En el corazón
del mundo, en Asia central, fueron sepultados muchos imperios occidentales que
se imaginaron eternos. La voracidad de sus élites y la necesidad de expansión
territorial para obtener nuevos recursos, cobrar más impuestos y explotar mano
de obra; y en parte también la seducción
del misterioso Oriente y sus riquezas, los llevó a actuar más allá de sus
posibilidades, precipitando así su ruina.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
En medio de
las crecientes tensiones diplomáticas y comerciales entre Estados Unidos y
China, que mantienen en vilo al planeta por las profundas repercusiones que
tendría una escalada del conflicto entre ambas potencias, ha llegado a mis
manos el libro El corazón del mundo. Una
nueva historia universal (2016, Barcelona: Editorial Planeta), escrito por
el historiador británico Peter Frankopan, profesor de la Universidad de Oxford.
Como lo explica en su prefacio, con esta obra el autor se propone confrontar “el
mantra del triunfo político, cultural y moral de Occidente” como base del
relato hegemónico –y defectuoso, sostiene- de la historia universal, y en su
lugar, intenta mostrar que existen “formas alternativas de ver la historia” que
no implican asumir la perspectiva unívoca “de los vencedores de la historia
reciente”.
Avanzado por
las páginas del texto, resulta imposible abstraerse de las reverberaciones que
este relato crítico del pasado de la humanidad lanza sobre nuestro presente
convulso, para ayudarnos a comprenderlo. Frankopan explica que, si bien es
comprensible la atención que se presta hoy al crecimiento de países como China,
“donde se prevé que la demanda de artículo de lujo se multiplique por cuatro en
el próximo decenio”, o la India, “donde el número de personas que tiene acceso
a la telefonía móvil es mayor que el de quienes tienen acceso a inodoros”,
enfocar el análisis sólo en el desempeño económico de estos dos países puede
llevar a perder de vista la importancia que tiene el espacio mayor donde se
libran las grandes batallas geopolíticas de este siglo: “el eje alrededor del
cual giraba el planeta durante milenios”, el punto intermedio entre Oriente y
Occidente, es decir, “la región que en términos muy generales se extiende desde
la ribera oriental del Mediterráneo y el Mar Negro hasta la cordillera del
Himalaya”, y que comprende Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán, Turkmenistán,
Tayikistán, el Cáucaso, Azerbaiyán, Afganistán, Irán, Irak y Siria. Una región
adyacente, por cierto, a las fronteras de Rusia, China e India, y cuyos
territorios están integrados directa o indirectamente en el trazado de los
proyectos estratégicos de infraestructura, extracción de recursos energéticos y
corredores comerciales que conforman la Iniciativa de la Franja y la Nueva Ruta
de la Seda, anunciada en 2013 por el gobierno de Xi Jinping como pilar de la
hegemonía económica global que alcanzaría China entre 2030 y 2050.
Frankopan
articula la argumentación y la estructura narrativa de su libro a partir del
estudio de lo que el geólogo alemán Ferdinand von Richtofen llamó, a finales
del siglo XIX, rutas de la seda: es
decir, una milenaria red de interconexiones que surcaba el amplio territorio
antes descrito, y que funcionaba como “una especie de sistema nervioso central
del mundo, una red que conecta pueblos y lugares”, pero que “pese a su tremenda
importancia”, durante mucho tiempo fue y sigue siendo considerada “periférica
para la narración del ascenso de Europa y la sociedad occidental”.
La noción de rutas de la seda, entonces, no alude
sólo al comercio del preciado tejido y de los más lujosos productos que los
mercados podían ofrecer en su tiempo, sino también a las rutas que hicieron
posible la confluencia de civilizaciones, el entrecruzamiento de filosofías y
religiones, la circulación de las ideas, las utopías políticas y los nuevos
proyectos de futuro de los que Occidente, ensimismado, apenas se percata, y
ante los que no sabe cómo responder. O
simplemente, ya no puede hacerlo.
“La era de
Occidente se halla en una encrucijada, si no ya en su fin”, sostiene el autor
al final del recorrido histórico que propone en el libro, porque mientras en
esta parte del mundo “nos preguntamos de dónde vendrá la siguiente amenaza,
cómo lidiar con el extremismo religioso, cómo negociar con estados
aparentemente decididos a despreciar el derecho internacional y cómo construir
buenas relaciones con pueblos, culturas y regiones a los que pocas veces nos
hemos esforzado por entender, a lo largo y ancho de la columna vertebral de Asia
se tejen en silencio nuevas redes y conexiones o se restauran. Las rutas de la seda se alzan de nuevo”.
En este corazón del mundo fueron sepultados
también muchos imperios occidentales que se imaginaron eternos. La voracidad de sus élites y la
necesidad de expansión territorial para obtener nuevos recursos, cobrar más
impuestos y explotar mano de obra; y en
parte también la seducción del misterioso Oriente y sus riquezas, los llevó a
actuar más allá de sus posibilidades, precipitando así su ruina. Tal y como lo
hace ahora el presidente estadounidense Donald Trump, emperador delirante y
altanero, que arrastra consigo a los Estados Unidos y Europa a lo que parece
ser una nueva confrontación por el dominio de las rutas de la seda. La chispa inicial de una guerra global podría
explotar en cualquier momento, como no se cansa de repetir, con tono
amenazante, el nefasto asesor de seguridad nacional John Bolton. Siria fue sólo
un anticipo. Irán, la frontera ruso-ucraniana o el conflictivo Mar de China
podrían ser el próximo punto candente. En palabras del historiador británico
Frankopan, se trata de “las señales de un nuevo mundo surgiendo ante nuestros
ojos”.
Vivimos,
pues, el tiempo de la incertidumbre que precede a todo nacimiento.
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