sábado, 22 de junio de 2019

Argentina: la fórmula Macri-Pichetto, un punto más a la derecha

El dilema sigue siendo Justicia Social o esos mercados que saludan entusiastas el corrimiento al bolsonarismo de Cambiemos con la incorporación a la fórmula presidencial de octubre del senador Pichetto.

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires, Argentina

Mauricio Macri y Miguel A. Pichetto.
Un mandato,  ordenanza o advertencia de los medios concentrados y hegemónicos, se impone con especial virulencia en los días que corren en forma de disyuntiva de hierro: gobernabilidad o caos. Aunque en nombre de la república y de la gobernabilidad se han venido cometiendo desde diciembre de 2015 toda clase de infamias y agachadas por buena parte de lo que debió ser la oposición. El límite a lo creíble, algo que viene a contradecir la sentencia de Nietzsche en “El caminante y su sombra”: “Ninguna naturaleza da saltos”, lo acaba de traspasar el senador  Miguel Ángel Pichetto integrándose a la fórmula con Mauricio Macri para las próximas elecciones presidenciales de octubre.

Ahora la propaganda oficial pone énfasis en que con semejante traición -palabra que para nada molesta al candidato dado que sostuvo en un reciente reportaje que “la traición no es algo degradante” y hasta encontró antecedentes a su paso que  no lo es de baile, en la Junta de Mayo abjurando del absolutismo de  Fernando VII-, se garantiza la cacareada gobernabilidad. Lo peor es que cierto público proclive a  aceptar como dogmas el monocorde relato oficialista, repite ya como un mantra “gobernabilidad”,  otro nombre de la trenza  y del corrupto do ut des en beneficio de los de arriba, para el caso de Pichetto que se quedaba sin trabajo al finalizar este año su período de senador por Río Negro.    

Es curioso, el peronismo hizo un mito del valor de la lealtad así como el radicalismo en su hora de la reparación en palabra de Yrigoyen; sin embargo, la historia del movimiento justicialista puede  dar cuenta de cómo y cuánto se desarrolló a partir de la caída del líder, en septiembre de 1955,  la plaga de los que defeccionaron. Una plaga que inició o poco menos el almirante Alberto Teisaire y después continuaron los sindicalistas Augusto Vandor o los participacionistas  José Alonso y Rogelio Coria durante el onganiato, por no abundar en otras referencias escatológicas  como  la de Jorge  Triaca y su procesismo apoltronado en la CGT Azopardo mientras otros gremialistas como Saúl Ubaldini peleaban en la calle contra la dictadura genocida de Videla y sus sucesores.

Si anteayer era San Perón, ayer fue el neoperonismo y el peronismo sin Perón pergeñado por dirigentes siempre dispuestos a la rosca con el poder gorila de turno en aprovechamiento de la proscripción de la mitad del electorado. Fueron ellos los antecesores de los peronistas republicanos o  racionales funcionales al macrismo durante estos tres años y medio de inflación desbocada, de destrucción del salario, de las jubilaciones, de la recesión económica sin piso, del consiguiente industricidio y de la arbitrariedad de una justicia convertida en instrumento de las operaciones lanzadas desde el Poder Ejecutivo contra la ex presidenta, su hija y sus ex funcionarios.
                      
En cuento al Partido Radical, la historia  puede dar cuenta, asimismo, que el hoy convidado de piedra en la alianza Cambiemos o como se llame en el futuro, no reparó nada o casi nada en materia social después de luchar con innegable heroísmo y fe democrática desde 1890 hasta conseguir el voto universal, secreto y obligatorio instaurado por la ley  promovida por el presidente conservador Roque Sáenz Peña y su ministro del Interior Indalecio Gómez.  La Semana Trágica y los muertos de la Patagonia en 1920 y 1921, son suficiente prueba de que “la Causa de los desposeídos” de la visión redentora y romántica de Leandro Alem, varió pronto  a ser la de  los intereses oligárquicos que al presente  –salvo excepciones de ciertos afiliados y algunos simpatizantes con dignidad- garantiza el centenario partido  mediante su triste destino de furgón de cola de la política neoliberal y reaccionaria del Pro, su socio contranatura si se piensa en la visión social que ciertamente tuvo Moisés Lebensohn, en la industrialista de Amadeo Sabattini y en la progresista en materia de derechos humanos de Raúl Alfonsín.

Sucede que la religión de los ceos del gabinete de Macri y sus socios de las multinacionales que constituyen la moderna versión del “régimen falaz y descreído” es monoteísta y tiene como único dios al mercado; se trata propiamente del “Capitalismo como religión” advertido por Walter Benjamin. Por eso a esos prósperos  empresarios les debe sonar a populista aquel apotegma del filósofo  Krause: “el hombre es el principio y el fin de todas las cosas”, algo  que  Yrigoyen” asumía  proclamando  los “augustos fines” de la actividad política  en orden a que “Los  hombres son sagrados para los hombres y los pueblos son sagrados para los pueblos”.

En general los radicales son en sí mismo un oxìmoron, como que hace décadas que se hicieron conservadores. Hoy, a lo más, algunos se volvieron díscolos de la ultra reacción y huyen de las maquinaciones de Durán Barba y el inefable jefe de gabinete Peña  para refugiarse en el dúo Lavagna-Urtubey. Empero no hay una tercera vía y la famosa avenida del medio es menos transitada que la pueblerina y entrañable “calle angosta” que evoca la cueca cuyana.

Bien lo demuestra la historia reciente de nuestros  partidos políticos y las alianzas electorales que, en general de centro izquierda, buscaron ser opciones  tanto al peronismo con su derecha fascistoide y su izquierda nunca del todo consolidada, como al rejunte de los sectores oligárquicos en épocas que  no precisaban tener votos porque las Fuerzas Armadas eran su tabla de salvación frente a los gobiernos civiles. Ejemplos de proyectos para romper con el bipartidismo y la dialéctica peronismo-antiperonismo fueron la Alianza Popular Revolucionaria en 1973, el Partido Intransigente liderado por el más que valioso y “progre” doctor Oscar Alende  por el que sufragué en 1983 y el Frente Grande  durante el menemismo que despertó tantas ilusiones de cambio y terminó como sabemos.           

No, ahora tampoco hay tercera vía posible y menos si se trata de un rejunte de dirigentes de centro derecha y de sindicalistas de la calaña del gastronómico Hugo Barrionuevo  que apuntan a enamorar a un electorado de desengañados del  macrismo. El dilema sigue siendo Justicia Social o esos mercados que saludan entusiastas el corrimiento al bolsonarismo de Cambiemos con la incorporación a la fórmula presidencial de octubre del senador Pichetto. Sobre tal recepción del mundo del dinero y la usura internacional a uno de los peronistas más derechosos cabe recordar aquellos versos  del autor español del siglo XVIII Tomás de Iriarte de su fábula “El oso, la mona y el cerdo”, cuya moraleja es que hay que tomar con pinzas el elogio de los malos: “Mas ya que cerdo me alaba/ muy mal debo de bailar”. 

Por cierto que este triste  personaje Pichetto no cesa de dar signos de su macartismo con sus declaraciones sobre el presunto comunismo del candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, el kirchnerista  Axel Kicillof. Y es que les falló la máquina del tiempo a todos estos antipopulistas y el futuro con el que tanto se llenan la boca se les perdió en el túnel del pasado y atrasa en la Guerra Fría.     

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