En el mundo existen hoy más de 50 frentes de combate; en todos ellos se necesitan armas y equipos varios, provistas por los grandes fabricantes, y en todas ellas hay gente que sufre. Contrariamente a esa expresión de que “en la guerra nadie gana”, puede afirmarse que sí, siempre hay claros ganadores: por lo pronto, los fabricantes de armamentos.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Es sumamente difícil, cuando no imposible, vaticinar cómo seguirá el orden internacional. El sentido del presente opúsculo pretende tener un carácter de análisis con herramientas científicas y no meramente brindar una opinión; por ello escapa totalmente a su perspectiva dar un resultado final de la guerra en curso en Ucrania, a la explosiva situación de Medio Oriente y a los tambores de guerra que suenan en torno a Taiwán, cada vez más fuertes. Mucho más aún, a la arquitectura global que irá tomando el planeta en el corto y mediano plazo. De todos modos, con los elementos de análisis a los que se puede acceder –recordemos que en la guerra siempre “la primera víctima es la verdad”, y hoy estamos, lamentablemente, en el reino de las fake news, de la post verdad–, elementos que no son demasiados, por cierto, pueden verse tendencias, no muy claras aún, pero que ya empiezan a prefigurarse. En síntesis: –esto parece ser lo más claro en el panorama– es que marchamos inexorablemente hacia un mundo multipolar.
El desarrollo económico de la sociedad global muestra claramente que el Occidente capitalista no tiene la iniciativa, habiendo perdido empuje. Según datos de los organismos crediticios del gran capital occidental, tales como el FMI y el BM, la mayor tasa de crecimiento estará en el área BRICS, a partir de enero del 2025 ampliados a 19 miembros: Indiacon una tasa anual del 7%, China alrededor del 5%, la Federación Rusa y países afro-euroasiáticos estarán, en promedio, por arriba del 3%. Por su parte, el capitalismo de Occidente tendrá poco crecimiento: Estados Unidos –la principal economía del área– alrededor del 2.2%; la zona euro, en conjunto, tiene previsto un muy modesto crecimiento de apenas 0.8%, envuelta en crisis, con sus grandes economías (Alemania y Francia) en recesión, tal como también sucede en el Reino Unido. Por su parte, Japón prevé crecer este año apenas un 0.3%. Es evidente que la locomotora de la economía deja de ser ahora, como dijo Carmen Zúñiga, de “color blanco, rubia y de ojos celestes, hablando básicamente en inglés”.
Siguiendo a Néstor Restivo, puede afirmarse que:
“China, con la guía del Partido Comunista, sobre cumple sus planes quinquenales y aunque Occidente fantasea hace décadas su derrumbe inminente, innova todo el tiempo, desactiva las bombas que le aparecen en su ciclo económico, como la burbuja inmobiliaria, y consolida cada vez más un mercado interno dinámico y pujante, donde el pulso de la economía se desligó mayormente del sector externo, aunque éste siga siendo importante para muchas de sus empresas. Rusia ha logrado mejorar muchos de sus aspectos económicos pese a las sanciones de EE.UU. y la UE por la guerra en Ucrania, acelerando su integración con Oriente y otros países. “La fortaleza de Rusia ha sido una de las grandes sorpresas de la guerra”, escribe Emmanuel Todd en “La derrota de Occidente”, que ofrece datos estructurales rusos, como la autosuficiencia alimentaria o la mayor cantidad de ingenieros y menor de mortalidad infantil comparándola con EE.UU.”
La guerra agota a sus contendientes, naturalmente. En el mundo existen hoy más de 50 frentes de combate; en todos ellos se necesitan armas y equipos varios, provistas por los grandes fabricantes, y en todas ellas hay gente que sufre. Contrariamente a esa expresión de que “en la guerra nadie gana”, puede afirmarse que sí, siempre hay claros ganadores: por lo pronto, los fabricantes de armamentos. Además: los grupos de poder que medran políticamente con los conflictos, las élites socio-económicas que ganan territorios o saquean recursos. En las guerras sí hay ganadores. Los perdedores son los pueblos de a pie, quienes ponen las víctimas y quedan con las secuelas.
