El día que Donald Trump ha bautizado como el “de la liberación”, 2 de abril de 2025, es el día “del desconcierto” para quienes han seguido a los Estados Unidos como perritos falderos. No saben cómo reaccionar, qué actitud asumir ahora que su faro y guía les ha dado la espalda y les clava la daga de los aranceles.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
El mundo se les derrumba y no saben a quién acudir. Quienes emergen como alternativa en el nuevo mundo que se perfila, específicamente China, están vetados por el padre castigador, tienen prohibido coquetearle, hacer buenas migas con ellos. Ya Panamá ha recibido la primera azotaina que lo ha dejado en capilla ardiente, pendiente de los humores del señor imperial que resopla enojado y amenaza con rayos y centellas si no desalojan a los chinos de sus puertos; chinos que, por cierto, también administran puertos estadounidenses en California.
En Costa Rica, funcionarios de instituciones estatales, diputados y hasta el expresidente Oscar Arias han recibido castigo ejemplarizante sin explicación alguna: se les ha quitado la visa para entrar a los Estados Unidos. Todos tienen en común el haber hecho gestiones para alguna compañía china (en este caso Huawei, que ha sido vetada por el gobierno de turno desde el año pasado adelantándose a los deseos imperiales) o, en el caso de Arias, haber restablecido relaciones con la República Popular China en 2007 dejando plantado a Taiwán.
Si el desconcierto es mayúsculo en la Centroamérica tan lejana de dios, no menor es el que sienten en la orgullosa y prepotente Europa, que también ha recibido este 2 de abril su ración de aranceles para terminar de decorar la torta de la decepción, en la que el otro ingrediente estrella es el aparente retiro del apoyo norteamericano a la Ucrania de Volodímir Zelensky.
Desconcertados los europeos se reúnen una y otra vez para tratar de descifrar el rompecabezas que deben armar de ahora en adelante, y ven como cierta la posibilidad de que algunas de sus industrias emblemáticas, que mantienen a las más poderosas economías del continente, como la alemana, se derrumben y arrastren tras de sí a toda la economía.
De pronto, el amigo dilecto, al que se obsequiaba con los mejores manjares, se ha vuelto hosco y agresivo. Se burla de ellos, los insulta en la cara y los ignora.
¿Es este amigo o enemigo? se preguntan, mientras corren de un lado para otro, como gallinas perseguidas por el zorro en el gallinero, sin atinar qué hacer. ¿Cuál sería una posible alternativa que los sacara de la trampa? ¿volver a recibir la energía barata rusa? ¿estrechar vínculos con China? Hay demasiado orgullo y son demasiado pusilánimes como para tomar este tipo de decisiones que desataría, sin la menor duda, la rabia del señor de la Casa Blanca.
La transición hacia un mundo distinto al que hemos vivido desde la Segunda Guerra Mundial se inició hace más de treinta años, cuando el derrumbe de la URSS y el campo socialista de Europa del este desencadenó el proceso de reordenamiento mundial que hoy está alcanzando nuevas cotas. En ese entonces, los eufóricos estadounidenses y europeos leyeron las circunstancias como una victoria que les abría una vía de dominio y expansión indefinida. Francis Fukuyama le llamo “el fin de la historia”, y como símbolo del triunfo se repartieron como regalo trozos del Muro de Berlín por todas las esquinas del mundo.
Hoy vemos que la historia no solo no se detuvo, sino que nos tenía reservadas sorpresas. Así como sus contradicciones internas llevaron al colapso de la URSS, el sistema que se creyó triunfante ve hoy como le escuecen dolores de parto de lo nuevo que está naciendo de sus entrañas. Como todo parto, será doloroso y sufriremos todos.
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