El respeto a la dignidad humana, al ejercicio de la libertad de ciudadanos y pueblos, propio del legado de Martí, es hoy más necesario que nunca.
Marlene Vázquez Pérez* / Granma
Ante cada aniversario de la caída en combate de José Martí [19 de mayo de 1895] debemos tener presente que fue un hombre muy afectuoso y amante de la paz, y en la labor de mejoramiento humano, de afianzamiento de los pilares del amor y la unidad, su pensamiento es de una valía indiscutible.
El lector no familiarizado con el legado del prócer puede objetar estas afirmaciones acudiendo al hecho de que Martí fue el organizador de la última guerra de independencia contra España. Sin embargo, su manera de concebirla dista mucho de lo convencional, pues en su opinión debía ser amorosa y breve.
Además, era para él una angustia suprema el hecho de que llevaba en sí la responsabilidad de esa contienda, necesaria e irremediable. Eso no le impedía advertir el enorme sufrimiento que causaría, por las vidas jóvenes que costaría esa libertad imprescindible y añorada. Resulta estremecedor este testimonio de Blanche Z. de Baralt:
«En los meses que precedieron a la Guerra del 95, cuando Martí era perseguido por el espionaje español, cambiaba de residencia a menudo para despistar a los agentes que lo buscaban. Venía a veces a pedirnos albergue, sabiendo que nuestra casa era la suya; y cuenta mi marido que una noche en que Martí durmió en su cuarto con él, lo despertaron unos suspiros profundos y unos quejidos lastimeros. “¿Qué tiene, Martí?”, le preguntó Luis, alarmado; abriendo los ojos exclamó: “¡Ay, las madres, las madres, cuánta sangre y cuántas lágrimas van a correr en esta revolución a que voy a lanzar a mi país!” Sentía el peso de la tempestad que iba a desencadenar y su alma sensible se condolía de los sufrimientos inherentes a la redención».1
Aunque la libertad como bien mayor cuesta un sacrificio enorme, es indispensable para la garantía de la paz de las naciones, y eso Martí lo entendió como nadie. Involucra a cada individuo, porque la primera expresión deseable de la libertad y de la propia paz es la de la familia, esa que Cintio Vitier definió, con toda razón, como camino hacia la Patria.
Desde muy temprano entendió Martí, también, que la libertad del individuo y de las naciones estaba estrechamente ligada a la cultura y a la capacidad creativa. Para él la imitación de los modelos foráneos, por tentadores que parecieran, nunca fue una opción, y es un criterio que lo acompañó desde su primera juventud hasta un texto de madurez y síntesis, como el ensayo Nuestra América. En un artículo temprano, Maestros ambulantes, que es considerado como una piedra angular de su pensamiento ético y pedagógico, se refiere así a este asunto: «Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno».2
Esta frase ha sido manipulada, recortada, descontextualizada, pero es conveniente verla en toda su magnitud. Esas verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí,3 para seguir poniendo en solfa a este mismo texto, aluden a cuestiones medulares, como la necesidad de alfabetizar y, por extensión, garantizar la participación cultural y ciudadana a toda la población de nuestros países, de manera que se echaran por tierra las ataduras mentales que dejó tras de sí la colonia. Implicaba también el fortalecimiento espiritual, de modo tal que se le diera a lo material la importancia real, de sostén de la vida, y no la prioridad que ha llegado a tener en nuestros días a merced de los dictados del mercado.