Actualmente los conflictos bélicos que se roban la atención mundial son los de Ucrania y los de Medio Oriente, por la magnitud de esos enfrentamientos en el terreno militar, y por lo que allí se juega en términos políticos a futuro. En estos casos, quienes más han sufrido sus embates son: el pueblo ucraniano, por un lado, y la población palestina, por otro. El país eslavo, así como el territorio palestino, han quedado prácticamente destruidos. En Ucrania, según las primeras estimaciones, su reconstrucción podría costar no menos de 500.000 millones de dólares (algunos cálculos llevan la cifra a un billón). Es por demás de claro que el conflicto se libra -aunque el actual mandatario Donald Trump hable de detener el enfrentamiento- entre Estados Unidos/OTAN y la Federación Rusa, siendo la ex república soviética la que pone el cuerpo. Para Washington, que en realidad representa básicamente los intereses de su poderoso complejo militar-industrial -al menos durante la presidencia demócrata de Joe Biden- cualquier conflicto es buen negocio, porque permite vender armas al por mayor. Si la guerra tenía como objetivo empantanar a Moscú, preparando con ello las condiciones para posteriormente ir sobre China, ello no se está cumpliendo a cabalidad. Moscú ha demostrado hasta el momento tener una enorme capacidad bélica, no pudiendo ser derrotada en el campo de batalla. El plan de Washington, en principio, no se ha cumplido exitosamente en lo militar, pero igualmente le está procurando enormes ganancias económicas.
Quien es también un gran perdedor en todo esto es la Unión Europea quien, forzada por Washington, ha tenido que renunciar a los energéticos rusos mucho más baratos, terminando por ser un cliente obligado (rehén) del gas licuado provisto por Estados Unidos, mucho más caro. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca, la situación se complicó más aún para Europa: su tradicional socio y aliado transatlántico le está dando la espalda. Eso era impensable hace algún tiempo; ahora es una dura realidad. Si alguien ganó con todo esto de la manipulada guerra de Ucrania fueron los capitales estadounidenses, que hicieron un triple negocio: 1) el complejo militar-industrial elevó sus ventas de armas en forma exponencial, 2) sus empresas gasíferas (Cheniere Energy, Sabine Pass, Kiewit Corporation, Gulfstream LNG Development), productoras de gas natural licuado, el que comenzaron a vender a los países europeos a un precio mucho mayor que lo que ellos pagaban por el gas ruso, y 3) las empresas que se cobrarán las facturas de la reconstrucción de la destruida Ucrania, en muchos casos tomándolas en especie, como por ejemplo las compañías agroalimentarias (Cargill, Monsanto, Du Pont), quedándose con las enormes tierras fértiles del país eslavo (el “granero de Europa”, con 33 millones de hectáreas cultivables).
Para los capitales estadounidenses el negocio es fabuloso, pues la reconstrucción de Ucrania estará a cargo de ellos; Europa participará en esto en calidad de socio menor. Con la llegada de Trump, ello está en entredicho. La Unión Europea recibió un cachetazo por parte del presidente estadounidense, y de socia está pasando a ser rival. Cosas veredes Sancho….
Es evidente que Moscú no pensaba que el conflicto se prolongaría tanto. Apenas comenzado, buscó llegar a negociaciones para no extender la campaña militar. Lo que buscaba no era ocupar Ucrania sino poner un alto al avance de la OTAN. Por eso el 28 de febrero del 2022 en Gomel, frontera entre Ucrania y Bielorrusia, se iniciaron conversaciones de paz. El 5 de marzo, el principal negociador ucraniano que había participado en esas reuniones, Denis Kireev, fue asesinado “misteriosamente”, y las pláticas interrumpidas. Días después, en Estambul, Turquía, las partes rusas y ucranianas parecían llegar a un acuerdo; inmediatamente sobrevino la masacre de Bucha, mediáticamente presentada por la prensa occidental como un crimen de lesa humanidad por parte de Moscú, y como un vil montaje de los servicios secretos británico y estadounidense según la versión del Kremlin (25 dólares habría cobrado cada “muerto” por su actuación). Nuevamente las conversaciones se suspendieron. De hecho, luego de esos primeros balbuceos que buscaban terminar el enfrentamiento, Kiev –seguramente por orden de Washington– promulgó una ley que prohíbe taxativamente mantener negociaciones de paz con Rusia. Pero ahora la situación parece estar cambiando. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca y su iniciativa de no seguir “dilapidando” dinero en una guerra que no conviene a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos, se abre –quizá– la posibilidad de una negociación. Las primeras conversaciones entre los mandatarios estadounidense y ruso no han dado resultados efectivos todavía. Por supuesto, cosa que llama la atención, ni Ucrania ni Europa fueron invitadas a esas conversaciones, lo cual demuestra que, en realidad, la guerra fue siempre entre Washington y Moscú.
