Algunas conclusiones sumarias y a vuelo de pájaro podrían sacarse de los discursos que se escucharon en la última sesión de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, la número setenta y siete desde que se fundó esa organización.
Por ahí desfilaron tirios y troyanos, desde el impresentable de Jair Bolsonaro pintando una imagen idílicamente falsa del Brasil que deja en piltrafas, hasta los que, por primera vez, pisaron el estrado en el que, la mayoría de veces, deben hablar frente a una sala semi vacía, Gabriel Boric, de Chile, Alberto Fernández, de Argentina, y Gustavo Petro, de Colombia.
Todos ellos llegaron al poder político de sus respectivos países en medio de una gran expectativa, después de haberse vivido un período de ascenso de grupos políticos de pensamiento conservador.
Quien abrió este nuevo período o segunda ola progresista fue Alberto Fernández, el argentino, que pudo posesionarse como presidente solamente a raíz de que Cristina Fernández, con una personalidad y un proyecto menos contemporizador que el suyo, se hiciera a un lado para posibilitar la amplia alianza de fuerzas que le dio la victoria. Se anunciaba, pues, que el suyo sería un gobierno más bien tibio, alejado de las batallas que librara Néstor Kirchner y la misma Cristina en gobiernos anteriores.
Por otro lado, Gabriel Boric llegó al gobierno chileno subido en la ola de protestas y deseos de refundación expresados por los chilenos en los últimos años. En la segunda vuelta de las elecciones, la opción por él representada se erigió sin lugar a dudas como la más viable frente a la amenaza de una extrema derecha que amenazaba seriamente en las encuestas con llevarse el triunfo. Su trayectoria hacia La Moneda, sin embargo, fue desde la radicalidad de la protesta callejera hasta transacciones con distintos grupos políticos ubicados a la derecha de quienes fueron la simiente de su protagonismo político.
Por su parte, Gustavo Petro acaba de llegar al gobierno de Colombia, y seguramente es pronto para sacar conclusiones. Ha tenido un acercamiento con Venezuela que los grupos conservadores de su país consideran equivalente a acercarse al infierno. Sus primeras medidas en este sentido fueron de extremo pragmatismo, orientadas a favorecer la reanudación del comercio en la frontera cerrada desde hacía tres años.
Los discursos de los tres eran esperados con expectativa. América Latina es el continente en donde se están llevando a cabo los proyectos socio políticos más volcados a la izquierda en todo el mundo. Pero, para ser sinceros, las palabras de los presidentes mencionados distaron mucho de hacer propuestas o mostrar visiones que tengan un real impacto para nuestro continente. Seguramente, el único llamado que pueda tener alguna resonancia puesto que se refiere a una problemática ingente con impacto regional es el referente al tráfico de estupefacientes, en el que Colombia ha sido sindicado como el gran culpable.
Pero todo muy alejado de aquella fuerza eventualmente mostrada por una América Latina que apostaba por proyectos unitarios e integracionistas con corte antimperialista en tiempos de la primera ola, que tal vez podríamos identificar con aquella alocución de Hugo Chávez en una Asamblea General de la ONU similar a esta, pero de hace diez años, cuando al subir al mismo podio desde el que hablaron estos presidentes, habiendo sido precedido por el mandatario estadounidense, George Bush, inició diciendo “huele a azufre”.
Hoy, en vez de tener alguna posición crítica frente a los desmanes que siguen perpetrando los Estados Unidos, el presidente chileno se refiere a la realidad política de Nicaragua.
Entre los dos discursos hay un trecho muy grande que, posiblemente, nos ejemplifique la diferencia entre las dos olas del progresismo latinoamericano.
2 comentarios:
Estás muy chavista vos. Y por qué no se iba a referir al desmadre de Ortega?
Aquí el tema es si lo que sucede en Nicaragua beneficia o perjudica a los sectores populares.
Aquí el tema es si somos críticos de unas formas d opresión y complacientes con otras.
Publicar un comentario