En años recientes hemos visto
con mayor claridad que quienes controlan el Estado guatemalteco constituyen una
articulación de grupos de poder económico, militar, político y de crimen
organizado que, aun con sus diferencias y contradicciones secundarias, logran
relaciones de confluencia para gestar y dirigir las políticas fundamentales en
función de sus intereses.
Mario Sosa / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Grupos corporativos, políticos rentistas,
grupos de militares (en activo y en retiro) y estructuras de crimen organizado
han confluido en los partidos políticos que se han posicionado en cada elección
con posibilidades de triunfar en la carrera presidencial y con las mayores
cuotas de poder en el Organismo Legislativo. Desde allí han extendido sus
vínculos de poder a otras instituciones del Estado, como la Corte Suprema de
Justicia y la Corte de Constitucionalidad. No obstante, los grupos que
constituyen el núcleo duro y los beneficiados de larga data en estas
articulaciones son aquellos que integran la clase dominante, en especial
aquellos que constituyen los grupos corporativos locales y transnacionales que
insistimos en llamar oligarquía.
Indudablemente, para reproducirse como
segmentos dominantes utilizan todas las instituciones estatales bajo su
control, así como sus propios recursos y capacidades financieras, económicas,
mediáticas, militares, religiosas, políticas, jurídicas e incluso delictivas,
para posicionarse con ventajas fundamentales en cada carrera electoral. Y lo
hacen, además, a partir de haber logrado un consenso previo en la mayoría de la
ciudadanía, en especial porque desde cada segmento económico, mediático,
religioso y militar logran tejer una directriz de índole ideológica que opera
orientando el voto en cada elección.
En ese sentido, por ejemplo, posicionan
aquellas figuras partidarias y aquellos candidatos a partir de campañas
millonarias y de espacios de opinión privilegiados en los medios de difusión
masiva, en los discursos religiosos y en los espacios y relaciones de poder
tanto en el ámbito nacional como local, entre otros recursos. Mientras tanto,
defenestran, invisibilizan, etcétera, las candidaturas que se muestran
atentatorias del statu quo, como sucede con la de
Thelma Cabrera, o que pudieran representar una disputa de espacios de poder,
como sucedió con candidatos como Manuel Baldizón en 2015 y Sandra Torres en la
actualidad.
Es decir, van configurando un escenario y
una narrativa, además de un conjunto de condiciones para una competencia
favorable, para lo cual utilizan los medios de comunicación masiva de su
propiedad, la inyección financiera a las campañas y el control de la mayoría de
los partidos políticos, que, de manera directa o indirecta, finalmente terminan
aceptando –por convencimiento o interés– sus directrices, especialmente de cara
a la segunda vuelta electoral.
Ya sea que ganen con el partido o la
candidatura de su preferencia o con una figura con la cual terminan transando,
por una u otra vía logran sostener la política pública fundamental de su
interés, por ejemplo la relacionada con la política monetaria, crediticia,
cambiaria; el sostenimiento de la política de privatización y la concesión de
obras públicas y servicios, y las garantías de legalidad o impunidad a sus
distintas formas de acumulación de capital. En síntesis, mantienen capturado el
Estado y lo orientan a reproducir un régimen político de control —aunque no sin
dificultades— y un modelo de acumulación que les garantice niveles constantes y
crecientes de plusvalor. Mientras esto sucede, logran sostener la exclusión de
los grandes segmentos y sujetos históricamente excluidos, como ocurre con los
pueblos indígenas, las clases trabajadores y las mujeres, que buscan relaciones
de equidad.
Así, siendo este un momento de la disputa
política por el control del Estado, las elecciones son configuradas por los
mecanismos descritos —y por otros— que reproducen el consenso, es decir, una
dirección política, ideológica, cultural y moral que configura un escenario
para que las opciones electorales de tales segmentos dominantes sean las que
finalmente les garanticen el control de los organismos Ejecutivo, Legislativo y
Judicial.
Sin duda, la hegemonía es más compleja y
requiere tomar en cuenta otras variables. Sin embargo, lo que se pretende dejar
plasmado en este artículo es que las elecciones ocurren sobre tales bases. Así
las cosas, una propuesta alternativa se encuentra con desventajas fundamentales
que, para ser salvadas, necesitan un replanteamiento de la estrategia y, como
parte de esta, de la gestación de una hegemonía tal que, al llegar al momento
electoral, le permita condiciones favorables para avanzar.
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