La Brigada “Henry Reeve” ha hecho suyo el principio de Fidel y han entendido que, al luchar por la vida de otros, lo están haciendo por Cuba. Pero van más allá. Lo hacen con entrega, con amor, con profundo sentimiento humanista, sin pedir nada a cambio encarnando un ejemplo inimitable de los ideales más puros y los principios más sólidos que deberían regular las relaciones entre las naciones y los pueblos del planeta.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
Uno de ellos -entre los más trascendentales a mi juicio- es el pronunciado el 5 de diciembre de 1988 en la Plaza de la Revolución de La Habana, en la conmemoración del 32 aniversario del desembarco del Granma, fecha considerada fundacional de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Esta proclama, esclarecida en su esencia y notable en su dimensión, encarna el valor de la erudición, la memoria de la lealtad, la confianza en el futuro, la fuerza de los momentos difíciles y la felicidad en la victoria que Fidel siempre supo transmitirle a su pueblo.
Al explicar los avatares de la misión internacionalista del pueblo cubano que condujo a la derrota total del ejército sudafricano en la batalla de Cuito Cuanavale en el sureste de Angola, la cual trajo consigo el fin de la oprobiosa ideología del apartheid en toda África, el comandante en jefe de la revolución cubana selló sus palabras con dos frases: "Ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad. Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo".
Con ello, Fidel firmó una hoja más en el libro de la leyenda de Cuba, proporcionándole estructura formal a un distintivo que, estando adherido férreamente a la perenne tradición de lucha de su pueblo, ahora, de la mano del líder, adquiría dimensión superlativa al transformarse en identidad que daba continuidad a su historia, pudiendo ser asumida por las nuevas generaciones que habrían de nacer en la gloriosa isla del Caribe, como expresión pura de la cubanidad.
Veinte años antes, en 1968 Fidel ya se había referido al tema. Al dirigirse al pueblo en una alocución televisada para analizar los acontecimientos que habían ocurrido en Checoslovaquia durante ese año, refrendó su convicción de que: “…el ideal comunista no puede olvidarse un solo instante del internacionalismo. Los que luchan por el comunismo dentro de cualquier país del mundo, no pueden nunca olvidarse del resto del mundo y cuál es la situación de miseria, de subdesarrollo, de pobreza, de ignorancia, de explotación en este resto del mundo”.
Cuando Fidel hablaba de la deuda que Cuba tenía con la humanidad, tal vez estaba recordando a aquellos que viniendo de otras tierras lucharon junto al pueblo cubano por su independencia. El más destacado entre ellos fue sin duda Máximo Gómez, nacido en República Dominicana quien llegó a ostentar el grado de Mayor General terminando la Guerra de Independencia de 1895 como General en Jefe del Ejército Mambí.
Pero no fue el único, junto a él estuvieron los hermanos peruanos Leoncio Prado y José Santos Grocio Prado, el puertorriqueño Juan Rius Rivera, el polaco Carlos Roloff, el colombiano Avelino Rosas, el chileno Pedro Vargas Sotomayor y los estadounidenses Thomas Jordan y Henry Reeve entre otros, todos de destacada participación en la contienda emancipadora.
Pero también, desde muy temprano Cuba había ofrecido su solidaridad generosa a otros pueblos. José Francisco Lemus llegó al grado de coronel del Ejército de Bolívar, Francisco Agüero y Manuel Andrés formaron parte del Ejército Libertador de Bolivia como subtenientes.
Gesta relevante de la historia más reciente de Cuba fue la participación de centenares de sus hijos que organizados por el partido Comunista o a través de otros procedimientos, acudieron al llamado de España para defender la República. Formaron parte de la 15 Brigada Internacional, el 50 Regimiento de Milicias, la 112 División al mando de Enrique Líster, la 46 División al mando de Valentín González “el Campesino” y el Batallón Abraham Lincoln en el que una de sus compañías que estaba destinada a los enfrentamientos en las zonas más álgidas tenía una sección constituida íntegramente por cubanos provenientes de la centuria Guiteras al mando de Rodolfo de Armas, caído en combate en febrero de 1937. De la misma manera, dieron su vida en España los destacados revolucionarios cubanos Moisés Raigorodsky, líder estudiantil, el obrero Policarpo Candón y el escritor y periodista Pablo de la Torriente Brau, quien había nacido en Puerto Rico.
