Es
momento de analizar lo que pasó en Brasil en contexto regional: hubo hasta un
sector del progresismo regional que defendió el accionar de Moro, amparándose
en una supuesta imparcialidad que nunca fue tal.
Juan Manuel Karg / Página12
La
profunda investigación periodística que The Incercept subió este domingo [9 de
junio] sacudió la política brasileña y latinoamericana: se confirmó la
arbitrariedad tras la sanción a Luiz Inácio Lula da Silva, el dos veces presidente
de Brasil que permanece detenido en Curitiba desde abril de 2018. Moro, quien
hace unos años era presentado como impoluto luchador contra la corrupción por
buena parte de los medios regionales, terminó por dilapidar su imagen de
supuesto paladín de la justicia en apenas veinte meses: primero condenó sin
pruebas al ex presidente, luego aceptó ser el ministro de Justicia de Jair
Messías Bolsonaro, electo precisamente tras la prisión e inhabilitación de
Lula, y ahora enfrenta la divulgación masiva de sus chats con el fiscal Deltan
Dallagnol, donde se evidencia la parcialidad manifiesta contra el dirigente
petista.
Las
divulgaciones, realizadas por el ganador del Pulitzer Glenn Greenwald, muestran
las dudas de Dallagnol antes de la presentación de la primera denuncia, por lo
endeble de la misma. Luego, evidencian el temor de los fiscales –en otro chat,
ya tras la detención del ex dirigente metalúrgico– a un hipotético retorno del
Partido de los Trabajadores al Palacio de Planalto en la figura de Fernando Haddad:
por ello buscaron que Lula no declarara en la previa electoral, algo que supuso
una evidente censura a sus libertades civiles y democráticas. Hay que recordar
que en aquel entonces el Comité de DDHH de la ONU se expidió a favor del ex
Jefe de Estado, pidiendo en primer lugar que pueda competir y además expresarse
públicamente. Ninguna de las cosas ocurrió. Además hay perlitas: está la
confabulación Moro-Dallagnol en relación al audio filtrado entre Lula y Dilma,
cuando esta última había anunciado al pernambucano como Ministro de la Casa
Civil; y aparece el chat en el cual Dallagnol comienza a pensar el tristemente
célebre Power Point presentado al periodismo en el cual Lula aparece en el
centro, cual culpable de todos los males habidos y por haber.
Es
momento de analizar lo que pasó en Brasil en contexto regional: hubo hasta un
sector del progresismo regional que defendió el accionar de Moro, amparándose
en una supuesta imparcialidad que nunca fue tal. En el fondo existía un
cuestionamiento a los gobiernos del PT, sus formas y bemoles, pero a ellos
sobrevino una crisis política e institucional de dimensiones que, Lava Jato
mediante,se llevó puesta a la política y dejó a Bolsonaro en Planalto. Brasil
perdió credibilidad internacional: pasó de impulsar los BRICS, importante foro
de concertación de políticas junto a Rusia, India, China y Sudáfrica, a cumplir
un rol diplomático relativo a la aquiescencia respecto a EEUU. Y ahora sigue
siendo noticia internacional, pero por la caída de la economía y la filtración
de como se amañó un proceso judicial para encarcelar e inhabilitar al principal
político opositor. No solo se derrumbó la política y la justicia: con Moro y
Bolsonaro cayó la confianza en Brasil como actor global.
En
otro país, las filtraciones logradas por Greenwald alcanzarían para cuestionar
el proceso en su conjunto: esto consistiría en pedir la salida de Moro del
gobierno, la libertad de Lula –a esta altura absurdamente condenado– y unas
elecciones anticipadas a la presidencia, visto y considerando la forma en la
cual Bolsonaro ganó. Pero Brasil tiene una dinámica endógena muy particular en
el último tiempo, vinculada además a importantes poderes globales para los
cuales sería un costo un derrumbe tan primitivo. En el medio de esto, el
vicepresidente Mourao cumple un rol interno de puja con el propio presidente:
la reunión que Xi Jinping le concedió al militar en Beijing habla que esta puja
palaciega es visualizada fuera de las fronteras de Brasil. Como sea, el
Pulitzer Greenwald asestó un golpe de lleno en el gobierno bolsonarista, que en
menos de seis meses se avejentó como si hubieran pasado largos años.
*
Politólogo UBA. IIGG – Facultad de Ciencias Sociales.
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