La batalla más ardua no era la que cortó el vínculo político y económico con la antigua metrópoli, ya derrotada a costa de grandes sacrificios. La independencia verdadera, profunda, no se había conseguido totalmente en tiempos de Martí, pues como bien declaró en Nuestra América, la colonia había continuado viviendo en la república: ésta debía luchar contra aquella y vencerla.4
El espíritu de todo un continente, situado al sur del río Bravo, debía levantarse contra nuevas formas de dominación, que ya se avizoraban en el horizonte, y que el cubano veía alarmado y decidido a prevenir, pues su pensamiento tiene un alcance descolonizador indudable. Dos años antes, en una de sus crónicas sobre la Conferencia panamericana o Congreso de Washington, como también se le conoce, escribió, luego de un párrafo formidable, en el que sintetizaba las verdaderas esencias del cónclave, que había llegado para la América española la hora de proclamar su segunda independencia.5
No se trataba solo de eludir con sabiduría, cautela y firmeza los tratados comerciales leoninos con que se pretendía atar a nuestros pueblos al nuevo amo disimulado. Había que prever, al mismo tiempo, con preparación oportuna e inteligente, otros peligros de igual magnitud, como el deslumbramiento ante la prosperidad y la democracia representativa norteñas, por ejemplo. Ese mismo deslumbramiento era –y es– el conducente a otras actitudes perniciosas, como el menosprecio de lo propio cuando se le compara con lo foráneo. Ese fatalismo es el denominador común de las actitudes lacayunas, de la imitación servil, de la ausencia de creatividad y de confianza en las propias fuerzas. Ellas son las vías iniciales para llegar a la colonización mental y, a posteriori, al anexionismo más ortodoxo. Con esas condiciones y actitudes se le está abriendo la puerta al colonizador, que no vacilará en someter por la fuerza si es preciso, después de haber penetrado en la casa bajo engaño y seducción.
¿Y qué país puede gozar de libertad y paz, colonizado por otro? ¿De qué manera se enfrenta la guerra cultural, y se preserva la soberanía? Tal parece que las obras martianas, a partir de 1889, sea cual sea su naturaleza, responden a esas interrogantes.
De ese mismo año es su artículo Un paseo por la tierra de los anamitas, publicado en La Edad de Oro. Es notable este texto por muchas razones, la primera de ellas tal vez sea la de la mirada desprejuiciada y alejada de todo racismo o folclorismo sobre un territorio del que se tenía poca información, y la que hubiese casi siempre estaba tamizada por una perspectiva distorsionada o exótica.
El cubano, en cambio, ofrece un retrato totalmente diferente. Es interesante observar la generalización de contenido ético, en la que da por sentadas y consolidadas realidades que lamentablemente no se corresponden con lo deseado:
«Y así son los hombres, que cada uno cree que sólo lo que él piensa y ve es la verdad, y dice en verso y en prosa que no se debe creer sino lo que él cree (…) cuando lo que se ha de hacer es estudiar con cariño lo que los hombres han pensado y hecho, y eso da un gusto grande, que es ver que todos los hombres tienen las mismas penas, y la historia igual, y el mismo amor, y que el mundo es un templo hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento».6
Concebir al planeta como ese lugar ideal, feliz, de paz perdurable, enrumba el sentido del texto por caminos muy diversos a lo que estaba sucediendo efectivamente en esa época y ocurre aún en la nuestra. Es como si desde la palabra se pretendiera cimentar los presupuestos teóricos de una realidad distante, pero posible, en la que las diferencias se resuelvan de modo amigable, buscando los puntos comunes de diálogo, y no las divergencias inconciliables.
El respeto a la dignidad humana, al ejercicio de la libertad de ciudadanos y pueblos, propio del legado de Martí, es hoy más necesario que nunca. Los cubanos sentimos el orgullo de tener por compatriota a un hombre de altura universal. Seguir ese ejemplo en pensamiento y en acción es una alternativa para construir una Patria –y una humanidad–, mejor y más justa. De nosotros depende el hacerlas posibles.
Fuentes:
- Blanche Zacharie de Baralt. Martí, caballero. En: Carmen Suárez León: Yo conocí a Martí. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2018, p. 186.
- jm: oc, t. 8, p. 289.
- Ídem.
- jm: Nuestra América, oc, t. 6, p. 19.
- jm: Congreso Internacional de Washington. Su historia, sus elementos y sus tendencias. oc, t. 6, p. 46.
- José Martí. Un paseo por la tierra de los anamitas, La Edad de Oro, oc, t. 18, p. 460.
*Directora del Centro de Estudios Martianos
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