El actual
papa Francisco tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más
protagónico a las mujeres en la práctica de la religión católica desde la
institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué no? Es hora que la
Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos, que formulen una
genuina autocrítica, que evolucionen.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Que las mujeres gozan
de menos derechos que los varones en todos los rincones del mundo no es ninguna
novedad. Eso está comenzando a cambiar, lentamente. Ya hay transformaciones
importantes en curso, pero aún resta muchísimo por avanzar. El patriarcado, con
mayor o menor virulencia, sigue siendo aún una cruel realidad en todo el
planeta. No puede precisarse cómo seguirán esos cambios, y con qué velocidad.
Lo que sí está claro es
que las religiones –todas– no juegan un papel precisamente progresista en ese
cambio: más que ayudar a la igualación de las relaciones entre los géneros,
promueven el mantenimiento de las más odiosas y repudiables diferenciaciones
injustas (¿puede haber alguna diferenciación injusta que no se odiosa y
repudiable?).
Amparados en la pseudo
explicación de "ancestrales motivos culturales", podemos entender
–jamás justificar– el patriarcado, los arreglos matrimoniales hechos por los
varones a espaldas de las mujeres, el papel sumiso jugado por éstas en la
historia, el harem, la ablación clitoridiana; podemos entender que una comadrona
en las comunidades rurales de Latinoamérica cobre más por atender el nacimiento
de un niño que el de una niña, o podemos entender la lógica que lleva a la
lapidación de una mujer adúltera en el África.
En esta línea,
entonces, podríamos decir que las religiones ancestrales son la justificación
ideológico-cultural de este estado de cosas; las religiones en tanto
cosmovisiones (filosofía, código de ética, manual para la vida práctica) han
venido bendiciendo las diferencias de género, por supuesto siempre a favor de
los varones. ¿Por qué los poderes, al menos hasta ahora, han sido siempre
masculinos y misóginos? Esto, secundariamente, demuestra que todas las
religiones son machistas, nunca progresistas, nunca promueven la equidad real;
y si hay diosas mujeres, como efectivamente las hay, la feligresía está
atravesada por el más absoluto patriarcado.
Quizá en un arrebato de
modernidad podríamos llegar a estar tentados de decir que las religiones más
antiguas, o los albores de las actuales grandes religiones monoteístas, son
explícitas en su expresión abiertamente patriarcal, consecuencia de sociedades
mucho más "atrasadas", sociedades donde hoy ya se comienza a
establecer la agenda de los derechos humanos, incluidos los de las mujeres,
sociedades que van dejando atrás la nebulosa del "sub-desarrollo".
Así, no nos sorprende que dos milenios y medio atrás, Confucio, el gran
pensador chino, pudiera decir que "La
mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo", o
que el fundador del budismo, Sidhartha Gautama, aproximadamente para la misma
época expresara que "La mujer es
mala. Cada vez que se le presente la ocasión, toda mujer pecará".
Tampoco
nos sorprende hoy, en una serena lectura historiográfica y sociológica de las
Sagradas Escrituras de la tradición católica, que en el Eclesiastés 22:3 pueda encontrarse que "El nacimiento de una hija es una pérdida", o en el mismo
libro, 7:26-28, que "El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador
en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar,
encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer justa
entre todas". O que el Génesis enseñe a la mujer que "parirás tus hijos con dolor. Tu deseo
será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti", o el Timoteo 2:11-14 nos diga que "La mujer debe aprender a estar en
calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad
sobre un hombre; debe estar en silencio".
Siempre
en la línea de intentar concebir la historia como un continuo desarrollarse, y
al proceso civilizatorio como una búsqueda perpetua de mayor racionalidad en
las relaciones interhumanas, podría entenderse que cosmovisiones religiosas
antiguas como la que aún mantienen los ortodoxos judíos repitan en oraciones
que se remontan a lejanísimas antigüedades: "Bendito
seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer", o "El hombre puede vender a su hija, pero
la mujer no; el hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no".
Reconociendo
que los prejuicios culturales, racistas para decirlo en otros términos, siguen
estando aún presentes en la humanidad pese al gran progreso de los últimos
siglos, desde una noción occidental (eurocentrista), podría pensarse que son
religiones "primitivas" las que consagran el patriarcado y la
supremacía masculina. Así, ente la población africana, es común que en nombre
de preceptos religiosos (de "religiones paganas" se decía no hace
mucho tiempo) más de 100 millones de mujeres y niñas son actualmente víctimas
de la mutilación genital femenina, practicada por parteras tradicionales o
ancianas experimentadas al compás de oraciones religiosas a partir del
concepto, tremendamente machista, de que la mujer no debe gozar sexualmente,
privilegio que sólo le está consagrado a los varones, mientras que eso por
cierto no sucede en sociedades "evolucionadas".
Igualmente
desde un prejuicio descalificante puede decirse que la dominación masculina
queda glorificada en religiones que, al menos en Occidente, son vistas como
fanáticas, fundamentalistas, primitivas en definitiva. En ese sentido, en esa
lógica de discriminación cultural, puede afirmarse que los musulmanes ya en su
libro sagrado tienen establecido el patriarcado, lo cual podría ratificarse leyendo
el verso 38 del capítulo "Las mujeres" del Corán (en
la traducción española de Joaquín García-Bravo), que textualmente dice: "Los hombres son superiores a las
mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a
éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar
a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente,
durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve
intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en
lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les
busquéis camorra. Dios es elevado y grande".
