La historia aborda el pasado a la sombra de los temores y la luz de las esperanzas que nos inspira el futuro. Desde ese claroscuro tan propio de nuestro tiempo, la historia ambiental se ocupa de las interacciones entre los sistemas sociales y los naturales mediante procesos de trabajo socialmente organizados, y de sus consecuencias para ambos a lo largo del tiempo.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Mata de Francés, Panamá
La narrativa usual vincula el origen de la historia ambiental al auge del movimiento ambientalista en los Estados Unidos y Europa en la década de 1970. De entonces acá, su desarrollo ha estado estrechamente ligado al debate en torno a su objeto de estudio. Para 1990, por ejemplo, Donald Worster - uno de los pioneros en este campo - afirmaba que ese objeto de estudio era el papel “y el lugar de la naturaleza en la vida humana.” Con ello, esa historia estudiaba
todas las interacciones que las sociedades del pasado han tenido con el mundo no humano, el mundo que nosotros no hemos creado en ningún sentido primario. El ambiente tecnológico, el entorno de cosas que la gente ha producido, que puede ser tan ubicuo como para constituir una suerte de “segunda naturaleza” en torno a nosotros, también es parte de este estudio, pero en el sentido por demás específico de que la tecnología es un producto de la cultura humana tal como está condicionada por el medio ambiente no humano.[1]
Desde una perspectiva distinta, pero no excluyente, el economista ecológico James O’Connor abordó a mediados de esa década el proceso de formación de la historia ambiental en el marco de la cultura gestada por el desarrollo del moderno sistema mundial capitalista. Ese proceso, decía,
comienza con la historia política, jurídica y constitucional; pasa a la historia económica entre mediados y fines del siglo XIX; se vuelca a la historia social y cultural a mediados del siglo XX, y culmina en la historia ambiental a finales de éste.
De este modo, la historia política expresó las tensiones y aspiraciones del Estado burgués naciente; la económica nació en las circunstancias creadas a partir de “la Revolución industrial y tecnológica a fines del siglo XVIII y principios del XIX”, mientras la social y cultural se nutrió del “crecimiento de una sociedad y una cultura específicamente capitalistas.” Y la historia ambiental, por su parte, vino a dar cuenta de “la capitalización de la naturaleza, o la creación de una naturaleza específicamente capitalista, y las luchas por la misma”, mediante el estudio de los procesos de intervención humana que configuran y modifican a la “naturaleza”, creando en el proceso “ambientes construidos y configuraciones espaciales”.[2]
Todo esto tiene raíces a menudo inadvertidas. Así, en 1938 el biogeoquímico ruso Vladimir Vernadasky cuestionaba la idea del hombre “que vive y se mueve libremente sobre nuestro planeta y que construye libremente su historia.” Al respecto, decía que “los historiadores y los estudiosos de las humanidades –y, hasta cierto punto, incluso los biólogos-“ apenas empezaban a entender “las leyes naturales de la biosfera, única envoltura terrestre en la que puede existir la vida”, de la cual no era posible separar al hombre.[3]
Treinta años después, O’Connor afirmaba que, lejos de ser un tema marginal “como la ven todavía tantos historiadores, la historia ambiental está (o debería estar) en el centro mismo de la historiografía actual”.[4] Esta continuidad nos dice que la formación de lo ambiental como objeto de estudio histórico hace parte de un proceso de cambio cultural de larga duración, acelerado hoy por la crisis ambiental global generada por el desarrollo del capitalismo.
En el núcleo de ese proceso de cambio se ubica una transformación de las formas y métodos del conocer, que responde a las demandas que nos plantea la crisis global. Así, en 2004 Eric Hobsbawm celebraba que el desarrollo de las ciencias naturales, y en particular “la revolución del ADN”, ofrecieran “un marco racional para la elaboración de una historia del mundo […] que considere al planeta en toda su complejidad como unidad de los estudios históricos, y no un entorno particular o una región determinada.”[5]
Esto, agregaba, permitía ya a sumir a la historia como “la continuación de la evolución biológica del homo sapiens por otros medios” y superar “la estricta diferenciación entre historia y ciencias naturales.” Con ello, la historia ambiental nos confirma en la práctica lo planteado por los fundadores de la filosofía de la praxis en su primera madurez:
Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente.[6]
Y lo hace además con una lección de admirable sencillez, ante el riesgo de extinción que amenaza a nuestra especie: dado que el ambiente es el producto de la intervención de las sociedades en su entorno natural, si deseamos uno distinto tendremos que crear sociedades diferentes…una vez más, pero ahora de manera consciente.
Mata de Francés, Panamá, 23 de julio de 2020
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