Al cumplirse 170 años del paso a la inmortalidad del General José de San Martín, Libertador de Argentina, Chile y Perú, este lunes 17 de agosto, grupos opositores, desoyendo todas las medidas de prevención convocaron a un “banderazo” en diversas ciudades del país. Aunque la más notoria, fue en el Obelisco porteño.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Más virulentas y ruidosas que en cantidad de manifestantes, incumplieron con la distancia social aconsejada, como tampoco usaron barbijo, mucho menos pudo comprobarse la numeración de documentos correspondientes autorizados para salir. También es de destacar que había personas mayores y jóvenes. Los primeros argumentando que prefieren la libertad al contagio, mientras que en otro extremo, se creen inmunes.
Sin embargo, la disparidad de reclamos dejaba en claro una necesidad de liberar odios y broncas acumuladas, broncas y odios que, sabemos, son alentadas por expresiones de dirigentes de la oposición y exacerbadas por los medios masivos. No obstante, dentro de esa oposición, hay diferencias, sobre todo entre quienes tienen responsabilidades de gobierno y entienden que este tipo de acontecimientos multiplican los contagios y exigen más recursos sanitarios, como es el jefe de gobierno de la CABA, Rodríguez Larreta.
Más elocuentes son las leyendas de las pancartas y carteles con los que se expresa la gente, además de la portación de banderas como ¿exaltación de la nacionalidad y los valores republicanos? como insisten. Algunos se manifiestan pidiendo poder elegir, qué, no sabemos; otros qué vacuna ponerse en disidencia con lo expresado la semana pasada por el gobierno nacional; otros critican la reforma judicial – una trasnochada expresión de deseos que al menos, debería precisar niveles y fueros – que más suena a un me opongo porque me opongo o porque me da la gana. Otros más disparatados escriben “el virus no es más que una gripe”, “el virus es el marxismo” o, menos directos: “fundidos, no confundidos”; “no a la vacuna, consentimiento informado”.
Todo esto dentro de un colectivo autodenominado, “la rebelión de los mansos” que, de mansos nada tienen porque agreden desde los periodistas que los consultan como a los medios que reconocen como adversos.
Expresiones que llegan al absurdo como las de los terraplanistas y que recuerdan momentos oscuros de la historia, por los que ya se hizo zanja de tanto caminar y que, en época de pandemia, en que se alternan lecturas de libros postergados y mucho cine, nos vienen ejemplos escalofriantes. Impulsan la comparación, la similitud de lo absurdo, retrotrayendo la memoria contrastando lo presente con pasajes oscuros de la humanidad que deberían sepultarse.
Para los que se quejan de la extensión del confinamiento es aconsejable que vean un film realizado en 2019 sobre la posguerra civil española estrenada en Netflix, “La trinchera infinita” de los directores: Garaño, Goenaga y Arregi, ganadora de varios premios Goya, que narra la vida de un refugiado en su propia casa, un topo, que permanece escondido por treinta años y sólo se permite salir a la calle en 1969, cuando se dicta la ley de amnistía que prescribe los delitos cometidos antes del 1° de abril de 1939.[1]
Es interesante observar la vida de aquel matrimonio conformado por los actores, Belén Cuesta y Antonio de la Torre que hasta simulan criar un sobrino, que es hijo de la pareja nacido en cautiverio. Una ficción que recrea la mala vida de un concejal rojo, pero que de alguna manera es un homenaje a 24 perseguidos que se pasaron la mitad de su existencia enterrados.
Esta excelente película que retrata con mucha fidelidad y detalle la escenografía el clima de un momento de la historia de España aberrante, en donde la delación entre vecinos y familiares llegaba hasta la intimidad de la casa, muestra hasta qué punto el miedo a ser atrapado puede llegar a ocultarse tres décadas. Situación extrema que ridiculiza a los que han salido masivamente a provocar contagio de un enemigo invisible, cuyos estragos están a la vista y llenan las noticias del día a la noche.
Otra película interesante de la misma temática, que rescata a otros personajes oscuros y despreciables que marcaron a generaciones: “Mientras dure la guerra”, del joven director Alejandro Amenábar, que puede que no se ajuste al rigor histórico, cuyas exhortaciones descabelladas, parecen alimentar los pensamientos y frases de los infectadores.
Acá se relatan los sucesos acaecidos en Salamanca en la segunda mitad de 1936 mediante el hilo conductor del conflicto político y personal del escritor y filósofo Miguel de Unamuno desde la proclamación la mañana del 19 de julio que “queda declarado el estado de guerra en Salamanca y, con ayuda de Dios, en toda España” y su inicial apoyo al bando sublevado y rechazo luego de la absurda arenga.
Resulta apasionante e increíble la discusión entre el general manco, tuerto y cojo, José Millán-Astray, interpretado por Eduard Fernández y Miguel de Unamuno, encarnado por Karra Elejalde.
El general Millán Astray había llegado con sus legionarios armados a la Universidad de Salamanca. Varios oradores soltaron sus tópicos “anti España”. Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un indignado discurso: “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (…) Vencer no es convencer, y no hay que convence sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Se ha hablado de catalanes y de vascos, llamándolos anti España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaos la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda una vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis…” En ese punto Millán empezó a gritar: ¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar? Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: ¡Viva la muerte! En un exhibicionismo fríamente calculado. Millán habló: “¡Cataluña y las Vancongadas, las vancongadas y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en carne viva y sana como un frío bisturí! Se excitó de sobremanera que no pudo continuar hablando, mientras se oían gritos de ¡Viva España! Se produjo un silencio mortal y miradas angustiadas se volvieron a Unamuno quien expuso: “Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de ¡viva la muerte!. Esto me suena lo mismo que ¡muera la vida!. Y yo que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio que el mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos. Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu suele sentirse aliviado viendo como aumenta el número de mutilados alrededor de él. (…) El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada…”
Furioso, Millán gritó: “¡Muera la inteligencia!”. Luego, como es conocido, Unamuno concluyó: “¡Este es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España.”[2]
Los personajes en el film de Amenábar ponen de manifiesto todo su talento para revivir esos momentos absurdos y siniestros que marcaron una guerra interminable que, como muchos dicen, se extendió hasta el Tejerazo, entrada la década de 1980, cuando el caudillo hacía más de un lustro que había muerto.
Aunque extensa la cita, el aliento a la barbarie por los mensajeros del odio, se han elevado al podio de los dioses para enardecer a la masa sedienta de sangre en todas las épocas. Siempre hay un pretexto que valide la estupidez y saque los demonios a la calle. Tal vez por eso volvemos a Constantino Kavafis con su célebre, Esperando a los bárbaros, para con su desencanto justificar la condición humana.
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