“¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase obrera -en el sentido marxista del término- tiende a desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria?”.
Fidel Castro
-El socialismo científico nació a mediados del siglo XIX como un grito alternativo al sistema capitalista que se venía imponiendo en Europa industrializada. Las primeras organizaciones sindicales fueron los primigenios y balbuceantes proyectos anti-capitalistas, seguidos luego de los románticos paraísos de socialismo utópico delineado por algunos soñadores. Con la sistemática producción teórica de Marx y Engels, esas protestas tomaron una base conceptual sólida, científica, traducidas en una praxis política revolucionaria. El estudio profundo del capital es el aporte básico para esa lucha. : : :
-Con el ideario socialista en la mano, al conjugarse varios factores (una conducción política revolucionaria, masas empobrecidas hasta un nivel de hartazgo que las movilizó con energía, situación socio-política favorable a un cambio en la correlación de fuerzas entre explotadores y explotados, liderazgos personales adecuados a esos momentos históricos: Lenin, Mao, Castro, Ho Chi Ming), en varios países comenzaron a producirse profundas transformaciones revolucionarias. Fueron las primeras experiencias post-capitalistas sostenidas, inspiradas de algún modo en la efímera Comuna de París de 1871.
-Abriendo un interrogante sobre las predicciones formuladas en su momento por Marx y Engels, esas experiencias no surgieron en países industrialmente desarrollados, sino en zonas con estructuras básicamente agrarias, más ligadas aún a un modo semi-feudal. No fue un proletariado industrial urbano el fermento conductor de esas revoluciones sino movimientos campesinos en países sin un capitalismo fuertemente desarrollado: Rusia, China, Cuba, Vietnam, Corea, Nicaragua.
-Bombardeadas siempre en forma inclemente por la inmensa mayoría de países capitalistas, atacadas con todos los medios imaginables, incluida la agresión militar, con profundas diferencias entre sí, todas esas primeras expresiones socialistas dieron muy importantes pasos en la mejora de las condiciones de vida de sus poblaciones. Más allá de la visceral y destructiva propaganda ideológico-cultural anticomunista que marcó el siglo XX, esos países lograron grandes avances sociales (salud, educación, planes de vivienda, mejora en la alimentación, desarrollo científico-técnico, impulso al deporte). Si hoy se siguen presentando como “fracasos”, eso es producto de la maquinaria mediática capitalista que no puede admitir algo más allá del capitalismo.
-Por una sumatoria compleja de elementos –el continuo ataque externo, burocratización de los procesos, dificultad/imposibilidad de mantener una edificación socialista en un solo país, errores de concepción, permanencia de una cultura/ideología capitalista hondamente enraizada– los distintos proyectos revolucionaron involucionaron hacia fines del siglo XX. La derecha mundial celebró jubilosa ese retroceso, pensando que ahí se terminaba su “pesadilla” socialista: se desintegra la Unión Soviética, China busca mecanismos de libre mercado, otros países socialistas entran en “período especial” de estrecheces. El capitalismo se sintió triunfal, con la sensación que no puede haber nada más más allá de él. Se llegó a decir, exultante, que “la historia había terminado”. Una representante icónica de ese momento, la mandataria británica Margaret Tatcher dijo sin ambages que “no hay alternativa”: o capitalismo ¡o capitalismo!
-Las transformaciones/regresiones habidas en el campo socialista no significaron el final de las penurias de las grandes mayorías populares del globo sino, por el contrario, su agravamiento. En todo caso, esos cambios políticos dejaron temporalmente sin referentes a las izquierdas. Se produjeron muchas deserciones en la lucha revolucionaria, transformando los proyectos políticos en procesos de acomodo con tinte socialdemócrata. El ánimo general, al menos en un primer momento, fue de desesperanza, de incredulidad en el ideario socialista, de desazón. La idea de revolución dejó de ser insignia a levantarse. De todos modos, las causas de injusticia que encendieron las luchas revolucionarias y socialistas desde un siglo y medio atrás, persistieron, y más aún, se profundizaron. Entrado el siglo XXI, las mismas se agudizan.