En el área de la salud, ya en el siglo XIX se destacaron médicos cubanos que fueron a salvar vidas en conflictos de otros países, entre ellos los doctores Antonio Lorenzo Luaces de Iraola Guerra quien participó en la guerra de Secesión de Estados Unidos, Manuel García Lavín y Chappotin en la guerra franco prusiana, donde obtuvo la Legión de Honor de Francia y Luis Díaz Soto en la guerra civil española, inaugurando una tradición que la revolución triunfante en 1959 habría de transformar en vocación y práctica permanente convirtiéndola en valor intrínseco que el pueblo de Cuba construiría para el bien de su propia salud y la de toda la humanidad.
Ya en 1960, tras el terremoto ocurrido en el mes de mayo en Chile, médicos y técnicos de salud cubanos acudieron a prestar ayuda solidaria cuando la revolución apenas transitaba su segundo año, a pesar que más de 3.000 médicos (alrededor del 50% de los existentes) habían abandonado el país cuando percibieron que la medicina dejaría de ser un bien de lucro para tornarse en derecho de todo el pueblo.
En 1963, se produce la formalización de la colaboración médica cubana como instrumento de amistad y solidaridad con los pueblos a partir del 23 de mayo de ese año cuando es enviada una brigada de 54 trabajadores de la salud a Argelia, país africano que había obtenido recientemente su independencia del dominio francés. Este primer contingente estuvo conformado por 29 médicos, 14 enfermeros y enfermeras, 7 técnicos de rayos x y 4 odontólogos que cumplieron su misión de forma totalmente voluntaria.
En las tres primeras décadas de la revolución, Cuba prestó asistencia médica en innumerables países, entre ellos Vietnam, Angola, Siria, Etiopía, Namibia, Líbano, Libia, Palestina y Nicaragua cuando fue asolada por el terremoto de 1972 en tiempos en que el país vivía bajo la atroz dictadura de Somoza. Posteriormente, misiones similares acudieron a Perú afectado por un terremoto, a Haití, Guatemala, la misma Nicaragua ya durante la revolución sandinista, Granada, Brasil, Pakistán y Uruguay entre otros.
Junto a ello, Cuba comenzó a ofrecer gratuitamente becas para la formación de médicos en sus universidades, en primera instancia a Vietnam, a aquellos países africanos que iban accediendo a la independencia en la década de los 70 del siglo pasado y al Chile de Salvador Allende. La amplia solicitud de países del mundo subdesarrollado para que Cuba les formara profesionales de la salud condujo a la fundación en 1999 de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM). Según su página oficial éste es un “proyecto científico–pedagógico [que] hoy acoge a estudiantes de 122 países latinoamericanos, caribeños, de Estados Unidos, África, Asia y Oceanía. Estos jóvenes presentan diversidades étnicas, educacionales y culturales, pero todos cursan sus estudios en un clima fraterno y amistoso” configurando una experiencia única de su tipo en todo el mundo, que también es expresión de los altos valores humanistas y solidarios de la Cuba revolucionaria.
En abril de 1986 ocurrió un accidente en una central nuclear al norte de Ucrania en las inmediaciones de las ciudades de Chernóbil y Pripiat, a unos 15 km. de la frontera con Bielorrusia. Se calcula que alrededor de 600 mil personas recibieron algún grado de radiación, entre ellos muchos jóvenes e infantes. Una vez más, Cuba se ofreció para dar tratamiento a esos niños afectados por el accidente. En ese marco, entre marzo de 1990 y noviembre de 2011, 26.114 pacientes (84% niños) de Ucrania, Rusia y Bielorrusia recibieron acogida y tratamiento en una urbanización especialmente habilitada para ello al este de La Habana. Vale recordar que, en el intertanto, la Unión Soviética desapreció, Cuba fue sometida a un incremento del criminal bloqueo de Estados Unidos conduciendo a lo que fue denominado “período especial”, el momento más crítico en términos económicos desde 1959, sin que el programa de apoyo a la recuperación de los niños de Chernóbil fuera paralizado o suspendido.
