En el altiplano
boliviano, cerca de un importante centro aymara, en la pequeña ciudad de
Achacachi, con los picos nevados de la cordillera Real a su espalda y la
inmensidad del lago Titicaca al frente, se alza el edificio de lo que fue la
primera experiencia de educación comunitaria.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
La escuela de Warisata en Bolivia. |
Warisata desafía el
viento helado como la escuela-comunidad desafió la servidumbre impuesta al
indio por los hacendados y el Estado colonial travestido en república.
La fundación de la
escuela de Warisata fue parte de la lucha por la recuperación de tierras de las
comunidades de la región. Después de 1899, cuando fue derrotado el ejército
indio del mallku Pablo Zárate Willka por las clases dominantes, se
comenzaron a crear escuelas indigenales (dirigidas por autoridades indias),
para continuar resistiendo la expansión del latifundio. Muchos de los que se
atrevieron a fundar escuelas fueron torturados y encarcelados. Los hacendados
eran, como en las novelas de Manuel Scorza (Garabombo el invisible, entre
otras) los principales enemigos de la educación india.
Avelino Siñani, aymara
del altiplano y fundador de Warista, enseñó clandestinamente en su comunidad
hasta que lo descubrieron; tuvo que alejarse y fundó varias escuelas en otras
comunidades pero finalmente fue apresado y torturado. En 1917 el maestro
Elizardo Pérez, cofundador de la escuela, fue nombrado inspector de educación
primaria para el departamento de La Paz y en una de sus giras conoció a Siñani.
En 1931 buscaba crear una escuela en la cual “el indio educara al indio”;
vuelve a encontrarse con Siñani y juntos emprenden la tarea de crear una
escuela-comunidad.
En agosto de ese año los
comuneros de Warisata crean el Parlamento Amauta como supremo órgano de decisión
de la escuela. La primera decisión es abolir la servidumbre y el trabajo
gratuito que los indios prestaban al subprefecto, al corregidor y al cura. La
escuela se apodera de tierras usurpadas por los terratenientes y a su vez los
comuneros ceden parcelas para el campo de cultivo de la escuela.
En un libro posterior (Warista.
La escuela-ayllu), Elizardo Pérez destaca los principios que guiaron la
creación y el funcionamiento de la escuela. Todo lo comunal se concentraba en
la escuela y ella reproducía la comunidad, en tanto el Parlamento Amauta
abarcaba todos los aspectos de la escuela, desde la pedagogía o la forma de
enseñar, hasta los contenidos y todo lo relacionado con su funcionamiento.
La escuela era un gran
cuadrado de dos pisos con aulas y salones para que durmieran los internos, y
tenía 10 hectáreas para la producción. “La escuela no sólo producía
conocimiento sino los bienes materiales necesarios para reproducirse”, escribió
Elizardo. El modo de conocer partía de la praxis comunitaria: “Conocer y no
copiar, transformar y no consolidar, recrear y no estatizar”, según la hermosa
descripción de la historiadora Karen Claure. Los alumnos no sólo sembraban y
cultivaban, también fabricaban los colchones y las armazones de sus camas,
participaban en las cosechas junto a sus familias y los fines de semana lavaban
juntos la ropa en el arroyo.
Una parte de la enseñanza
se realizaba al aire libre: el manejo del telar, la elaboración de tejas para
mejorar los techos de las viviendas de los comuneros, las caminatas hacia el
pie de la cordillera. “Todos estábamos aprendiendo en la cruda escuela del
trabajo, desde legislar hasta cocinar estuco y cal”, describe Elizardo en su
libro. Alumnos, campesinos y profesores almuerzan juntos en el patio de la
escuela. Las fotos de la época enseñan a los alumnos en ronda, cuaderno en
mano, al aire libre junto a los profesores. Por momentos no se sabe si
trabajan, estudian o juegan.
Para comercializar el
excedente de producción de la escuela, el Parlamento Amauta decidió crear un
mercado semanal libre, sin intermediarios. Elizardo explica: “La comunidad
encontró así una vía más para reproducirse, porque pasó a controlar el comercio
de sus productos”. La escuela era una extensión de la comunidad, que era la que
tenía el control y a quien servía la experiencia educativa. Las comunidades
construyen el edificio, mantienen a los docentes y deciden qué y cómo se
enseña. La escuela redunda en el fortalecimiento de las estructuras comuneras y
en la expansión de sus lógicas.
El jilakata Cipriano
Tiñini (autoridad comunal) expresó el sentir de los comuneros: “Para nosotros
se habrá acabado esta maldición de no ver nada sin ser ciegos; de no oír nada
sin ser sordos; no poder hablar sin ser mudos. Por eso hemos levantado esta
gran escuela. ¡Mírenla ustedes! Es nuestra hija y ha de ser nuestra madre”.
Como sabían que sólo en
lucha contra los terratenientes y el Estado puede sobrevivir la
escuela-comunidad, deciden expandir la lógica y la experiencia de Warisata
hacia otras comunidades. Contribuyeron a crear 15 núcleos escolares en todas
las regiones de Bolivia. En 1940 el poder feudal de los hacendados se apodera
de la educación comunal y de la escuela-comunidad, sus directores son
destituidos y el edificio saqueado. Sin embargo, la semilla germina en la
revolución de 1952 que descabalga a la oligarquía del poder estatal. La escuela
de Warisata fue el antecedente de la reforma agraria de 1953.
Hace unos años conocí
Warisata de la mano de unos jóvenes de Achacachi que relataron no sólo la historia
de la escuela sino el levantamiento de 2003, la primera “guerra del gas”, el
asalto a las dependencias estatales, incluyendo la cárcel local, y la creación
del cuartel de Qalachaka en las afueras de la ciudad. Estaban editando un
periódico artesanal que distribuían entre jóvenes. En cierto momento fueron
ellos los que preguntaron. Querían saber del zapatismo, mirando fijo a los ojos
al interlocutor.
Ahora que vamos a
participar en una escuelita, sin maestros y sin aulas, donde seremos alumnos
dedicados a aprender escuchando, me pareció oportuno hurgar en la memoria: es
la comunidad la que enseña, es el sujeto colectivo el que enseña-luchando.
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