-La caída de esos ideales, más lo planes de capitalismo salvaje (neoliberalismo) que se comenzaron a aplicar hacia fines del siglo XX –perdurando en lo que va del presente– hicieron retroceder históricas conquistas sociales logradas con años de lucha y sacrificio por las grandes masas trabajadoras. El campo popular mundial, así como las izquierdas de todas partes, se sintieron en derrota, con un proyecto en la mano que no se veía cómo viabilizarlo. Fueron años de desconcierto, de desasosiego.
-Sin una claridad política y un norte preciso como se tuvo en la primera mitad del siglo XX, las reacciones populares ante las injusticias continuaron de todos modos. Nuevos planteamientos, antes silenciados, vinieron a engrosar el descontento: el reclamo contra el patriarcado, contra el racismo, contra todo tipo de discriminación, contra el desastre medioambiental producido por la voracidad capitalista, aparecieron en escena. Todas estas luchas levantaron la voz, aunque el planteamiento clasista de décadas pasadas de lucha contra la inequidad económica fue opacándose. Contribuyó a esto último una suma de causas: el retroceso de las primeras experiencias socialistas que empañó ideales, la represión brutal con carácter sistemático de la derecha en ciertas partes del globo, la crudeza de la Guerra Fría, vivida muy tórridamente, con mucha sangre derramada, en diferentes puntos del planeta, más una monstruosamente grande avanzada ideológica del gran capital internacional que, aprovechando en forma creciente las tecnologías de comunicación masiva, entronizaron un discurso anti-comunista. La idea de “lucha de clases” como motor de la historia fue sacada de circulación. Puede decirse que las nuevas formas de lucha de clases que implementa la derecha mundial pasan, ante todo, por los aparatos ideológicos y un fenomenal, despiadado ataque en el ámbito cultural. “¡No queremos una nueva Cuba en nuestro país!”, se demoniza. Eso da resultados.
-Llegados a la tercera década del siglo XXI, amén de la parálisis generalizada que significó la inesperada pandemia de Covid-19 que complicó más aún las cosas para el campo popular, no se vislumbra con claridad un horizonte post-capitalista. Aunque la arquitectura planetaria actual pueda estar cambiando quizá, descentrando a Estados Unidos como la cabeza principal de un sistema capitalista mundial omnipoderoso con la presencia de nuevas potencias emergentes: China y Rusia, el modo de producción capitalista sigue rigiendo globalmente. Incluso China, con un férreo Partido Comunista en el poder político, se mueve en la dinámica internacional como agente capitalista.
-En esta coyuntura, la idea de revolución socialista llevada adelante por una clase obrera consciente de su papel histórico, ha ido desapareciendo. El sistema ha podido neutralizar muy eficientemente la protesta popular, y los distractores diversos que supo implantar, sirven para mantener la continuidad sin mayores alteraciones. Las izquierdas están muy divididas, con un interminable abanico de propuestas, a veces antitéticas entre sí, muchas veces disputando quién es “la más revolucionaria”. Los sindicatos, en términos generales, dejaron de ser un instrumento de lucha para la clase trabajadora al haber sido cooptados por un discurso burocrático y pseudo reformista, y mucho del descontento crítico se vehiculiza a través de este reciente invento de las ONG’s, que no constituyen un verdadero desafío al statu quo, sino que, en definitiva, contribuyen a perpetuarlo. Los nuevos sujetos emancipadores (lucha contra el patriarcado, contra cualquier tipo de discriminación, contra el ecocidio en curso) no siempre se integran con la lucha socioeconómica, por lo que el “divide y reinarás” termina imponiéndose a favor de la derecha conservadora. En ese marco, fácilmente puede aparecer 1) la desesperanza (“no hay nada que hacer, no hay alternativa”) o, mucho más positivamente: 2) la revisión crítica de los postulados socialistas, la autocrítica fecunda.
