La
derecha venezolana tiene un patrón de conducta repetido: plantea estrategias a
todo o nada sin tener condiciones para lograrlo. Sucedió por vez anterior en el
2017 y ha vuelto a ocurrir en este 2019. En ambas oportunidades convocó a sus
seguidores a derrocar a Nicolás Maduro sin abrir la posibilidad de una
negociación intermedia.
Marco Teruggi / Sputnik
En
el 2017, el resultado fue una derrota con efecto dominó que se tradujo en
disputas internas frontales y fracasos electorales. En este momento la pregunta
es: ¿sucederá lo mismo? Esa posibilidad opera como acelerador desesperado en
algunas de sus filas.
Este
nuevo asalto tiene una variable que complejiza el cuadro: el diseño de un
Gobierno paralelo sin capacidad de gobernar internamente, pero con
reconocimiento diplomático internacional parcial y como forma de legalizar agresiones
unilaterales de EE.UU.
¿Cómo
deshacer la construcción de Juan Guaidó como presidente interino con sus
representantes en organismos como la OEA y reconocidos como embajadores en
varios países? La jugada fue planteada como punto de no retorno ante una
lectura equivocada del campo de batalla.
Ese
error de cálculo inicial se basó sobre bases similares al 2017: subestimación
del chavismo como fuerza con identidad y arraigo social, reducción de la
dirección a Nicolás Maduro y un puñado de civiles y militares, el quiebre
inminente de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), el estallido de las
barriadas populares ante el cuadro económico y los sabotajes directos.
Toda
la combinación de factores iba a resolver la cuestión Maduro. Sucedió en cambio
lo que se preveía: la imposibilidad del objetivo de máxima.
Esa
situación aparece con claridad al ser situada en la cronología de los cuatro
hechos principales de este año. El primero alrededor del 23 de enero, fecha de
autoproclamación de Guaidó acompañado por acciones violentas en los días
previos y posteriores. El segundo el 23 de febrero con el intento de ingreso
por la fuerza vía Colombia.
El
tercero con el ataque sobre el sistema eléctrico a principios de marzo que
empujó al país a una situación límite. El cuarto la maniobra militar del 30 de
abril que resultó fallida y desembocó en pedidos de asilo en Embajadas,
arrestos y lamentos. Luego de eso vino el reconocimiento público de los
diálogos en Oslo y lo que aparece ante cada escenario que toma forma de
derrota: las divisiones expuestas.
Oslo
es más que Oslo: es uno de los dos escenarios que dividen automáticamente a la
derecha venezolana. Uno es el diálogo, el otro las elecciones. En Noruega se
mezclan ambas cuestiones, el diálogo es, entre otras cosas, para acordar una
posible resolución en clave electoral.
La
oposición entra así en grado de enfrentamiento y disparos cruzados, ya no está
contenida por el paraguas que Guaidó repite como mantra: cese de la usurpación,
gobierno de transición, elecciones libres.
El
secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, lo dijo en un audio revelado
el día miércoles: “Mantener unida a la oposición nos resultó ser diabólicamente
difícil”.
De
sus palabras resultan claras tres cuestiones: en primer lugar, que quienes han
ordenado la estrategia han sido los operadores norteamericanos, como Pompeo,
John Bolton, Elliot Abrams y Marco Rubio; en segundo lugar, que lo que se logró
de unidad inestable fue gracias a ellos, y, en tercer lugar, que una posible
resolución favorable a la derecha depende de EE.UU.
Resulta
necesario caracterizar a la derecha venezolana, sus narrativas acerca de una
posible salida de Maduro y lo que vendría después, dentro de los hipotéticos
escenarios de victoria que construyen.
En
primer lugar, existe un sector que tiene cinco puntos nodales: la salida de
Maduro como condición para cualquier otro paso, la negación a todo tipo de
diálogo con el chavismo, a toda forma de arquitectura de transición compartida
—un fantasma que nombran de forma recurrente— a la participación del chavismo
en unas elecciones, y a su misma existencia una vez que habrían ocupado el
poder político.
Esto
último significa borrar tanto el principal instrumento político que es el
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), así como a cada persona que haya
ocupado cargo de Gobierno. Esta narrativa es enarbolada por figuras como María
Corina Machado, Antonio Ledezma, y operadores comunicacionales desde Miami como
Patricia Poleo.