Incluso
podría decirse que si la religión católica consagró el machismo, eso fue en
tiempos ya idos, pretéritos, muy lejanos, y no es vergonzante hoy que uno de
sus más conspicuos padres teológicos como San Agustín dijera hace más de 1.500
años: "Vosotras, las mujeres, sois
la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las
primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al
hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras
destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por
causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de Dios". Curioso
modo de ver las cosas, a leerse psicoanalíticamente, pues el mismo Obispo de
Hipona, años atrás, antes de su conversión, cuando era un joven aristócrata
sibarita había expresado que "es de
mal gusto acostarse dos noches seguidas con la misma mujer". Es decir:
la mujer siempre como objeto, y más aún: objeto peligroso. Y tampoco llama la
atención que hace ocho siglos Santo Tomás de Aquino, quizá el más notorio de
todos los teólogos del cristianismo, expresara: "Yo no veo la utilidad que puede tener la mujer para el hombre,
con excepción de la función de parir a los hijos". Pero, ¿no debe
abrirse una crítica genuina de todo esto?
Las religiones ven en
la sexualidad un "pecado", un tema problemático. Sin dudas, ese es un
campo problemático. Pero no porque lleve a la "perdición" (¿qué será
eso?) sino porque es la patencia más absoluta de los límites de lo humano: la
sexualidad fuerza, desde su misma condición anatómica, a "optar" por
una de dos posibilidades: "macho" o "hembra". La
constatación de esa diferencia real no es cualquier cosa: a partir de ella se
construyen nuestros mundos culturales, simbólicos, de lo masculino y lo
femenino, yendo más allá de la anatómica realidad de macho y hembra. Esa
construcción es, definitivamente, la más problemática de las construcciones
humanas, y siempre lista para el desliz, para el "problema", para el
síntoma (o, dicho de otra manera, para el goce, que es inconsciente. ¿Cómo
entender desde la lógica "normal" que un impotente o una frígida
gocen con su síntoma?). A partir de esa construcción simbólica, se
"construyó" masculinamente la debilidad femenina. Así, la mujer es
incitación al pecado, a la decadencia. Su sola presencia es ya sinónimo de
malignidad; su sexualidad es una invitación a la perdición, a la locura.
En la tristemente
célebre obra "Martillo de las brujas" ("Malleus
maleficarum") de Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, aparecida en 1486
como manual de operaciones de la Santa Inquisición, puede leerse que: "Estas brujas conjuran y suscitan el
granizo, las tormentas y las tempestades; provocan la esterilidad en las
personas y en los animales; ofrecen a Satanás el sacrificio de los niños que
ellas mismas no devoran y, cuando no, les quitan la vida de cualquier manera.
Entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados, según su
conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona las
descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como
también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos;
saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los
matrimonios o tornarlos infecundos, causar abortos o quitarle la vida al niño
en el vientre de la madre con sólo un tocamiento exterior; llegan a herir o
matar con una simple mirada, sin contacto siquiera, y extreman su criminal
aberración ofrendándole los propios hijos a Satanás". (…) "La facultad que todas tienen en común,
así las de superior categoría como las inferiores y corrientes, es la de llegar
en su trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales".
No está de más recordar que gracias a instructivos como éste pudieron ser
quemadas en la hoguera miles de mujeres en la Edad Media, por supuesta brujería.
Fue la idea religiosa en juego la que provocó esto, más allá del declarado
"amor al prójimo": la mujer como incitadora al pecado, como puerta de
entrada a la perdición. ¿Amparados en qué derechos varones misóginos pudieron,
o pueden, mantener esta monstruosa injusticia?
Toda
esta misoginia, este machismo patriarcal tan condenable podría entenderse como
el producto de la oscuridad de los tiempos, de la falta de desarrollo, del
atraso que imperó siglos atrás en Occidente, o que impera aún en muchas sociedades
contemporáneas que tienen todavía que madurar (y que, por ejemplo, aún lapidan
en forma pública a las mujeres que han cometido adulterio, como los musulmanes,
o les obligan a cubrir su rostro ante otros varones que no sean de su círculo
íntimo). Pero es realmente para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el
siglo XXI, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana sigue preparando a las
parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales donde puede leerse que "La profesión de la mujer seguirá
siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles
de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse
para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos. En el amor desea ser
conquistada; para ella amar es darse por completo y entregarse a alguien que la
ha elegido. Hasta tal punto experimenta la necesidad de pertenecer a alguien
que siente la tentación de recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con
toda facilidad a los requerimientos del hombre. La mujer es egoísta y quiere
ser la única en amar al hombre y ser amada por él. Durante toda su vida tendrá
que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo contrario, no se hará
desear por su marido", tal como puede consultarse en "20 minutos
Madrid" del lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132, página 8.
La idea de "pecado decadente" ligado a las mujeres, no sólo en el
catolicismo, sigue estando presente en diversas cosmovisiones religiosas, todas
de extracción patriarcal.
El
actual papa Francisco tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más
protagónico a las mujeres en la práctica de la religión católica desde la
institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué no? Es hora que la
Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos, que formulen una
genuina autocrítica, que evolucionen.
Las
religiones, quizá no puede ser de otra manera dado el papel social que cumplen,
tienden a ser conservadoras. En eso, las mujeres salen siempre mal paradas:
desde el machismo ancestral que nos constituye, todas las religiones hacen de
las mujeres el "chivo expiatorio" que refuerza la construcción
machista. Aunque ya va siendo hora de romper esos atávicos esquemas, ¿verdad?
¿Por qué la suerte de las mujeres tiene que estar supeditada al parecer de unos
cuantos varones misóginos? Cambiar esquemas es algo siempre difícil, tortuoso,
complicadísimo. "Es más fácil
desintegrar un átomo que un prejuicio", dijo sabiamente Einstein. Pero
más allá de esas enormes dificultades, es un imperativo ético de toda la
sociedad (varones y mujeres) plantearse estos cambios.
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