-Ante la solidez del sistema, pareciera muy difícil plantear alternativas post-capitalistas. La última revolución con aire socialista se dio en Nicaragua en 1979, 43 años atrás al momento de escribirse estas líneas. Luego pudo asistirse, a lo sumo, a avances sociales parciales, siempre en los marcos de la institucionalidad capitalista: los llamados “progresismos”. Los movimientos guerrilleros desmovilizados se integraron a esa dinámica, y tanto ellos como los partidos de izquierda tradicionales no pueden pasar, con buena suerte, de incidir muy débilmente en algún parlamento o instancias pequeñas como municipalidades, pero nunca con la posibilidad de tener un impacto general a nivel de un país completo, haciendo colapsar el sistema imperante y proponiendo nuevas alternativas. Las reformas tienen un límite muy acotado; el sistema se sabe defender demasiado bien y puede resistir/fagocitar cambios profundos. La imagen del Che Guevara terminó banalizándose en buena medida, transformándose en un ícono “de moda”. Un movimiento anti-consumo como la propuesta contra-cultural hippy de los años 60, fue absorbido sin mayor problema. El sistema sabe bien lo que hace: tiene mucha experiencia, mucha sabiduría… ¡y mucho que perder! La clase trabajadora no tiene nada que perder, más que sus cadenas.
-Pero pese a esa cerrazón que lo presenta como inmodificable en apariencia, el sistema sigue siendo absolutamente injusto y se nutre de la explotación, la miseria de las mayorías, el saqueo, la guerra. La solidaridad le es totalmente ajena; se basa en el individualismo, y más aún, en un nihilista hedonismo, que se fomenta a diario por su corporación mediática. Por todo ello, la explosividad reactiva de los oprimidos sigue siempre presente. La injusticia necesariamente lleva a la reacción. La cuestión es que no se encuentran los canales adecuados para transformar esos inmensos malestares en propuestas viables de transformación del capitalismo. Las explosiones populares espontáneas no alcanzan para cambiar el sistema; hay que encausar esas luchas.
-La revisión crítica de los postulados básicos del socialismo lleva a pensar, de acuerdo a las experiencias conocidas, que es sumamente difícil desarrollar un planteo socialista en un solo país. Ello debería implicar planteos regionales, una revolución que exceda los límites nacionales. De todos modos, tal como están las cosas en el mundo actual, se mantienen las dinámicas de Estados nacionales formalmente independientes en el medio de una globalización omniabarcadora, regenteada por los mega-capitales dominantes, provenientes de unas muy pocas potencias centrales. Se podría pensar en procesos regionales como vía posible, por lo que las izquierdas deberían impulsar luchas articuladas a nivel regional.
-El desarrollo del capitalismo ha llevado a niveles extraordinarios el conocimiento científico-técnico, lo que ha permitido construir un mundo muy distinto al conocido por los clásicos marxistas del siglo XIX. La robotización creciente y el uso de inteligencia artificial ha cambiado drásticamente el panorama de la clase trabajadora mundial. Las grandes fábricas de la primera mitad del siglo XX han dado lugar a factorías con cada vez menos personal y más uso de robots. Esto, implementado con una lógica capitalista, conspira contra la organización sindical, contra la protesta organizada; en tal sentido, la gente de carne y hueso termina “sobrando”, lo que crea una contradicción insalvable en el capitalismo: ¿quién consume lo producido si cada vez más gente queda sin trabajo? A ello se suma el sostenido proceso de relocalización de las industrias en el Tercer Mundo, aprovechando las facilidades que esos territorios brindan al capital: mano de obra muy barata, exenciones fiscales, tolerancia en el despiadado ataque al medio ambiente, condiciones laborales leoninas de hiper explotación, ausencia de sindicatos, todo realizado con el aval de los Estados empobrecidos del Sur manejados por las oligarquías locales, sumisas a los imperialismos del Norte.