En
segundo lugar, se encuentran quienes plantean que el primer paso debe ser
—acorde con la narrativa anterior— la salida de Maduro, pero luego dejan
abiertas las posibilidades. El diálogo es posible y necesario para avanzar,
pueden existir amnistías para altos mandos militares y de los poderes públicos,
y la existencia del PSUV como partido es reconocida.
Quien
expresa esta idea de manera clara, sin la presión de otros sectores de derecha
y de la misma base social, es Elliott Abrams, quien sostuvo en reiteradas
oportunidades que lo innegociable es Maduro, y que lo demás puede estar sujeto
a acuerdo, reconociendo al PSUV y su incidencia social.
Esa
línea es la que carga Guaidó en tanto que pieza directa y sin autonomía de
EE.UU., así como sectores de la oposición que fueron a Noruega, como del partido
Un Nuevo Tiempo.
En
tercer lugar, se encuentra un sector que acompaña la política pública de Guaidó
—habiéndolo reconocido como presidente encargado a pesar de su voluntad— sin
exponerse a anunciar cómo podría ser la resolución del conflicto, de un posible
acuerdo.
Dentro
de este sector puede incorporarse al partido Acción Democrática, figuras de
Primero Justicia, así como partidos menores de la derecha. La táctica es la de
dejar puertas abiertas para aprovechar oportunidades, o de recurrir a la metáfora
política de desensillar hasta que aclare cuando la tormenta aprieta demasiado.
La
inestabilidad es permanente dentro de cada sector y de cada partido, un cuadro
sobre el cual la misma derecha monta operaciones para crear peleas, confundir,
traicionarse. Como dijo Pompeo en ese mismo audio: “En el momento en que Maduro
se vaya, todo el mundo va a levantar la mano y (decir) ‘elígeme a mí, soy el
próximo presidente de Venezuela’, serían más de cuarenta personas las que se
creen que son el legítimo heredero de Maduro”.
El
secretario de Estado situó ese diagnóstico acerca de la derecha a partir del
año 2017, cuando él mismo era director de la CIA.
Oslo
divide aún más y solo EE.UU. puede mantener una porción de unidad. El primer
problema de la estrategia a todo o nada planteada en el cese de la usurpación,
gobierno de transición, elecciones libres, es que una negociación por lo bajo
sería percibida como claudicación/traición por la base social de la derecha.
El
segundo es que una resolución que incluya elecciones con la presencia de Maduro
sería boicoteada por el primer sector. El resultado sería presentarse a
elecciones con poco apoyo de la base social y una participación parcial de la
oposición con fuego cruzado. Un cuadro similar al 2017, que se tradujo en la
derrota electoral de las elecciones a gobernadores y alcaldes.
La
correlación de fuerzas no le permite exigir la salida de Maduro a EE.UU. ni a
los sectores internos dispuestos a negociar. En el plano nacional el chavismo
ostenta una posición de mayor fuerza, en el internacional existe un empate. El
punto de debilidad para el gobierno reside en la economía, donde el bloqueo
dificulta una estabilización.
¿Qué
está dispuesto a ceder el chavismo? Ya anunció el probable adelantamiento de
elecciones de la Asamblea Nacional. Exige un cese del bloqueo que EE.UU. no
parece dispuesto a ofrecer.
El
juego está trancado y el paso del tiempo pone en situación de desesperación a
la derecha que encabeza las acciones: pierde capacidad y credibilidad. Esa
posición la obliga a intentar acciones de fuerza para mejorar su correlación a
la hora de sentarse en una mesa con el Gobierno y mediadores internacionales.
Por el momento ha afirmado que no existe acuerdo en Oslo y que su hoja de ruta
se mantiene igual. En ese marco el presidente Maduro anunció que el Consejo de
Seguridad y Defensa estará en sesión permanente.
¿Qué
intentará EE.UU.? ¿Hasta dónde están dispuestos a avanzar posiciones para su
objetivo? ¿Hasta cuándo en vista de su próximo escenario electoral? Abrams escribió
el jueves que una de las posibles formas de resolución es que el chavismo
deshaga la Asamblea Nacional Constituyente —que ya votó mantenerse en ejercicio
hasta fin del 2020—, se incorpore a la AN, y desde allí se avance en una
transición sin Maduro.
El
enviado especial para Venezuela apunta a dividir, abrir puertas de escape,
maniobrar para alcanzar sus objetivos. La derecha en todo su espectro queda
fuera de esas decisiones: quienes mandan están fuera del país.
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