Una izquierda que aspire a atajar los problemas civilizatorios de la humanidad tiene que proponerse transformar de raíz este sistema económico, no puede contentarse con los márgenes de posibilidad existentes sino traspasarlos o, al menos, intentarlo.
En las últimas semanas se han sucedido diversos encuentros en la esfera internacional que muestran el protagonismo del, desde hace tiempo, emergente Sur Global. Se trata de la Cumbre de los BRICS, celebrada a finales de agosto en Sudáfrica, la Cumbre del G-20 hospedada por India entre el 9 y 10 de septiembre, y la más reciente Cumbre del G-77 + China que ha tenido lugar entre el 15 y 16 del mismo mes en Cuba.
Si bien se trata de acontecimientos políticos de naturaleza diversa, con bloques políticos de orígenes y composición dispar, en los tres casos los análisis se centran en un elemento: su existencia y evolución serían muestra de un sistema internacional donde se está afianzando la multipolaridad. Sin embargo, muchos análisis, salvo excepciones, no sólo tratan la multipolaridad como un cascarón vacío, sin detenerse a explicar en qué se diferencian los distintos polos de poder existentes o a reflexionar sobre qué nuevo reparto de poder se está erigiendo, sino que también están carentes de una aproximación crítica a este nuevo mundo que se está construyendo.
Parte de la confusión en los análisis de cierta izquierda proviene de asociar posturas contrahegemónicas o antiimperialistas en el plano internacional con posicionamientos revolucionarios en la esfera doméstica. La contrahegemonía ejercida por un Estado o bloque político implica confrontar a una superpotencia en la esfera global, en este caso EEUU, representante emblemático de un modo de producción capitalista que ha provocado un desarrollo asimétrico, causante de las principales desigualdades intra e interestatales. Pero es una disputa en el plano del reparto de poder que no implica, necesariamente, una confrontación desde un modelo económico y de desarrollo distinto. Y más allá de la ausencia de propuesta de superación del capitalismo, muchas veces tampoco implica que ese Estado adopte en su territorio un posicionamiento progresista o a favor de las clases trabajadoras.
En la actualidad, detrás de la etiqueta del Sur Global encontramos proyectos políticos altamente divergentes, como no podría ser menos tratándose de decenas de países de distintos continentes. Aunque resulte evidente afirmarlo, conviene recordar que los respectivos gobiernos no siempre representan proyectos emancipadores para sus pueblos, de hecho, ni siquiera todos estos gobiernos aspiran a ser contrahegemónicos en el sistema internacional. Algunos de los países del Sur Global son claros aliados de EEUU y, otros, son antagónicos al dominio estadounidense, pero con liderazgos conservadores o reaccionarios. Es más, algunos de ellos prohíben en su territorio la existencia de esa misma izquierda que abrazan, personificada en líderes de otros Estados, en las distintas cumbres internacionales. Un mundo de grises y ambigüedades, el de la política internacional, en el que los países revolucionarios o que, al menos, aspiran a desterrar la lógica neoliberal, tienen que tejer alianzas en minoría de fuerzas. Nada nuevo, por otra parte; es la realpolitik de toda la vida, sólo que ahora sin una potente alternativa socialista como sí existió en los bipolares tiempos de la Guerra Fría.
La multipolaridad actual supone una transición que se limita a un nuevo reparto de poder mundial, más democrático en tanto más equitativo, pero sin ninguna pretensión aparente de sustituir al capitalismo. Tocar el reparto de poder mundial no es poco y su importancia lo demuestra la respuesta bélica, en forma invasiones, sanciones o medidas coercitivas unilaterales, que EEUU despliega contra los países que desafían su dictado, para tratar de mantener lo que queda de su hegemonía económica y política. Pera esa transición, hasta la fecha, contiene más anhelos —y propaganda, por qué no decirlo— que una transformación real del sistema económico que permita alumbrar ese otro mundo posible. Y aquí radican las limitaciones de las alianzas, organismos o foros supuestamente contrahegemónicos que, a diferencia de otros momentos históricos, se dan en un contexto geopolítico mucho más volátil y donde se superponen distintos tipos de alianzas entre países que pueden ser parte, a la vez, de distintos bloques económico-políticos.
Hoy la falta de alternativa no es sólo de índole ideológica o política sino, sobre todo, se expresa en el plano económico, que es donde se miden los avances efectivos después de que se acaben los discursos de buenas intenciones. En la esfera económica, también guiada por la ideología a pesar de lo que afirmen los tecnócratas, la ausencia de un proyecto de desarrollo que no pase por el capitalismo es sangrante. La última Cumbre para un “Nuevo Pacto Financiero Mundial”, celebrada el pasado junio en París, es un reconocimiento de la obsolescencia de los mecanismos financieros internacionales emanados de Bretton Woods, el FMI y el Banco Mundial, pero no ofrece ninguna respuesta fuera del marco de las relaciones sociales y económicas capitalistas. Desarrollo sostenible, sí, pero sin salirse del sistema. La posibilidad de superar la lógica del mercado ni siquiera se contempla.
Se dirá que en los últimos años el mundo ha avanzado en la diversificación comercial, que otras monedas se han abierto paso sustituyendo al dólar como moneda de intercambio, que los proyectos de cooperación y desarrollo Sur-Sur se multiplican por doquier y cuestionan la hegemonía occidental. Si bien todo ello puede ser un paso positivo, no deja de producirse en el marco de un mercado global capitalista que sigue siendo poderosamente hegemónico, aunque su eje se esté desplazando a Asia. América Latina hizo intentos meritorios durante la primera ola de gobiernos progresistas con la creación de diversos organismos, e innovadores mecanismos, para erigir una nueva arquitectura financiera regional. El cambio en la correlación de fuerzas gubernamentales dejó a muchos de ellos en el limbo. Los BRICS, por su parte, que nacieron como respuesta a la acción de los organismos financieros controlados por EEUU, a pesar de su potencia han acabado adoptando algunos de los criterios del FMI en el funcionamiento de sus propias instituciones de crédito y bancarias. Está por ver si su ampliación en BRICS+ pueda aportar mayor autonomía.
De momento, no se atisba que la contrahegemonía financiera o comercial del Sur Global que desafía, en diferentes grados, la hegemonía estadounidense vaya a convertirse en una alternativa de superación del capitalismo. Ni siquiera China, más interesada en hacer negocios que en hacer política, plantea un escenario post-capitalista o alternativo al capitalismo a sus socios. Pero una cosa es clara, a pesar de todo. Las principales esperanzas de transformación de este sistema internacional jerarquizado, desigual, asimétrico y, por tanto, injusto, dependen del papel del Sur Global, su capacidad de desafiarlo y, también, de superarlo. Los niveles de desigualdad insoportables y la situación de crisis climática en la que se encuentra el planeta, generados ambos por el capitalismo, abocan a que el mundo multipolar del futuro deba ser algo más que un nuevo reparto de poder usando las mismas cartas. Una izquierda que aspire a atajar los problemas civilizatorios de la humanidad tiene que proponerse transformar de raíz este sistema económico, no puede contentarse con los márgenes de posibilidad existentes sino traspasarlos o, al menos, intentarlo. Hace falta un polo de poder que pueda ofrecer un modelo de producción y desarrollo alternativo al capitalismo, que no se base en la extracción de los recursos de terceros países, y que no esquilme a la naturaleza para continuar con una lógica de producción sin fin. Pero, para lograrlo, es imprescindible que en la base haya millones de seres humanos conscientes de estos retos y dispuestos a luchar con todo para afrontarlos. Nos va la vida en ello.
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