El
latinoamericanismo fue, desde sus orígenes, una postura de independencia y
soberanía en la que se identificaban los países nacientes después de haber
concluido el coloniaje. El americanismo fue, en sus orígenes, un postulado para
la continentalización, bajo la hegemonía de los EEUU.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas Selectas de Prensa Latina
Hace
una década, varios países latinoamericanos conmemoraron el bicentenario del
inicio de los procesos de independencia frente al coloniaje español.
Correspondían a un hecho: después de la independencia de Haití en 1804 y bajo
las condiciones creadas por la invasión de Napoleón a los reinos de España y
Portugal, entre 1809 y 1812 se produjeron los primeros movimientos autonomistas
en Hispanoamérica y especialmente se instalaron Juntas de Gobierno -todavía
proclamaron fidelidad al Rey- en varias ciudades.
Aquellas
conmemoraciones bicentenarias coincidieron con el ciclo de gobiernos
latinoamericanos progresistas, democráticos y de nueva izquierda, de modo que a
los actos en cada pasís se unieron una serie de actividades comunes, que dieron
realce a las festividades.
Hoy,
varios países igualmente conmemoran el bicentenario de los procesos de
independencia finales, puesto que entre 1820/1824 ocurrieron las batallas
decisivas que concluyeron con la liberación de la región continental
hispanoamericana.
Pero
las conmemoraciones actuales se han restringido al ámbito nacional y coinciden
con el predominio de gobiernos de derecha, que no tienen en miras el
latinoamericanismo, sino el americanismo.
Para
entender el tema, se debe considerar que latinoamericanismo y americanismo
nacieron en la misma época en la que arrancaron los largos procesos de las
independencias hispanoamericanas.
En
aquellos momentos, todas las regiones pusieron en marcha conceptos y valores
fundamentales: soberanía, representación de los pueblos, autonomía, constitucionalismo,
independencia. Fluyeron recursos para liberar pueblos. Se unieron soldados de
distintas regiones latinoamericanas para las batallas libertadoras. El espíritu
de unidad en los propósitos y en los sueños por una nueva sociedad
postcolonial, fue el signo de los tiempos. Y quien mejor lo expresó fue el
Libertador Simón Bolívar (1783-1830).
Si se
examina el pensamiento de Bolívar, podrá advertirse que entre 1810 y 1819
expresó ideas revolucionarias, independentistas, por la dignidad y la soberanía
hispanoamericana; entre 1819 y 1828, con la creación de la gran República de
Colombia, su pensamiento fue más institucional; y entre 1828 y 1830 aparecio su
desengaño por una región que lucía ingobernable y de la cual solo cabía
emigrar, como lo expresó en varios escritos. Pero siempre fue constante una
idea: la unidad de la América antes española. Y por ese ideal trabajó
incansablemente hasta el fin de sus días, cuando volvió a expresarlo como una
recomendación para la posteridad.
El
americanismo, en cambio, nació en los EEUU por intermedio del presidente James
Monroe (1817-1825) quien formuló la idea “América es para los americanos”, que
tuvo en la mira al continente emancipado del coloniaje y, además, la necesidad
de preservarlo libre, contra los intentos de reconquista europea.
El
postulado americanista lucía, por entonces, altruísta; pero también descubría
las proyecciones e intereses de los EEUU sobre los países latinoamericanos de
la época. Y frente a ello, nuevamente destaca la figura de Simón Bolívar,
porque fue él quien advirtió las proyecciones del expansionismo norteamericano.
Por eso, al plantear la idea de unidad hispanoamericana, excluyó del proyecto a
los EEUU. Y tuvo para esa nación una frase que ha pasado a la historia por su
contenido radical y profundo: “Los Estados Unidos parecen destinados por la
Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad".
El
latinoamericanismo fue, desde sus orígenes, una postura de independencia y
soberanía en la que se identificaban los países nacientes después de haber
concluido el coloniaje. El americanismo fue, en sus orígenes, un postulado para
la continentalización, bajo la hegemonía de los EEUU. Precisamente en pleno
despegue de la época del imperialismo, en 1904 el presidente Theodore Roosevelt
le añadió un "Corolario" que establecía que si un país europeo
amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o
empresas estadounidenses, el gobierno de EEUU estaba obligado a intervenir en
los asuntos de ese país para "reordenarlo".
Los
dos conceptos históricos han atravesado la historia de América Latina a lo
largo de las vidas republicanas de sus distintos países. El latinoamericanismo
ha sido acentuado cada vez que determinados gobiernos y sin duda las sociedades
latinoamericanas han expresado sus anhelos por conservar su independencia,
soberanía y dignidad como naciones. El americanismo se ha movilizado cada vez
que los intereses de los EEUU han estado en juego no solo en el continente sino
en la geopolítica mundial.
Hoy,
el viejo y al mismo tiempo siempre nuevo dilema en nuestras relaciones
hemisféricas, vuelve a estar presente.
En
varias oportunidades el presidente norteamericano Donald Trump ha revivido el
americanismo. "Aquí en el hemisferio occidental, estamos comprometidos a
mantener nuestra independencia de la intrusión de potencias extranjeras
expansionistas", dijo Trump en su discurso ante la Asamblea General de las
Naciones Unidas en Nueva York, el 25 de septiembre de 2018. "Ha sido la política
formal de nuestro país desde el presidente (James) Monroe que rechacemos la
interferencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios
asuntos", agregó (https://bit.ly/2zE4IMR).
Las
frases no solo remarcan una posición, sino que han sido acompañadas de
múltiples acciones para que el americanismo se concrete y desplace al
latinoamericanismo, como ha sido la forma en que desde los EEUU se encaró a los
gobiernos del ciclo progresista en la región y, más recientemente, en la línea
de acción asumida contra el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela y contra
Cuba, cuya revolución continúa bajo ataque.
Las
entidades latinoamericanas que hasta hace poco tuvieron importante
protagonismo, como Unasur, Alba o la Celac, han perdido esa presencia. El gobierno
de Lenín Moreno, en Ecuador, incluso tomó una actitud agresiva contra Unasur,
su sede (situada en un edificio localizado en la población Mitad del Mundo) y
hasta contra el monumento a Néstor Kirchner. Ha vuelto a adquirir
preponderancia la OEA y entre los derechistas gobiernos latinoamericanos
interesan más los tratados de libre comercio, los acuerdos bilaterales de
inversión, el acercamiento al bloque Asia-Pacífico y, desde luego, el
alineamiento con la política continental de los EEUU para las relaciones
económicas, militares y de seguridad comunes. Hoy campea el neoliberalismo,
mientras solo Bolivia, Cuba, Venezuela y Nicaragua, más Cuba y recientemente
México, preservan el espacio progresista que cultiva el latinoamericanismo.
Los
tiempos conservadores han avanzado. Pero, igualmente, solo forman parte de un
nuevo ciclo histórico destinado a ser superado por el avance y la movilización
del latinoamericanismo. Y, sobre la base del bolivarianismo latinoamericano de
origen, la ruta de construcción de Nuestra América Latina, sigue en pie.
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