-El mundo actual, siglo XXI, después de las primeras experiencias socialistas conocidas (que habrá que revisar con sentido crítico-constructivo), es muy distinto a lo que se podía pensar décadas atrás desde un ideario marxista. Además de nuevos sujetos sociales que entraron en escena como posibles fermentos de cambio –movimientos campesinos rurales, por ejemplo, o la lucha por la diversidad sexual, movimientos de desocupados laboralmente, o gente sin vivienda que se toma casas vacías (movimiento okupa)– el panorama socio-histórico presenta un paisaje novedoso que abre imprescindibles preguntas, para ver cómo abordarlas desde una concepción revolucionaria y marxista. Nuevos fenómenos entran en juego en la arquitectura global del sistema: a) un consumo creciente e imparable de drogas que genera una impresionantemente grande y poderosa narco-economía, b) migraciones humanas imparables que terminan convirtiéndose en importantes hechos políticos, c) delincuencia callejera llevada a niveles alarmantes –¿crece deliberadamente como arma de control social implementada por los poderes?– que torna difícil la vida cotidiana, induciendo una actitud de parálisis y encierro personal, d) una industria militar super poderosa que obliga a mantener guerras continuas cada vez más letales y que sirve como válvula de escape del sistema antes sus recurrentes crisis de superproducción (destruir para volver a construir), e) una cultura mediático-digital, apoyada en forma creciente en el internet, que se ya se impuso de modo irreversible, que logra cierto/bastante distanciamiento social (“Hoy es más fácil encontrar un dinosaurio que un vecino”, se dijo), sirviendo al mismo tiempo para el hiper-control de las poblaciones desde unos pocos centros de poder global.
-La clase trabajadora, desde un obrero agrícola estacional o un personal de servicio hasta un profesional con especializaciones de post-grado, todos y todas están tocados por la misma precariedad: contratos injustos, falta de prestaciones sociales, siniestralidad laboral creciente, facilidad para el despido. Con los planes neoliberales en boga se llegó al colmo de ver como un “privilegio” el hecho de tener una plaza con salario, así sea magro: la desocupación asusta cada día más. Eso es un tremendamente enorme factor de desmovilización. A ello puede sumarse una tendencia ya en curso años atrás, potencializada en forma agigantada durante la pandemia de Covid-19, consistente en el trabajo remoto, hogareño (en los puestos de trabajo que lo permiten). Incluso se llega hoy día a la posibilidad –aparentemente muy confortable, pero que, en definitiva, obra en contra de una propuesta socialista, por desunir en vez de unir trabajadores– de “nómadas digitales” (trabajadores hiper especializados que se mueven por todo el mundo en situación de teletrabajo).
-La ideología dominante, crecientemente pro-capitalista, disfrazada a veces de “progresista”, termina quitando del espacio público el ideario socialista, adormeciendo a la gente con la promesa de “si se quiere, se puede”, fomentando un individualismo radical, despolitizado, mostrando los “fracasos” del socialismo (por la reversión de las primeras experiencia, balbuceantes experiencias del siglo XX), invitando a un consumismo depredador y a perseguir la promesa de un bienestar personal en contra del bien común, comunitario y solidario.
-Los medios masivos de comunicación en manos del capital corporativo se han venido constituyendo en la principal arma para el mantenimiento del sistema, más aún que las respuestas armadas (policías, ejércitos, grupos para-estatales). Su poder es omnímodo, llegando a la manipulación programada con precisión milimétrica, a punto de establecer las conductas de las grandes masas. Han logrado hacer que los pueblos se interesen más en banalidades superficiales (ahí está el fútbol entronizado como nueva deidad, por ejemplo) que en los asuntos profundos de su vida, y de sus penurias. El actual rechazo hacia planteos revolucionarios se enraíza en el profundo discurso anticomunista dominante. La dificultad de avanzar en el despertar popular hacia la revolución socialista, en muy buena medida se debe a esos controles que ejercen los medios masivos de comunicación, desarrollados a partir de neurociencias que sirven para la manipulación multitudinaria. Las “verdades” con que se obliga a manejarse a las poblaciones son puras construcciones cosméticas, realizadas a la alta escuela en los laboratorios mediáticos. Ya no importan las verdades, las realidades concretas y efectivas, sino que se ha entrado en el nebuloso reino de la “post-verdad” y del metaverso (un universo ficticio). Se ha logrado hacer más importante la forma que el contenido. Se busca que no se luche para expropiar la empresa o la finca y construir poder popular sino para “hacerse millonario”.
