Profundizar la
construcción de alternativas posneoliberales, o dar paso al regreso de los
gobiernos neoliberales: tal es la disyuntiva que marcará los próximos procesos
electorales en nuestra América.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El expresidente Tabaré Vázquez será el candidato del Frente Amplio de Uruguay para las elecciones de 2014. |
El tema de la reelección presidencial y la alternancia
en el poder en los sistemas políticos latinoamericanos, que miran siempre como
referentes a los modelos liberal-burgueses, vuelve a ocupar el escenario de los
debates en medios de comunicación y círculos académicos. El regreso a la escena
electoral de los expresidentes Michelle Bachelet y Tabaré Vázquez en Chile y
Uruguay, respectivamente, o la gravitación permanente de Lula da Silva en
Brasil, como un posible salvavidas del Partido de los Trabajadores, alimenta
especulaciones y análisis.
No faltan
los inquisidores de la derecha que ven en la aspiración de Evo Morales a un
nuevo mandato en Bolivia; en el desafío lanzado por Alianza País a la oposición
ecuatoriana –especialmente a la de Guayaquil- para aprobar un acuerdo que
permita la reelección indefinida; y hasta en una hipotética reforma
constitucional de Cristina Fernández en Argentina (que los atemoriza como
pesadilla de la infancia), la pretensión de los “populistas” de eternizarse en
el poder. Los censores podrían decir lo mismo de la sempiterna obsesión de
Álvaro Uribe para volver al Palacio de Nariño en Colombia, pero prefieren
guardar silencio sobre el hijo predilecto del Comando Sur.
No nos interesa, por ahora, profundizar en los entretelones de cada uno
de los casos mencionados, a los que incluso podríamos agregar las aspiraciones
presidenciales de Xiomara Castro en Honduras, candidata del partido LIBRE y
esposa del depuesto presidente Manuel Zelaya, porque creemos que la cuestión de
fondo es otra y reclama una lectura diferente: lo que está en juego en ese
ajedrez de movimientos políticos es la posibilidad de que el posneoliberalismo
latinoamericano -en sus distintas expresiones- tome un nuevo aire de
continuidad, o por el contrario, que ceda terreno peligrosamente a la
restauración neoliberal.
Tras más de una década en el poder, los gobiernos
progresistas y nacional-populares ya han conocido el desgaste y las tensiones
propias de la administración de la cosa pública. Protestas, manifestaciones,
huelgas, reclamos y descontentos, enfrentan su discurso y sus programas
políticos con la realidad de la gestión cotidiana de los problemas y la
solución de las necesidades inmediatas. Nada fuera de lo común en el ejercicio
del poder, pero que sí constituye un factor que presiona a las izquierdas
latinoamericanas de cara a su futuro.
Si bien hasta prestigiosos organismos internacionales,
como UNESCO, FAO y CEPAL, reconocen el inobjetable compromiso de estos
gobiernos con los sectores más pobres, los eternamente excluidos por la
oligarquía y las víctimas del neoliberalismo en el altar del mercado, también
desde otros sectores se les cuestiona por no impulsar transformaciones más
radicales en materia de su modelo de desarrollo y su matriz energética, ambos
dependientes todavía de los emprendimientos extractivistas y del consumo de
combustibles fósiles. Es lo que han planteado, por ejemplo, los ambientalistas
y movimientos ecologistas tras la última cumbre del ALBA en Ecuador, y en lo
que vienen insistiendo intelectuales como Alberto Acosta y Eduardo Gudynas.
Idénticas discusiones tienen lugar en Argentina y Brasil, en Colombia, Perú y Chile,
en México y toda América Central.
El asunto, como se puede apreciar, traspasa las
categorizaciones tradicionales entre izquierdas y derechas, y se instala, más
bien, en el orden de la cultura y del desarrollo histórico, por un lado, de las
relaciones las ideas económicas y las formas específicas de organizar la
producción de bienes y mercancías; y por el otro, las relaciones entre
naturaleza y sociedad. Es decir, se trata de un poderoso sustrato ideológico
que explica, en buena medida, por qué nuestra de inserción en el sistema
internacional y la búsqueda de El Dorado del desarrollo sigue todavía los patrones y modalidades dominantes
desde el siglo XVI.
Seguramente no han sido ni serán todo lo que sociedades
cada vez más informada (y no pocas veces desinformada por el poder mediático
del capital), educada y diversa esperaría de ellos, más aún cuando se invocan
las banderas de la revolución, pero lo cierto es que los gobiernos progresistas
y nacional-populares sí que representan un salto cualitativo en la política de
los últimos 40 años al menos. Además, abrieron caminos inéditos en nuestra
región, especialmente para la acción de los movimientos sociales, y dieron
espacios a temas y debates emergentes que van perfilando un rostro diferente
para nuestra América: la descolonización, el antiimperialismo, la soberanía y
la construcción del mundo multipolar, la democratización de los medios de
comunicación, la nueva integración regional, los derechos humanos en todo su amplio
espectro de realización, y la confrontación crítica con el capitalismo (aunque
aún no logremos superarlo), son algunas de las señas de identidad del nuevo
tiempo latinoamericano.
Por supuesto, quedan muchas tareas pendientes. Lo que no
dejó hecho Bolívar, “sin hacer está hasta
hoy”, había escrito José Martí. Nada más cierto que eso. Pero pretender que
la puesta al día con el rezago acumulado, así como la concreción de los nuevos
sueños, sean acometidos únicamente por la actual generación, por las organizaciones
políticas y los dirigentes que han llegado al poder en este siglo XXI, sería
tanto una ingenuidad como un gesto abierto de incomprensión de las claves del cambio de época: porque todo lo conquistado
en esta década y un poco más, se alcanzó gracias a la movilización y las luchas
populares que depusieron gobiernos neoliberales y antinacionales, y que
encumbraron a nuevos liderazgos.
Fue el protagonismo del pueblo, la organización de los de abajo, sus idas y vueltas a veces
sin horizonte de triunfo y esperanza, las que rompieron las cadenas de la
hegemonía neoliberal. Y solo por esa senda, diversa como es, se podrán
construir las urgentes alternativas que
en el mediano y largo plazo, en nuestra América y el mundo entero, podrán dar
origen a una civilización y una cultura nuevas.
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