En esta nueva etapa del ALBA, el desafío para los presidentes del bloque consiste en conjugar la voluntad política
de sus gobiernos con las necesidades y demandas de los pueblos de sus
respectivos países, y de toda la región latinoamericana y caribeña, que siguen
viendo en la Alianza Bolivariana un faro de esperanza.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
“Se
impone de nuevo lo que pudiéramos llamar la revancha de la política, que la
política vuelva a la carga y que tome la vanguardia de los procesos de
integración”. Hugo
Chávez (2001).
Los presidentes Maduro, Morales, Correa y Ortega en la Cumbre del ALBA en Guayaquil. |
En un momento clave
para América Latina, tanto por las dinámicas políticas y sociales a lo interno
de nuestros países, como por los proyectos neoliberales que pretenden
reconquistar el terreno perdido y fracturar el nuevo equilibrio de fuerzas
interamericanas, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA) celebró la semana anterior su XII Cumbre en la ciudad ecuatoriana de
Guayaquil.
Con la presencia de los
mandatarios y representantes de los nueve países miembros, el foro del ALBA
lanzó una vez más un vehemente llamado a la unidad y la integración regional,
desde una perspectiva posneoliberal, antiimperialista y multipolar, como
alternativa deseable y necesaria para enfrentar la doble crisis de este tiempo:
la del capitalismo y la de nuestra civilización como un todo.
La de Guayaquil fue la
primera cumbre oficial desde la muerte de Hugo Chávez, y los temas, propuestas
y debates protagonizados por los
mandatarios constituyeron un justo homenaje a la memoria del líder bolivariano:
cuestiones como la crítica a la voracidad de una inversión extranjera no
ajustada al interés nacional; la falacia de los tratados de libre comercio y
los mecanismos de arbitraje dominados por organismos financieros
internacionales; las tensiones del desarrollo, el extractivismo y las
relaciones entre naturaleza y sociedad; la permanente lucha contra la pobreza y
a favor de la educación, la salud y la cultura; la creación de una Zona
Económica Complementaria entre países del ALBA, del Mercosur y de Petrocaribe;
lo mismo que el fortalecimiento de las relaciones con Africa y la integración
Sur-Sur, ocuparon el centro de la agenda y quedaron plasmados en la Declaración del ALBA desde el
Pacífico. Un claro contrapunto del sustrato ideológico y las iniciativas que
promueve la Alianza del Pacífico, el eje neoliberal latinoamericano respaldado
por el gobierno de Estados Unidos.
Por su parte, la
declaración de la Declaración de la Cumbre de Movimientos Sociales del ALBA alentó a los gobiernos
a “profundizar la construcción de una América Latina y un Caribe liberados de
todo rezago de patriarcado, de racismo, de colonialismo, de neocolonialismo,
del dominio del capital, del control de los emporios financieros y mediáticos y
del poder de las transnacionales”, y al mismo tiempo, los instó a que se inicie
“un proceso intensivo e integral para despatriarcalizar los Estados y los
alentamos a avanzar sus políticas públicas y de reconocimiento de la diversidad
sexual y de género, y así lograr los derechos de todas las personas a decidir
libremente sobre su cuerpo y su sexualidad”.
Con sus énfasis
particulares en el análisis de los problemas y sus posibles soluciones, así
como en sus formas específicas de expresar los puntos de vista, ambos
documentos convergen en un aspecto determinante: no es posible avanzar en el
camino de una integración múltiple, diversa y nuestroamericana sin la
participación activa de gobiernos y movimientos, lo que no implica rechazar la
dialéctica de sus encuentros y desencuentros, sino aprovechar las fuerzas y las
tensiones creativas para superar el estancamiento y romper los nudos del statu quo, de la conformidad y del
burocratismo que amenazan a los procesos revolucionarios en nuestra América.
Si la firma del acuerdo
de creación del ALBA en 2004, entre los gobiernos de Cuba y Venezuela, anunciaba
la gestación de una perspectiva de la integración radicalmente distinta respecto
de los enfoques panamericanistas dominantes en esos años, también representó una
suerte de relevo generacional en las luchas antiimperialistas y
latinoamericanistas en el continente: la estafeta pasaba de la figura señera de
Fidel Castro al presidente Chávez, quien venía de vencer, gracias a la acción
del pueblo y los militares patriotas venezolanos, el golpe de Estado y las
maniobras imperialistas para sacarlo de Miraflores y acabar con su vida.
Insondable como es el
destino humano, fue una enfermedad le que al cabo de una década finalmente
acabó con la vida de Chávez. Pero su legado, plasmado en buena medida en lo que
representa el ALBA no solo como concreción política y económica, sino también
como aspiración política, cultural y social, y como horizonte de construcción
de la utopía de nuestra América, sigue vigente.
Hoy, en esta nueva etapa del ALBA, el desafío para los presidentes del bloque consiste en conjugar la
voluntad política de sus gobiernos con las necesidades y demandas de los
pueblos de sus respectivos países, y de toda la región latinoamericana y
caribeña, que siguen viendo en la Alianza Bolivariana un faro de esperanza en
la larga batalla por la liberación y la segunda –y definitiva- independencia.
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