Washington, aunque no ha podido detener la presencia militar rusa, no dejó de obtener pingües ganancias con la venta de armamentos, con el gas licuado vendido a Europa y con las faraónicas tareas de reconstrucción de la destruida Ucrania. Alguien debe pagar todo eso: el gas lo pagan los europeos, las armas y la reconstrucción, el pueblo ucraniano, seguramente teniendo que ceder buena parte de su patrimonio al control de capitales estadounidenses (tierras cultivables, recursos mineros). Rusia también saca su buena tajada, manteniendo (anexando) toda la región de Donbass, el 25% del territorio ucraniano, con salida al Mar Negro.
La gran preocupación para la Casa Blanca sigue siendo el avance chino. Es por ello que las provocaciones a partir de Taiwán no cesan. Nadie tiene claro cómo seguirá esto. Lo que sí es evidente que, de momento y tal como van las cosas, pese a todos los esfuerzos, el dólar comenzó su cuenta regresiva. Para el campo popular, para las grandes mayorías populares de todo el planeta, una nueva arquitectura global con poderes algo más equilibrados (el eje China-Rusia como nuevo polo de poder ante la hegemonía de Washington y un fortalecimiento de los BRICS+) no augura automáticamente un mundo de mayores beneficios. Lo que está claro es que la supremacía estadounidense cada vez está más en entredicho por el avance chino. Pero también por su desbocada deuda a la que lo llevó el hiper consumismo voraz. ¿Quién paga eso? Si el dólar empieza a caer -como ya está queriendo suceder- la economía del gigante americano cimbrará. La sola consigna con que Trump retorna a la Casa Blanca: “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”, es un modo elíptico de reconocer que dejó de ser tan grande. En otros términos: que tiene muchos problemas, quizá insolubles.
En estos momentos, la guerra con China es comercial, con aumento en los aranceles, trabas para el desarrollo de negocios, sanciones varias que intentan sofrenar el ímpetu imparable de la potencia asiática. Lo cierto es que el gigante asiático, para sorpresa y consternación de la industria de alta tecnología norteamericana, al verse presionada busca caminos alternativos, encontrando siempre nuevas soluciones. La ciencia china, en este momento de la historia, no parece tener parangón, y no hay impedimento que la detenga. Su presencia en cada vez más espacios de la realidad mundial la muestran como la gran potencia que continúa agigantándose, compitiendo de igual a igual, o superando con creces, al capitalismo occidental.
El crecimiento de los BRICS+, ahora ya fortalecidos con un mayor número de miembros y con claras propuestas anti-dólar, aupados por la conjunción Pekín-Moscú, está abriendo nuevos escenarios. Si la decadencia de Occidente intenta ser salvada, revertida o aminorada con más guerras, esto plantea serios límites: llegados a este punto del desarrollo técnico-militar, todas las partes involucradas saben que en enfrentamientos directos no puede haber ganadores, que solo podrá haber exterminio masivo. Por tanto, deben buscarse otras salidas: negociaciones políticas.
El Medio Oriente continúa siendo probablemente la zona más caliente del globo, y tal como van las cosas, nada indica que eso dejará de ser así en lo inmediato. Las reservas de petróleo, hasta ahora manejadas por Estados Unidos a través de su perversa política de imposición de petrodólares para su comercialización, siguen siendo vitales para la humanidad. De todos modos, de seguir utilizándose ese energético sin límites, la sobrevivencia de toda forma de vida sobre el planeta está en serias dudas. La búsqueda de energías alternativas, menos dañinas para el medio ambiente, abre nuevos y de momento impensables escenarios (el año pasado el 30% de la producción mundial de energía provino de fuentes renovables no contaminantes). Lo que queda claro es que, mientras existe oro negro, la humanidad, o mejor dicho: las grandes empresas petroleras, seguirán empeñada en su utilización. ¿Eso nos lleva al autoexterminio?
