La realización de una
civilización de la pobreza o de la austeridad compartida requiere formar
personas con un sentido profundo de la justicia y la compasión; sin olvidar,
claro está, la urgencia de un nuevo contrato social que posibilite inclusión de
las mayorías marginadas; construcción y protección del bien común; equidad; y
una vida digna de ser vivida.
Carlos Ayala Ramírez / ALAI
El sacerdote jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado en 1989 en San Salvador. |
Con la participación de
especialistas de la filosofía y la teología de distintos países, hace poco se
realizó en nuestro país un seminario sobre el legado crítico y creativo de
Ignacio Ellacuría al mundo de hoy. La idea fuerza que estuvo presente en esta
nueva actividad académica es sugerente: no se trata de volverse custodios de un
legado (de teorías, ideas o principios), sino de poner a producir ese
pensamiento de acuerdo a los desafíos del presente. Desde luego, hay un reconocimiento
explícito de que el testamento teórico y práctico de Ellacuría sigue vigente e
ilumina no solo para abordar problemas de orden filosófico o teológico, sino, y
sobre todo, para abordar los problemas que afectan a las mayorías pobres.
Con respecto a esto
último, Martin Maier, teólogo alemán y organizador del evento, nos ha recordado
la importancia que tiene en el legado de Ellacuría el compromiso con la
construcción de una nueva civilización, la de la pobreza, que ha de tener como
principio y fundamento que las mayorías alcancen unos niveles de vida aptos
para satisfacer dignamente sus necesidades básicas fundamentales. Desde el
contexto actual, Maier hizo un repaso y una interpretación personal de las
ideas centrales de Ellacuría sobre la civilización de la pobreza y su vínculo
estructural con los derechos humanos. Veámoslo al menos de forma resumida y
esquemática.
Maier parte de una
constatación de graves consecuencias naturales, sociales y humanas: vivimos en
una profunda crisis de civilización, expresada en crisis económica, ambiental,
ética, política, alimentaria, demográfica y energética. Por tanto, un cambio
radical de civilización, que vaya a la raíz de los problemas y en dirección
contraria al orden dominante, es una necesidad histórica. El referente teórico
y utópico de ese cambio lo encuentra Maier en la original formulación de
Ellacuría denominada “civilización de la pobreza”. El concepto es usado por el
rector mártir en varios sentidos. A continuación, el repaso que hace Maier.
Sentido programático. “Donde la pobreza ya no
sería la privación de lo necesario y fundamental debido a la acción histórica
de grupos, clases sociales o naciones, sino un estado universal de cosas en que
estén garantizadas la satisfacción de las necesidades fundamentales, la
libertad de opciones personales y un ámbito de creatividad personal y
comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas
relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios”.
Sentido contracultural. “La civilización de la
pobreza […], fundada en un humanismo materialista, transformado por la luz y la
inspiración cristiana, rechaza la acumulación del capital como motor de la
historia y la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización, y
hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del
desarrollo y del acrecentamiento de la solidaridad compartida, el fundamento de
la humanización”.
Sentido espiritual. La civilización de la
pobreza “es la que realmente da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado
por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concupiscente de tener toda
suerte de superfluidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo
necesario. Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y
humana de los pobres y los pueblos del Tercer Mundo, hoy ahogada por la miseria
y por la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos
aspectos, pero no por eso más humanos”.
Maier, al resumir y
actualizar el concepto de la civilización de la pobreza frente a los desafíos
globales de hoy, sostiene que los criterios decisivos derivados del mismo son
la universalidad, la justicia y la sostenibilidad. Y en seguida explica que la
economía de los países ricos del Norte no es universalizable por la inequidad
que produce, por su impacto ambiental depredador y por los límites de los
recursos naturales. A escala mundial, la justicia significa que todos los seres
humanos tengan el mismo derecho a los recursos naturales y a la energía, y que
las consecuencias ecológicas han de distribuirse equitativamente. La
sostenibilidad implica administrar los recursos de tal forma que se tomen en
cuenta los derechos e intereses de las futuras generaciones.
Sostiene, además, que en
el planteamiento de Ellacuría, el principio y fundamento de una nueva
civilización lo constituyen los derechos humanos, y no solamente en cuanto
derechos civiles y políticos de la Declaración Universal de Derechos Humanos de
1948, sino también en cuanto derechos económicos, sociales y culturales del
Pacto Internacional de 1966. Pero hay algo más. Para Maier, el concepto de la
civilización de la pobreza también anticipa la idea de los bienes globales
comunes (tierra, mar, bosques, atmósfera, etc.), que ahora mismo tienen una
gran importancia en el debate sobre el desarrollo sostenible. Ellacuría lo
visualizó en los siguientes términos: “Los grandes bienes de la naturaleza ([…]
el conjunto de los recursos naturales para la producción, el uso y el disfrute)
no necesitan ser apropiados de una forma privada por ninguna persona
individual, grupo, nación y, de hecho, son el gran medio de comunicación y
convivencia”.
Se suele objetar, dice
Maier, que el concepto acuñado por Ellacuría es demasiado general y utópico.
Sin embargo, puntualiza, él no pretendía proponer un modelo técnico de un nuevo
orden económico, pero sí abrir un horizonte de esperanza y de perspectivas de
acción. En la actualidad se habla, en ese sentido práctico, de la apertura de
los mercados situados en los países ricos para las exportaciones de los países
pobres; de abolición de subvenciones y ayudas para la agricultura en los países
ricos; de un impuesto a las transacciones financieras; de un impuesto al uso de
los bienes globales comunes; y de la creación de un fondo internacional
humanitario para combatir la extrema pobreza.
Ahora bien, según Maier,
las propuestas técnicas no son suficientes para lograr los cambios
fundamentales que requiere una nueva civilización. Se necesita, a la vez, un
cambio radical de conciencia y de valores acorde con un ideal de convivencia
más humanizadora. La construcción de nuevas estructuras debe implicar educar en
la civilización de la pobreza. Y eso pasa, en la perspectiva de Ellacuría, por
la formación de hombres y mujeres que mantengan una lucha permanente por
superar la injusticia estructural dominante.
La realización de una
civilización de la pobreza o de la austeridad compartida, pues, es uno de los
desafíos fundamentales del legado del padre Ignacio Ellacuría. Requiere formar
personas con un sentido profundo de la justicia y la compasión; sin olvidar,
claro está, la urgencia de un nuevo contrato social que posibilite inclusión de
las mayorías marginadas; construcción y protección del bien común; equidad; y
una vida digna de ser vivida.
Carlos Ayala Ramírez,
director de Radio YSUCA de El Salvador
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