-El capitalismo desarrollado, en su voraz afán de lucro produciendo mercaderías muchas veces innecesarias y obligando a consumirlas –esa es la esencia del sistema– produjo una catástrofe ecológica que no puede explicarse por un pretendido cambio climático, como si eso se tratara de un mero accidente natural, una alteración geológica. El ecocidio en curso derivado de ese modelo de desarrollo es un grave problema que termina poniendo en entredicho la continuidad de la vida en el planeta, de la humana y la de todo modo de vida, animal y vegetal. El sistema capitalista busca soluciones técnicas –energías renovables, por ejemplo– pero desconoce la causa real de esa catástrofe. En los moldes económico-sociales actuales no se ven salidas posibles, lo que hace pensar en una verdadera catástrofe en ciernes. Las soluciones parciales, en todo caso, son para pequeños sectores sociales, mientras que las grandes mayorías sufren en forma creciente esa catástrofe: falta de agua potable, desastres naturales cada vez más violentos, hambrunas, pandemias.
-Del mismo modo, dado ese imparable afán competitivo que lo alienta, la disputa por la hegemonía global puede llevar a guerras gigantescas. Sucede que el poder destructivo acumulado por las grandes potencias que hoy se disputan esa supremacía (Estados Unidos, China y Rusia), poder centrado en armas nucleares de destrucción masiva, abre la posibilidad de enfrentamientos tan monstruosos que podrían terminar con toda forma de vida en el planeta. Más allá de buenas intenciones y apelaciones a la cordura, nada asegura que ese final de la humanidad no pueda ser posible. El capitalismo representa muerte, y el holocausto termonuclear está a la vuelta de la esquina. El afán de poderío se sobrepone a todo.
-Vistas así las cosas, con objetividad, con mesura, y no por ello sin un profundo sentido crítico, se puede considerar muy cerca (posiblemente) el fin de la humanidad, incluso más que el fin del extendido modo de producción capitalista. Alguna reflexión sobre inteligencia artificial ha vaticinado que si la misma tomara el poder en las circunstancias actuales, sería pensable que propendiera a la destrucción de la especie humana, pues en los marcos del capitalismo es más probable que no se encuentre más salida que la catástrofe ecológica irreversible –quizá con una pequeñísima élite que se traslade fuera de la Tierra– o la guerra atómica total, con lo que se destruiría toda la vida en el planeta. Se cumpliría así la máxima de “El ser humano es el lobo para el propio ser humano”. Por eso el socialismo, aún con todas las dificultades que puedan haber exhibido sus primeras experiencias, sigue siendo una esperanza. Del capitalismo nada puede esperarse, más que muerte y destrucción, con bienestar para una pequeña proporción de gente (15% de la humanidad) sobre la base de las penurias del resto (el 85% restante).
-El gran problema es cómo hoy, sin un proletariado industrial en ascenso y organizado, con medios de control social tan sofisticados por parte de la derecha –satélites artificiales que lo saben todo sobre cada individuo en todo momento, neuroarmas que influyen directamente sobre nuestros cerebros imponiéndonos comportamientos, armas de destrucción masiva infinitamente crueles– y una desmovilización político-ideológica bien planeada (“Nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría”, se dijo), cómo es posible encender el fermento revolucionario buscando alternativas post-capitalistas reales, trascendiendo los reformismos (capitalistas, en definitiva).
-Sin duda los paradigmas de lucha política que utilizó la izquierda en el siglo XX deben revisarse críticamente, porque hoy día no parecen aportar lo suficiente para un auténtico cambio revolucionario. En un mundo tan inmensamente desigual, con capitales monumentales que manejan la marcha del planeta y fijan todas nuestras conductas (lo que consumimos, lo que pensamos, la forma en que no se nos permite unirnos en colectivos, los miedos que padecemos) es imprescindible desarrollar nuevas estrategias acorde a las actuales circunstancias. Que el cambio sea difícil no significa que sea imposible. Lo cierto es que lo que se podía pensar en el siglo XIX desde un país altamente industrializado, tal como fue el caso de Marx y Engels, si bien no ha perdido una pizca de vigencia en su planteo fundamental, debe ser revisado y, básicamente, actualizado.