El 10 de septiembre de 2014 ante un llamado realizado el día anterior por el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon recabando ayuda para detener el avance de la epidemia de ébola que afectaba a varios países africanos, el gobierno de Cuba dio a conocer, que aportaría una brigada de 165 integrantes, de los cuales 62 eran médicos y 103 enfermeros y enfermeras con un promedio de 15 años de experiencia que se ofrecieron voluntariamente para esta misión de alto contenido humanitario, dada la peligrosidad del virus. Estos se sumaron a los 23 colaboradores médicos que Cuba ya tenía en Sierra Leona y 16 en Guinea. Cuba fue el país del mundo que más aportó a la lucha contra esta epidemia en África.
En el desarrollo, mejoramiento, ampliación y especialización de la ayuda médica cubana, el 25 de agosto de 2005, el comandante en jefe Fidel Castro decide la fundación de una brigada internacional de médicos especializados en situaciones de desastres y graves epidemias. Dos días antes, el huracán Katrina había irrumpido desde el golfo de México en el sur de estados unidos causando muerte y devastación en los estados de Lousiana, Mississippi y Alabama. No importó que Cuba siguiera sometida al cruel bloqueo estadounidense que por 45 años en ese momento golpeaba cotidianamente la vida del pueblo. Una vez más, estuvo presente el sentimiento humano por encima del conflicto para ofrecer la necesaria ayuda médica para el atribulado pueblo de esos estados sureños.
En el interés de “saldar su deuda con la humanidad” como había dicho Fidel, ese contingente recibió el nombre de Henry Reeve -rindiendo de esa manera- homenaje a aquel joven neoyorkino quien con solo 19 años se incorporó a la lucha independentista de Cuba contra el dominio español.
Henry Reeve nació en Brooklyn el 4 de abril de 1850. En Cuba fue conocido como “el Inglesito”. Por su valentía y disciplina en el combate fue ascendiendo en el escalón de mando del ejército mambí hasta llegar a ostentar el grado General de Brigada en 1873 después de haber participado en más de 400 batallas. Fue segundo del Mayor general Ignacio Agramonte y, a la muerte de éste, pasó a ser el segundo del Mayor general Máximo Gómez. Bajo el mando de Agramonte, Reeve participó en el rescate del general Julio Sanguily que se encontraba prisionero de los españoles en octubre de 1871. Agramonte, Reeve y otros 34 soldados vencieron a una tropa realista de 120 hombres
Bajo el mando de este último, Reeve participa en la invasión a la central provincia de Las Villas, circunstancias en la cual el 4 de agosto de 1876 en Yaguaramas, su unidad es aniquilada en un combate y ante la imposibilidad de escapar, prefiere quitarse la vida antes de caer en manos de los españoles. En su libro “Reeve: el inglesito”, Gilberto Toste Ballart afirma que la vida revolucionaria del joven estadounidense “fue de gran brillantez y gloria, reconocida aun por sus adversarios del lado colonialista”.
Con su nombre inmortal, desde el inicio de la pandemia de Covid-19 en el mundo hasta la fecha, alrededor de 10 mil cooperantes cubanos han integrado el Contingente. Según informó el ministro de Salud de Cuba, José Ángel Portal, hasta el momento 44 contingentes de la brigada “Henry Reeve” han trabajado en 37 países “con la participación de más de 3.750 profesionales, de los cuales el 64% son mujeres y se han sumado al resto de los 58 países [donde existe ayuda médica cubana] que también han atendido a más de 79.000 pacientes”.
La Brigada “Henry Reeve” ha hecho suyo el principio de Fidel y han entendido que, al luchar por la vida de otros, lo están haciendo por Cuba. Pero van más allá. Lo hacen con entrega, con amor, con profundo sentimiento humanista, sin pedir nada a cambio encarnando un ejemplo inimitable de los ideales más puros y los principios más sólidos que deberían regular las relaciones entre las naciones y los pueblos del planeta
Por todo ello, sería de elemental justicia que se le concediera el Premio Nobel de la Paz a la Brigada Henry Reeve que ha esparcido salud por el mundo, poniendo a Cuba, a su pueblo, y a su personal médico en el pedestal más alto al que se puede aspirar: el de ser promotores de vida y de amor en todos los rincones del mundo a donde ha llegado su brazo solidario y fraterno sin medir dificultades, contratiempos ni adversidades solo con el cerebro y el corazón puestos en transmitir la grandeza desbordante de Cuba, de su pueblo y de su revolución. Así, también se rinde homenaje al apóstol José Martí quien estableciera con plena certeza que “Patria es humanidad”.
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