Los movimientos sociales citadinos, que
tienen a los jóvenes frustrados y agobiados como protagonistas principales,
pueden transformarse eventualmente en una fuerza importante de cambio, aunque
hasta ahora no hayan sido sino, principalmente, de protesta.
Rafael
Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Los jóvenes: protagonistas de las protestas en Brasil. |
Intentando encontrar patrones que le den
unicidad a los movimientos sociales que sacuden al mundo desde Estambul, junto
al estrecho del Bósforo, hasta Sao Paulo, en Brasil, se ha relevado con
insistencia el papel que han jugado las redes sociales en sus convocatorias, la
presencia de los jóvenes y la multiplicidad de demandas que se levantan.
No se ha profundizado mucho, sin
embargo, sobre el ambiente general de frustración y descontento que está en la
base de todo, que hace saltar chispas sobre la pradera seca, incendiándola
imprevistamente en cualquier momento.
Uno de los factores de creciente
insatisfacción en países como Turquía y Brasil pero, en general, en el mundo
contemporáneo, es la vida en las grandes ciudades, algunas veces verdaderas
megalópolis, que es cada vez más complicada.
Como se sabe, una de las tendencias
importantes de la dinámica social contemporánea es el crecimiento inusual de
las ciudades, que cada día concentran más a la población mundial, y que exponen
a sus habitantes a una creciente lista de problemas y riesgos por la falta de
planificación pero, también, por el contexto de desarrollo capitalista en su
expresión neoliberal en el que se da.
No solo en ciudades tan grandes como Sao
Paulo, sino en otras relativamente pequeñas como las capitales
centroamericanas, con no más de tres o cuatro millones de habitantes, moverse
en la ciudad se ha transformado en una verdadera epopeya diaria, que sufren no
solo los que tienen que usar los insuficientes y deteriorados sistemas
públicos, sino también los que han podido acceder a un automóvil, que se ven
apresados en grandes congestionamientos de tráfico.
No se trata solo del tamaño de las
ciudades y de la cantidad de habitantes, sino de la forma de concebir el
desarrollo, que se centra en el acrecentamiento del consumo individual que
lleva a la multiplicación de los automóviles. Este modelo de desarrollo, que
alcanza su paroxismo en los Estados Unidos de América, transforma a las
ciudades en lugares donde es difícil vivir sin un automóvil, no solo por las
grandes distancias que hay que recorrer para ir de un sitio a otro, sino porque
muchas veces, ni siquiera hay cómo caminar por la existencia de grandes
autopistas que, además, en algunos lugares se entrecruzan formando verdaderos
nudos en los que el peatón no existe.
Si a esto agregamos los crecientes
problemas de abastecimiento de agua y electricidad, agravados por la inoperante
administración de compañías transnacionales, en América Latina especialmente
españolas, como la Unión Fenosa, la deficiente recolección de basura y los
grandes basurales a cielo abierto, y las grandes inundaciones en época de
lluvia, la situación se vuelve, a veces, intolerable.
Agréguese a lo anterior el desempleo o
el empleo precario, el bombardeo constante de un modelo de consumo asociado al
éxito en la vida sinónimo de felicidad, y lo que tendremos será un verdadero
coctel explosivo.
América Latina es la segunda región más
urbanizada del mudo, después de Norteamericana, con el 82% viviendo en ciudades
cada vez más segmentadas territorialmente, con condominios y “countries” en donde se viven realidades
idílicas, desconectadas con la realidad circundante por medio de altos muros
protegidos por sistemas y agencias de seguridad.
Es en las ciudades en donde han surgido
estos movimientos de los últimos tiempos. Son una de las manifestaciones
importantes, aunque no únicas, de los nuevos movimientos sociales. Están los
otros, los que ha llevado al poder a Evo Morales en Bolivia, por ejemplo, que
parten de una base social y una problemática distinta. Pero aquellos, los
movimientos sociales citadinos, que tienen a los jóvenes frustrados y agobiados
como protagonistas principales, pueden transformarse eventualmente en una
fuerza importante de cambio, aunque hasta ahora no hayan sido sino,
principalmente, de protesta.
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