-Hoy parecen especiales fermentos anti-sistema sectores antes no considerados: grupos de pueblos originarios que reclaman territorios ancestrales, movimientos juveniles, organizaciones de base –urbanas y rurales– con propuestas solidarias y anticapitalistas como, por ejemplo, economías de trueque, nuevas reivindicaciones como las luchas contra el patriarcado. No puede decirse desde planteos de izquierda con total certeza que “el futuro es nuestro” porque, como van las cosas, eso no está asegurado. La historia no sigue caminos lineales, y nada está escrito. ¿Qué futuro nos espera? Años atrás nadie podía concebir pandemias como la que vivimos en la actualidad debido al desastre medioambiental, porque sencillamente eso no entraba en los cálculos. Y, definitivamente, eso alteró en mucho la dinámica cotidiana. En tal sentido, no se puede decir que el paso al socialismo en todos los países como preámbulo de la sociedad sin clases, el comunismo, esté asegurado. Luchemos para que ello sea posible, aunque vemos que esa lucha es titánica. Por eso, es necesario saber qué terrenos estamos pisando. El capitalismo ha dado reiteradas muestras de su capacidad de sobrevivencia. Hoy, entrado el siglo XXI, sobrevivió a las experiencias socialistas iniciales del siglo pasado, a dos guerras mundiales devastadoras, a crisis económicas profundas, a explosiones populares de furia por doquier, y no se evidencia moribundo. Aunque no resuelve los ancestrales problemas de las sociedades de clases –no le interesa, obviamente; en todo caso: en esa diferencia de clases se basa– sin dudas, está muy fuerte, no se lo ve a punto de colapsar.
-Todo lo anterior no es una demostración de pesimismo, de asunción de una derrota sin posibilidad de reacción, un llamado al mediocre posibilismo y a la resignación. Por el contrario, es un vehemente llamado al estudio exhaustivo de la situación actual, munidos de los conceptos del materialismo histórico –el capital actual, pese a los cambios de época, en sustancia sigue siendo el mismo que estudió Marx en el siglo XIX– y con una actitud crítica. ¿Acaso fracasaron los socialismos reales, o cómo evaluar esas experiencias? Las formas de lucha actuales deben considerar seriamente todo lo expuesto más arriba en este texto, o el oportuno epígrafe de Fidel Castro.
-La militancia de izquierda actual –la que sigue pensando que los cambios reales y sostenibles no pueden lograrse en el ámbito de la democracia formal que propone el sistema sino solo con la movilización popular– tiene ante sí un enorme desafío. Considerando todo lo anteriormente expuesto, debe estudiarse en detalle cómo actuar en la tarea de la organización popular: la labor de hormiga en cada sector en que se pueda –lugares de trabajo, de estudio, de vivienda, espacios recreacionales, etc.– no puede descuidarse jamás. Los grupos neo-evangélicos parecen saberlo muy bien, por eso han crecido tanto últimamente. Pero habrá que combinar esa militancia de base con las nuevas líneas que atraviesan y dinamizan la sociedad global abriendo nuevos panoramas y desafíos: super poderes de control social antes inimaginables como los medios masivos de comunicación, el internet, el metaverso. Y junto a eso, no pueden desconocerse nuevas formas de organización del ámbito productivo, como la robotización, el teletrabajo, las maquilas. El trabajo sigue siendo la única fuente de riqueza, por tanto, es con las y los trabajadores –en el más amplio sentido de la palabra: amas de casa, profesionales con doctorado, campesinado, trabajadoras sexuales, obreros industriales, empleados en los servicios, “ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria”, incluso personal de las fuerzas armadas si se puede– donde la izquierda debe buscar incidir. Recordemos, como dijo Lenin, que “la revolución no se hace; se organiza”. El enemigo sigue siendo la clase dominante, que va tomando siempre nuevas estrategias para mantener su poderío. El sistema es muy poderoso, pero no imbatible. Que la dialéctica nos aliente: “Todo cambia, todo fluye, nada permanece eterno”. Recordemos que mientras haya injusticia, seguirá habiendo reacción. Eso es lo que debe alentar, no solo para explotar un día como acto de protesta, sino para construir un mundo más justo.
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