de capital pero estamos lejos del pleno empleo y también distantes de un mayoritario empleo de calidad.
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