Es muy probable que en ningún centro tomador de decisiones exista un proyecto concreto de guerra nuclear masiva con armas estratégicas –aunque esa posibilidad no puede ser descartada totalmente–. Por eso es más factible que nos estemos dirigiendo hacia el fin del conflicto ucraniano con negociaciones, que no necesariamente favorecerán a los pueblos, pero que, al menos, no continuarán con las carnicerías del campo de batalla. No se ve algo similar en Medio Oriente, y mucho menos en el sudeste asiático; allí las cosas se siguen manejando al rojo vivo, con consecuencias a mediano y largo plazo que son imprevisibles. La geoestrategia de Estados Unidos consiste hoy en detener el avance chino; eso es lo mismo con demócratas o republicanos en la Casa Blanca. Si para ello es necesario llegar a una guerra masiva donde todas las partes pierdan, muy probablemente deberá aceptar que ya no es el hegemón único, y abrirse a un mundo más multipolar. Su existencia, en definitiva, depende de la existencia de todos.
La historia, sin dudas, no está terminada, porque el declive de la potencia americana no se ha detenido, ni tampoco el auge de la potencia china, ni el ascenso de los BRICS+. La dinámica de la sociedad global sigue vigente, como siempre –muchas veces sorprendiéndonos por los caminos que adopta– con la lucha de clases dinamizando el movimiento social, y recordando, con Marx, que “la violencia es la partera de la historia”. Contrariando lo dicho por Francis Fukuyama como triunfal grito de guerra cuando caía el Muro de Berlín, es más que evidente que la historia no ha terminado, y nadie sabe exactamente cómo seguirá. Vivimos el “fantasma de la incertidumbre”, dijo acertadamente Juan Gaudenzi: nadie sabe claramente cómo continúa esta historia, ni hacia dónde apunta. El horizonte del socialismo, preámbulo de una sociedad sin clases (el comunismo), aunque de momento no está en franco avance, tampoco ha desaparecido como posibilidad. La cuestión que se plantea es cómo darle vida nuevamente a propuestas transformadoras creíbles y con impacto.
La historia dirá cómo se sigue escribiendo esta compleja dinámica de la humanidad, si
1) entramos en una lógica racional que permita la continuidad de la vida –sin ebullición global dada por la catástrofe ecológica y sin guerra termonuclear como Armagedón terminal–, construyéndose una geopolítica multipolar, capitalista en lo fundamental, con élites superpoderosas y masas empobrecidas (lo que sucede ahora, quizá en aumento, con retroceso del dólar y avance de otras monedas).
2) el capitalismo conducirá a que una élite super privilegiada marche fuera del planeta Tierra dejando aquí un mundo cada vez más inhabitable y conflictivo donde quedarán mayorías en crisis sobreviviendo en condiciones crecientemente difíciles, con escasez de alimentos, agua y energía, mientras aquellos grupos elitescos viven en un paraíso de tecnología con todas las necesidades más que cubiertas,
3) la llegada de Donald Trump a la Oficina Oval, con su estilo tan peculiar de hacer gobierno -remedando en un todo a alguien igualmente sui generis como fuera Hitler en su momento- pueda producir una crisis interna en el país del norte que lleve a una guerra civil, o a la voluntad de cierto establishment dentro de Estados Unidos que quiera sacárselo de encima, porque no le resulta funcional -lucha entre la fracción globalista ligada a Wall Street y el complejo militar-industrial versus las nuevas tecnológicas de Silicon Valley-, con lo que se podría abrir un nuevo escenario mundial, con una potencia en franco proceso de auto desintegración -hay estados que piden la secesión-, lo que traería un reacomodo de fuerzas a nivel global, o
4) nos conduciremos hacia la “patria de la humanidad”, como viene pidiendo la Marcha Internacional Comunista, hacia una sociedad sin clases sociales, previo paso por el socialismo como “dictadura de la clase trabajadora”. Esta opción, en este momento, y siendo muy objetivos y realistas en el análisis, se ve bastante lejana (no hay un claro proyecto revolucionario transformador y el manejo poblacional de la derecha es formidable, pudiendo dar como resultado un giro hacia posiciones neofascistas apoyadas por la misma base, que alegremente, y sin saberlo, vota por sus verdugos -Milei, Trump, Meloni, Orbán, Bolsonaro, etc.-).
Lo que sí resulta inexorable es que esa historia nos arropa, nos envuelve totalmente y, queramos o no, somos parte inseparable de ella, por lo que no podemos dejar de tomar partido por alguna de las opciones abiertas. Lector/a de este texto: ¿dónde estás?
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